La manzana nunca cae demasiado lejos del árbol.
El tema del Esequibo, resucitado oportuna y convenientemente por el régimen ha desatado un mar de pasiones entre los venezolanos. Sobre todo, en el gremio a quien más compete por razones de territorialidad y soberanía: los militares. Como se sabe, la institución armada tiene una estructura de varios toletes muy bien conectados. La comunidad militar está integrada por los activos, por los retirados, por los familiares directos y por el personal civil que también agarra conexión allí. Eso es conocido como la gran familia militar. Desprenderse de una vinculación institucional como la que se establece desde el mismo momento en que se traspone la prevención para el tradicional bautizo de la bienvenida es el equivalente al alumbramiento por matrona. A partir de allí, desde la condición de nuevo, se empiezan a construir unos lazos que trascienden a lo filial. La familia de sangre durante la formación empieza a competir en la atención y en el afecto con la de sudor y la de lágrimas que empieza a levantarse en los años de formación profesional en los patios de ejercicios, en las aulas, en el cumplimiento de sanciones y en las recompensas. Compañero, compadre, llave, pieza empiezan a relevar paulatinamente al hermano biológico después de la ceremonia de graduación conjunta de alféreces y guardiamarinas. Con el sable de honor que entrega el presidente de la república en el patio de alguna de las cuatro escuelas, para el ejercicio del mando se está recibiendo también la partida de nacimiento y la adscripción oficial a la nueva familia del nuevo oficial. La familia militar.
En los tiempos de actividad desde los patios de formación siempre se remacha que la vida tiene dos cosas seguras, la muerte y el retiro. Esta honrosa situación final no te desvincula por completo de lo que ocurre en los cuarteles por mucha distancia que se ponga de las formaciones de lista y parte, y las ausencias de las agrupaciones de parada y desfile. Eso es emocionalmente imposible. El tatuaje del vivac y esa gran codificación que se registra en cabeza, tronco y extremidades, de haber pasado todos los años de formación y los de servicio es una marca corporativa perenne que se arrastra hasta que la agrupación de parada rinde los honores en el cementerio y el corneta de órdenes toca silencio. El viejo soldado se va a sus cuarteles de invierno al reposo, lejos de la pólvora físicamente y en cercanías con sus subalternos, sus alumnos y en general con todo el historial de sus cargos, sus horas de docencia, sus conferencias, sus voces de mando en las formaciones, sus recompensas y sus castigos. Eso queda fotografiado allí en el expediente de servicio que fue su carrera y su paso por las fuerzas armadas, en una expresión bien categórica de que los soldados pasan y la institución se queda como el alma mater. En cierto sentido cada uno de los cuarteles, los puentes de mando de los navíos y los hangares donde reposan las aeronaves a lo largo y ancho del país son las escuelas donde se fragua el espíritu de cuerpo y se moldea el combatiente que va a honrar el juramento de fidelidad a la bandera nacional y el compromiso de defender a la nación hasta la muerte.
Es desde esa trinchera de retirados desde donde se ametralla con más ferocidad hacia la Fuerza Armada Nacional (FAN) en este momento. Desde allí se ha disparado una emocionalidad inusitada, inconcebible e injustificada y se olvida tendenciosamente que quien le tira a su familia se arruina como dice un refrán repetitivo en cada esquina, en cada mesa de panadería y en los vecindarios de Venezuela con una sabiduría enciclopédica. Familia es familia dice Rubén Blades en una emblemática canción titulada «Amor y control». Se olvida que cada vez que ponen de mampara el grado para opinar sobre el tema militar el imaginario los asocia en responsabilidades supremas por esta tragedia que se vive en Venezuela. Los cargos ocupados durante la situación de actividad los embarra en el pecado mortal de haber contribuido de pensamiento, de palabra, de obra y de omisión al nacimiento, el crecimiento y el desarrollo de la revolución bolivariana.
En esa comunidad de grupos de las redes sociales donde conviven un grueso número de militares retirados está activado un ecosistema muy original. Es un entorno que se desempeña solo en dos tiempos. En presente y en futuro. El pasado no existe. En términos de la construcción, de la difusión y el intercambio de opiniones sobre el tema de los cuarteles venezolanos y la activa participación de la Fuerza Armada Nacional (FAN) en la política venezolana se siente en las lecturas un marcado odio visceral hacia la institución militar y un desprecio biliar con lo que actualmente representan los uniformados en el presente, olvidando de plano el pasado y estirando bastante el pescuezo hacia el futuro. El pasado es de 1998 hacia atrás. No existe la campaña electoral del teniente coronel en 1998 donde decía con la seguridad de un tiro al suelo “Tengo una mano en la calle y otra en los cuarteles”, lo cual se demostró en el tiempo que era una verdad del tamaño de la torre Eiffel. Esos 6 años transcurridos después del golpe hasta las elecciones del 6 diciembre de 1998 son solo una bruma en el pensamiento. El golpe del 4F no ocurrió, fue solo una mala novela de Stephen King. El general Ochoa fue un alien y el general Santeliz una maquinación illuminati. Ambos fueron abducidos después por una comunidad de extraterrestres procedentes de Alfa del Centauro. La inutilidad e ineficiencia de los servicios de inteligencia de la época son construcciones literarias de una novela de Agatha Christie pensando matar en algún capítulo a Hércules Poirot. El paseo vespertino de los tanques Dragoon el 26 de octubre de 1988 es solo un capítulo olvidado de Cornelius Ryan en Un puente demasiado lejos. El golpe del 27 de noviembre de ese año con un grupo de aviadores militares surcando los cielos caraqueños y desgajando bombas como si se estuviera en la Gaza actual fue solo una película de Steven Spielberg que vimos en una sala de cine de Caracas. Nadie suspiró esperanzado en el éxito del complot esa madrugada de febrero cuando apareció en las pantallas de los televisores el presidente CAP denunciando el golpe. Mucho antes en esos años oscuros de 1988, 1989, 1990, 1991 nadie era general o almirante, o coroneles y capitanes de navío, o tenientes coroneles o mayores, capitanes y sus equivalentes en la armada. Las 11 promociones egresadas de la Academia Militar de Venezuela a partir de 1980 lo hicieron por generación espontánea sin directores, sin comandantes de cuerpo de cadetes ni oficiales de planta. Los altos mandos militares de esa época solo fueron algunas cuartillas borroneadas para una novela de John Le Carré. La cola de aspirantes a grados y cargos, que se hacía frente a la suite presidencial del Círculo Militar, donde estuvo alojado el general de división Raúl Salazar Rodríguez antes de ocupar el cargo de ministro de la Defensa nunca existieron. No hubo responsabilidades. Nadie lo fue en términos de responsabilidades de comando, de identificación institucional, de asociación corporativa. Esos polvos oportunistas y de dragoneantes de largo pescuezo de aquella ocasión no tienen nada que ver con estos barros rojos rojitos que se chapotean desde 1998 para acá. Nadie ascendió de grados ni ocupó cargos mientras Chávez fue comandante en jefe. La técnica del borrón y la cuenta nueva es la pancarta de la presentación personal cuando se le tira cualquier cantidad de baldes de mierda a los militares del presente de la mano de otros militares de ayer con el mismo ADN venezolano, con iguales cromosomas corporativos echándole típex al pasado y pulsando delete en el dossier de sus cargos, de sus misiones, de sus cursos hasta su pase a la honrosa situación de retiro. Y desde esa condición, con la orden Rafael Urdaneta en su primera clase colgada por buena conducta, en la guerrera que nunca más se van a poner, disparar en ráfaga los dicterios más ofensivos, los insultos más injuriosos, los agravios más duros contra el alma mater que vive en cada repartición militar. Olvidando nociones elementales de física en la ley de la gravedad en que ese salivazo que da vueltas en el aire después de ser expelido va a bajar a razón de 9,8 metros por segundo al cuadrado, directo al ojo que vio muchas cosas que tenían que denunciarse, registrarse y sentenciarse y que si te he visto no me acuerdo. A la manera de los Hombres de Negro y el aparatico ese que dispara un fogonazo y borra la memoria individual, pero no la del colectivo.
El centro de atención de Venezuela en este momento es lo que vaya a hacer la FAN frente a la crisis que está vigente por el tema de la reclamación del territorio del Esequibo y la peligrosa escalada en que ha derivado en ambos países, que proyecta una guerra. Frente a un posible dilema moral tanto por el referéndum y por un resultado operacional militar en la solución al histórico reclamo, cualquier venezolano debería de ubicarse en el lado correcto. Y apostar a la nación.
En esos viejos tiempos de comando de tropas, un comandante de unidad arengando a sus soldados antes de la salida de los permisos de fin de semana, les aconsejaba quitarse el parche de la unidad sí iban a beber en público y se pasaban de palos. El argumento era que cuando lo vieran a él en la calle, uniformado y con el mismo parche visible, la gente lo podía identificar, asociar; y podía decir con cierta propiedad irónica «allá va el jefe de los soldados borrachos». Algo así ocurre con los viejos jefes en retiro destrozando verbalmente a la institución militar a la que sirvieron, por los desafueros políticos de esta generación de militares –hechura de ellos– y su desempeño revolucionario. Entonces deberían quemar públicamente sus carnets, renunciar a las jerarquías y negarse a recibir la pensión en protesta para que cuando pasen por la calle, la gente no diga «allá van los creadores del Frankenstein rojo rojito».