De esto se trata: Amor es la primera novela de la joven escritora israelí Maayan Eitan (Tel Aviv, Israel). La novela no podría ostentar una portada más bellamente ilustrada; a primera vista exhibe un sobrio diseño en dos colores, rojo y un fondo sepia que ilustra unos labios semiabiertos pintados con labiales de color rojo carmesí. Bajo los auspicios por demás impecables de la Editorial Periférica, primera edición, abril de 2022 y con la traducción al español de Gerardo Lewin. Los destinatarios de la dedicatoria son, escuetamente, Or, Omer y Dror.Con un provocador epígrafe de Christine de Pizan consignado en La ciudad de las damas, Maayan Eitan da inicio a una veritiginosa aventura del espíritu conducido por una imaginación de perturbadoras resonancias poéticas en modo alguno carente de transgresores desafíos linguísticos en el dominio del complejo arte de narrar una y mil historias sabiamente tejidas en una impresionante urdimbre de anécdotas que se suceden en una ciudad que podría ser Tel Aviv, New York, París, Berlín o perfectamente podría ser Caracas; por fortuna la ciudad donde ocurre esta delirante novela es en la bóveda craneana de la novelista.
La novela se divide en dos partes, una primera parte titulada «Putas palabras» y una segunda parte titulada «Amor» que le confiere a la novela el nombre genérico. La escritora comienza su alucinante narración haciendo uso de expresiones y locuciones típicamente españolas, tales como: «Os reíais como locas», o «Teníais las piernas largas, las tetas grandes, el vientre plano». «Estabais gorda, veníais de hogares rotos… vuestro padre era contable, profesor de linguística de la universidad, os quería como se quiere a la hija pequeña», o bien «Fuisteis hijas únicas, nacisteis en una granja, o solíais contestarles en hebreo…» O estas dos expresiones correspondientes a la sección «No teníais amigo»: «Os arrojasteis de los alto de un edificio. Tuvisteis suerte, estuvisteis una semana en cuidados intensivos».
Amor narra las peripecias de la vida sórdida de una prostituta de nombre Libby que ejerce su antigua praxis sexodiversa homolesbofílica con la contingente complicidad de un taxista ruso de nombre Serguei que maneja un Volvo en el interior del cual Libby concerta citas con sus anónimos clientes. Empero, no se trata de una prostituta como solemos decir, «común y corriente»; pues lee libros que hurta en puestos de periódicos y revistas; ciertamente, son libros baratos, en ediciones de bolsillo para el consumo masivo pero ello da la medida de los personajes que Maayan Eitan inventa con su potente capacidad inventiva. Este personaje, valga decir, central dado su rol de sujeto actancial protagónico es un personaje out sider que bebe Arak o raki, bastante similar al Ouzo pero más fuerte. Cuando Libby, en la novela no tiene suficiente dinero para comprar una botella de Arak echa mano de Vodka barato mezclado con agua, en palabras de la novelista. El personaje central de la novela, en el trasiego del ejercicio de su oficio adopta extraños heterónimos con sus eventuales clientes de acuerdo con o según las circunstancias lo vayan condicionando; por ejemplo, Karin insistía en llamarla Bar. Libby no sólo lee libros robado en las librerías de los centros comerciales de la ciudad sino también asiste a galerías nuevas que proliferan al sur de la ciudad lo cual es índice de la extraordinaria sensibilidad estético-artística del personaje. En la novela, la protagonista Libby usa un artefacto de telefonía celular y Serguei utiliza el GPS para desplazarse por las intrincadas y laberínticas calles de Tel Aviv para facilitarse el tráfico que engulle su Volvo en una madeja de enloquecedores automóviles que pueblan el pandemonium citadino de la novela.
En toda la narración o mejor dicho, a lo largo de toda la novela se pueden leer frases y expresiones de inobjetable timbre psicalíptico que le confieren a muchos párrafos un jovial aire de salutísfera irreverencia en el manejo del lenguaje narrativo. No hay un ápice de vulgaridad léxica; antes por el contrario, un dechado de inveterada pulcritud verbal se enseñorea en cada página, párrafo o línea que se va dejando leer por nuestra casi patológica avidez lectora. Eso despierta en el lector que se atreva a leer esta portentosa experiencia novelesca.
Esta novela logra demarcar con meridiana maestría discursiva las frágiles y no pocas veces endebles fronteras que, obviamente, existen entre el discurso pornográfico y el erótico. Un perturbador magna de un lirismo erótico rige muchos pasajes de Amor, situando la novela entre lo más encomiable que mi sensibilidad de lector me ha sido concedida en lo que va de año.
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