En su origen griego amnistía significa olvido y define al consensuado perdón político. Conlleva una decisión compleja de los voluntarios gobiernos pacificadores, pues implica su plena confianza en las partes del conflicto, condición que garantiza el cabal cumplimiento del acuerdo. Si el dilema no se resuelve en directo se transfiere a tribunales foráneos que garantizan un juicio imparcial y transparente. Estos a la vez están sujetos al criterio de jueces superiores –una especie de moderno Sanhedrín- que controla su actividad. Este proceso de vigilancia especial hoy es noticia que atañe a la Corte Penal Internacional instalada en La Haya.
Condonar crímenes de lesa humanidad requiere la confesión total de sus delitos por los victimarios y tragos amargos de las víctimas. El modelo más importante de correcta amnistía en el siglo XX fue quizás la reconciliación del apartheid surafricano que convirtió a Nelson Mandela en ícono universal.
La transición del régimen franquista dictatorial hacia la democracia española necesitó un difícil indulto que a su vez logró aniquilar al terrorismo de ETA. Cuarenta años después Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español, manipula una presunta amnistía con radicales partidos independentistas de Cataluña sólo para permanecer en el cargo. Así deforma el posible convenio legítimo para un futuro de integridad nacional. Y el caso reciente de Siria deja en suspenso la prometida solución unitaria del sangrante fragmentado país.
El régimen criminal que durante veinticinco años usurpa el poder constitucional venezolano perdió varias oportunidades de ser amnistiado desde documentos públicamente firmados entre los empoderados y la Plataforma Unitaria en eventos que lucían propósitos muy serios, pero culminados en fraude. Es mundialmente conocido el Acuerdo de Barbados de 2023, incumplido sin vergüenza por los firmantes gubernamentales. En el lapso comprendido entre las elecciones del 28J y el próximo 10 de enero, la criminal represión ejercida por la dirigencia chavista ha sido la más intensa, extensa y cruenta, sin precedentes, registrada por la académica historia venezolana.
¿Y ahora qué nos espera? se pregunta el roto país desde el secuestro y la diáspora. Negociar de nuevo con farsantes de la tiranía empoderada por casi tres décadas, automáticamente la absuelve de culpas y castigos sellando un inducido suicidio colectivo.
Queda la doble opción que incumbe a la rebelión interna junto a los países garantes del famoso pacto en Barbados. Porque al regreso del presidente electo Edmundo González Urrutia para asumir el cargo en la fecha señalada por la violada Constitución debe ser acompañado –excluida Rusia– con delegaciones de Noruega, Países Bajos, Colombia, México y Estados Unidos. Más la presencia solidaria de naciones en verdad soberanas. Según el texto que los citados testigos firmantes avalaron en aquel famoso evento, se trata de un hecho vital asumido por ellos como de obligatorio compromiso.
De lo contrario será otra pantomima, esta vez más peligrosa que nunca, pues agregará otro motivo para desconfiar de instituciones, tratados y convenios entre países democráticos. Puerta abierta para el fascismo en todas sus versiones.