Dentro de la crítica generalizada al gobierno actual en los medios internacionales y entre los empresarios mexicanos (en privado), se asoma casi siempre un breve y leve aplauso o aprobación: por lo menos es avaro, codo, fiscalmente responsable o austero y conservador en el gasto. Mucho ya se ha escrito y dicho sobre las múltiples consecuencias del llamado “austericidio” (que en el sentido literal significa matar la austeridad), pero cada día aparece con más claridad una implicación adicional, seguramente la más grave.
Se entiende mejor con una pregunta, parecida a la que le hicieron a Ronald Reagan durante su campaña de 1980: ¿Cómo piensa reducir los impuestos, aumentar el gasto militar y equilibrar el presupuesto (cero déficit) al mismo tiempo? ¿Cómo piensa López Obrador elevar el gasto social y para sus proyectos de infraestructura, sin déficit y sin aumentar los impuestos?
La respuesta de Reagan en campaña –conscientemente mentirosa- fue que se lograría el milagro en cuestión por dos vías: combatir del despilfarro, el fraude y la mala administración (“waste, fraud and mismanagement”) en el gobierno, y gracias a la teoría de la oferta “supply-side economics” de Oscar Laffer. Se refería a una curva que mostraba como al reducir los impuestos, crecía más la economía, generando más ingreso, y por lo tanto, una mayor recaudación. Esto a su vez permitiría incrementar el gasto en defensa sin que creciera el déficit. La respuesta de AMLO en campaña y hasta ahora –igual de mentirosa que la de Reagan- consiste en reducir tres cosas: la corrupción, la corrupción y la corrupción.
La verdadera respuesta de Reagan vino después, en parte con el crecimiento estratosférico del déficit fiscal de Estados Unidos, en parte gracias a las revelaciones de su secretario de Programación y Presupuesto (OMB), el joven David Stockman. En una palabra, la respuesta de Stockman fue que la magia consistiría en realizar una enorme cantidad de recortes de programas sociales, de infraestructura, educación, seguro social para los más pobres (Medicaid), etc. ¿Cómo lo aceptaron sus adversarios y el Congreso en general? No había de otra, una vez que se habían reducido los impuestos y aumentado el gasto militar. Cuando este remedio resultó ineficaz y generó un déficit gigantesco, Stockman, ya sea haciendo de necesidad virtud, ya sea habiéndolo planeado, recurrió a la madre de todas las justificaciones: había que recortar más para contener el déficit. Así fue, y como lo repiten sin cesar especialistas como Krugman y Piketty, a partir de 1980 la desigualdad en Estados Unidos empezó a crecer. Nunca ha vuelto a disminuir.
En México hoy, la verdadera respuesta del gobierno –consciente o no, tácita o pública- es semejante. ¿Como cuadrar el círculo? Básicamente recortando el gasto social que no constituye el corazón del programa de la 4T, financiando así los nuevos programas y sus cuatro proyectos de infraestructura (4P). Se reducen o se eliminan Progresa/Oportunidades/Prospera y el Seguro Popular, el gasto en infraestructura, salvo los 4P de la 4T, el gasto en educación, en salud, en vivienda, en capacitación. Y cuando no alcance ya todo este paquete de recortes, y empiece a aparecer un déficit, se justificarán nuevos recortes, para eliminar el déficit creado por … la estrategia del gobierno y sus diversas camisas de fuerza. Habrá que ir recopilando las cifras que demuestran todo esto.
He allí el daño: la tacañería presupuestal de AMLO va a generar una merma enorme del gasto social no asistencial, con graves consecuencias para la salud y la educación de los mexicanos, con hoyos y desgarres cada día mayores en la red social de protección universal (no por segmentos), y en la infraestructura real –no hipotética- del país. Dentro de un decenio o dos, cuando veamos como aumentó la desigualdad en México a raíz de este esquema, lo podremos lamentar. Tendremos un primer esbozo en la entrega inminente de la nueva Encuesta de Ingreso-Gasto de los Hogares, levantada durante el último trimestre del año pasado y que deberá de aparecer a más tardar en agosto.