Para entender la actitud de López Obrador ante los empresarios —y las empresas— puede resultar interesante ubicarlo a él y a Morena en el contexto de la izquierda latinoamericana. La he seguido desde finales de los años ochenta, y López Obrador, a través del PRD, del Foro de Sao Paulo, del Grupo de Puebla, e incluso de un par de reuniones de Alternativa Latinoamericana a las que lo invité y acudió en 1997, ha sido parte de la misma. Esta, como lo he escrito varias veces, se dividió en dos corrientes desde esas épocas; conviene estudiar a cuál de ellas pertenece AMLO.
Una parte de esa izquierda —previamente radical, autoritaria, estatista, antiimperialista, castrista, incluso partidaria de la lucha armada— renunció a sus tesis y se volvió adepta del mercado, de la democracia representativa, de la globalización y del entendimiento con Estados Unidos por convicción. Los chilenos, los uruguayos, quizás algunos salvadoreños, parte del PT en Brasil, renunciaron a esos dogmas no solo porque comprendieron que con ellos jamás ganarían una elección, sino también porque concluyeron que los regímenes casados con ellos habían fracasado. Otros —los nicaragüenses, venezolanos, bolivianos y, creo yo, los mexicanos— también renunciaron a dichas tesis, pero por resignación. Captaron que eran inviables, mas no indeseables; al contrario, en un mundo ideal, ese modelo —muy identificado con Cuba— era lo deseable, aunque no fuera factible.
López Obrador y la gran parte de la izquierda mexicana desde 1988 —con la excepción de Muñoz Ledo— forman parte de esta segunda vertiente. Se han resignado a que “otro mundo no es posible”, pero no a que no fuera deseable. Quizás el mejor ejemplo —abundan otros, pero este es el más reciente y claro— yace en las declaraciones de López Obrador sobre los créditos del Infonavit y la autoconstrucción la semana pasada.
Se recordará que en una mañanera comentó que los créditos del instituto debieran entregarse directamente a los beneficiarios, sin pasar por los desarrolladores. Según Reforma, “López Obrador puso en la mira a otros presuntos ‘adversarios’ de los trabajadores: los constructores de vivienda.
En su conferencia matutina aseguró que los desarrolladores de vivienda de interés social se quedan con la mitad del crédito como ganancia haciendo malas casas.
Y como solución propuso que el gobierno entregue los créditos directamente a los trabajadores para que estos autoconstruyan sus casas, eviten el intermediarismo e incluso generen empleos. ‘Estoy planteando que se entreguen los créditos de manera directa a los trabajadores… porque entran las empresas y tienen ganancias… cobran muchísimo para un departamento muchas veces mal hecho en barrancas, en sitios alejados donde no hay comunicación, huevitos’.
Según el presidente, con el esquema de autoconstrucción el beneficiario podrá tener una casa bien hecha y ahorrará en materiales de construcción, al tiempo que generará empleos al contratar a albañiles”.
AMLO probablemente concluirá que su esquema no es viable, que ya se intentó (en Cuautitlán Izcalli, en los años sesenta, en la época de Hank) y fracasó, y que aunque parte de sus críticas sea válida, suprimir a los “vivienderos” no es verosímil. Se resignará a que su esquema es imposible, pero no se convencerá de que no es deseable.
Lo importante aquí es entender que en su mundo ideal, el gobierno (olvidando que el Infonavit es un organismo tripartito) entrega dinero a los ciudadanos, estos construyen casas económicas y sólidas, y las grandes empresas desaparecen. Mejor dicho: los destinatarios del dinero compran cemento, varilla, ladrillo, cimbra, tinacos, etc., a nuevas, grandes y “solidarias” empresas del Estado, que producen dichos bienes y los venden a precios menores, ya que no generan ganancias para sus dueños. Los dueños son todos los mexicanos, a través del Estado.
Insisto: volvamos a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM de los años setenta, a la izquierda latinoamericana antes de 1989, a los sectores de esa izquierda que realizaron su aggiornamento en lágrimas, lamentando la desaparición del socialismo real, y que sublimaron sus verdaderos deseos tras un velo de pragmatismo y realismo. Hasta que el regreso de lo reprimido los alcance, en plena autoconstrucción.