En la relación con Estados Unidos, el presidente de México se porta como un bravucón de barrio que después de retar y retar al rival, cuando llega la hora de la pelea, sale corriendo.
La última del bravucón que se achica la acabamos de atestiguar. Apenas en julio, López Obrador anunció —engolada la voz, erguido el pecho patrio— que en el discurso central de las festividades del 16 de septiembre iba a plantarle cara a Estados Unidos sobre las disputas que se han derivado del T-MEC. “Voy a aprovechar a informar el día 16 de septiembre… no vamos a ceder porque es un asunto de principios, tiene que ver con nuestra soberanía”. Lo planteaba AMLO como un grito de independencia frente al imperio americano.
Pues llegó la fecha. El viernes es 16 de septiembre. Y ayer en su conferencia mañanera, a unas horas de su reunión con el secretario de Estado, Antony Blinken, y con la secretaria de Comercio de Estados Unidos, Gina Raimondo, el bravucón se echó para atrás: “No voy a referirme el 16 a ese tema. Voy hablar sobre la paz en el mundo”.
Se dio la reunión AMLO-Blinken y al terminar, la calificó de productiva y amistosa. El bravucón de las mañaneras se topó con la realidad: si Estados Unidos dice que las diferencias se resuelven en las instancias institucionales que corresponden, pues las diferencias se resuelven en las instancias institucionales que corresponden, y punto.
No es la primera vez que el bravucón de Palacio se achica. En campaña advirtió que a Trump le iba a contestar cada tuit. Ya en el poder, fue a los jardines de la Casa Blanca a elogiarlo. Trump lo recordaría un par de años después: “Nunca había visto a nadie doblarse así”.
Hace apenas unos meses, antes de su visita a Biden en Washington, López Obrador se volvió abanderado de las dictaduras y dijo que llevaría ante el presidente americano la denuncia de que Cuba, Venezuela y Nicaragua habían sido segregados de la Cumbre de las Américas. Llegó a la Casa Blanca y no dijo una sola palabra sobre el tema.
Qué bueno. Qué bueno que el bravucón de las mañaneras queda en eso. Es muy buena noticia para el país, que en la relación bilateral más importante que tenemos en todos los planos, prive la sensatez. Es muy buena noticia que el presidente se serene y deje que la diplomacia haga su trabajo, que los asuntos se aborden con la seriedad que deben abordarse.
Lo que no es buena noticia es que en el camino el presidente quede como un bravucón que se achica, que lastime la investidura volviéndose el hazmerreír que amenaza, pero no cumple, que devalúe el peso de su palabra y carezca de la seriedad que amerita encabezar un país que es líder de América Latina, forma parte del G-20, es de las economías más importantes del mundo, tiene más de 3.000 kilómetros de frontera con la principal potencia, goza de un tratado comercial con esta y ocupa un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU. Para un país de pantalón largo, un presidente de pantalón corto. Menos mal que cuando llegan los grandotes de la escuela, se sabe comportar. De otra forma nos iría aún peor.
Artículo publicado en el diario El Universal de México