Por más de 70 años Venezuela quiso ser reconocida por Washington como un proveedor seguro y confiable de petróleo, sobre todo después de que México nacionalizó sus campos y no tanto después de que Arabia Saudita ofreciera todas las ventajas para la explotación de sus hidrocarburos livianos y ultralivianos.
Además de la cercanía, que no es tal –Canadá y México están al lado–, Venezuela tiene pocas ventajas sobre sus competidores. Su petróleo es pesado y con un alto contenido de azufre, vanadio y otros minerales que dificultan y encarecen su refinación. Ni siquiera en tiempos de guerra el petróleo venezolano fue imprescindible para Estados Unidos. El pequeño porcentaje que representa su suministro puede ser sustituido fácilmente por otro proveedor.
A la vieja Pdvsa y al servicio exterior venezolano de la democracia no se le ha reconocido en su justa dimensión haber mantenido el país como un proveedor de hidrocarburos en el mercado estadounidense. No fue fácil, además del cabildeo, que se hizo a un alto costo, se adquirió un conjunto de refinerías en Estados Unidos que le garantizaban llegar mejor a los mayoristas y directamente al consumidor, que fue el caso de Citgo con más de 5.000 gasolineras y tiendas de conveniencia.
Los sectores que se presentaban como progresistas, de izquierda, nacionalistas, protectores de los recursos no renovables y otros cognomentos consideraron “chucuta” la nacionalización del petróleo, el hierro y de las empresas básicas, que tenía que haber sido mucho más radical, más independiente de la tecnología gringa. Suponían que Estados Unidos pretendía apoderarse de las riquezas del subsuelo y se valía de su know how. La ignorancia es audaz.
Por un manejo equivocado, mucha ignorancia y una visión cortoplacista del negocio de la energía, los administradores nacionales fueron incrementando las dificultades y los costos de producción, mientras que en el Medio Oriente y en otras regiones ofrecían más facilidades para la inversión, la explotación y la comercialización. Antes que criticar el entuerto de la nacionalización, que hacía más poderosos a los partidos gobernantes, se criticaba a Petróleos de Venezuela, que fue ejemplo de eficiencia y buen manejo hasta antes de su politización y de que se le despojara de los 5 millardos de dólares de su fondo de inversión para quemarlos en el mercado de divisas en el gobierno de Luis Herrera. La destrucción llegó con la huelga petrolera de 2003 promovida y alentada por el gobierno y el despido de 20.000 trabajadores de la nómina menor, mayor e intermedia.
Una buena camada de políticos y un alto porcentaje de la población creían que Estados Unidos no podía prescindir del petróleo venezolano, que era un ingreso asegurado y creciente, mágico. Hasta hace dos meses una publicación del gobierno cubano enumeraba algunas de las presuntas razones por la que Donald Trump seguiría comprándole a Pdvsa y a sus socios. Lo oculto es que Rusia sustituye a Venezuela como proveedor de hidrocarburos de Estados Unidos y de Cuba, entre otros ex clientes de Petróleos de Venezuela, y en cantidades mucho mayores. Moscú se quedó con el mercado de Pdvsa en Estados Unidos y muestra sus aviones Tupolev-160 en Maiquetía para advertir que no permitirá cambios en el nuevo status quo.
La guerra contra Pdvsa como proveedor seguro y confiable de hidrocarburos no empezó en 1999; quizás muchos de los acontecimientos que antecedieron en esa fecha son consecuencia de una conspiración de larga data que involucra a competidores y también a socios en la OPEP. En los años noventa Venezuela se disponía a aumentar su producción petrolera a 5 millones de barriles diarios, pero los planes fueron interrumpidos con un fracasado golpe de militares que no se habían enterado de la caída del muro de Berlín, como muchos teóricos universitarios y no pocos periodistas. La producción petrolera se mantuvo, pero enseguida Rusia que se había escapado del comunismo oxidado ofrecía ventajas extraordinarias a las multinacionales petroleras. En poco tiempo estabilizó su producción y aprovechó con tino la subida de los precios de la primera década del siglo XXI. Ya produce más petróleo que Arabia Saudita y un poco menos que Estados Unidos, que alcanzó los 12 millones de barriles diarios.
Venezuela, que hace ostentación de poseer las mayores reservas probadas y certificadas de crudo explotable, produce hoy menos de 600.000 barriles diarios. Los que no entrega a precio preferencial a Petrocaribe, regala a Cuba y envía a China, Rusia y la India como parte de pago los lleva como un paria de un puerto a otro rogando que se los compren y, sobre todo, se los paguen.
El país flota en un mar de petróleo pero lo único que está a la vista, además de la hambruna generalizada, son deudas y la chatarra de las refinerías que no se han robado. Los contratos por sistemas de defensa, los préstamos milmillonarios y los acuerdos que entregan el subsuelo en propiedad –por primera vez desde la llegada de Colón– son secretos, el mismo secretismo que siempre hizo ricos a los militares y ahora a la camarilla cínico-castrense que admira a Marx y le rinde tributo a Vladimir Putin, aunque aportó medio millón de dólares para la fiesta de juramentación presidencial de Trump. Compro receta para fabricar patacones de petróleo, gratinados o sin gratinar, y pastelitos andinos ibídem.
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