El pasado 21 de septiembre en todo el mundo se recordó -y uso este último verbo muy a propósito- el Día Mundial de la Concientización sobre la Enfermedad de Alzheimer y otras demencias. Estas son enfermedades crueles que no sólo afectan a quienes las padecen, sino también a sus seres queridos más cercanos. Lo sé de primera mano. Los familiares y amigos de las personas con estas condiciones enfrentan desafíos emocionales, sociales y prácticos, a medida que acompañan a los afectados en este difícil proceso. Cuidar a alguien con Alzheimer y otras demencias puede ser una montaña rusa emocional porque se experimentan una amplia gama de emociones, desde la tristeza y la frustración, hasta la alegría y la gratitud. Presenciar la pérdida gradual de la memoria y la personalidad de un ser querido es desgarrador y genera una terrible sensación de impotencia, ansiedad y estrés.
Y el destino a veces puede ser irónico y despiadado, afectando a las personas más brillantes y admiradas. Tal es el caso de Herbert Koeneke, un profesor excepcionalmente inteligente y respetado, cuya mente está siendo desafiada por la enfermedad de Alzheimer. Koeneke es periodista egresado de la UCV con maestría y doctorado en Estudios de la Comunicación en la Universidad de Stanford. También es politólogo de la UCV con maestría en Ciencia Política de la Universidad de Michigan y PhD en Ciencia Política de la Universidad de Tulane. Un currículo excepcional. En su trabajo, dedicado enteramente a Venezuela, fue coordinador de la Maestría y del Doctorado en Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar y cofundador de la Especialización en Estudios de Opinión Pública y Comunicación Política de la USB, además de profesor de la Escuela de Comunicación Social de la UCAB durante muchos años.
El profesor, de 75 años, vivía solo en Caracas, pues sus dos hijos, Jean y Herbert Jr, gemelos y ambos ingenieros egresados de la USB, están radicados desde hace muchos años en Alemania. Sus hermanos, cuñadas y sobrinos viven en Estados Unidos. El profesor Koeneke, sin embargo, tomó la decisión de quedarse en Venezuela, porque ama a su país, al que dedicó su vida en el campo de la academia.
A medida que su memoria se desvanecía y sus habilidades cognitivas se debilitaban, Herbert comenzó a enfrentar desafíos cada vez mayores, especialmente en relación con su capacidad para encontrar el camino a casa. Se perdió tres veces, dos buscando el camino hacia San Bernardino, donde quedaba su casa de cuando era niño, y otra que lo llevó hasta Petare. En todas las oportunidades las redes sociales demostraron su efectividad, pues quienes lo encontraron lo ayudaron, avisaron a sus amigos y lo cuidaron. En medio de esta dolorosa realidad siempre estuvieron presentes sus amigos. Por eso este artículo es un homenaje a la amistad, que demuestra que los nexos del espíritu pueden ser iguales o aún más fuertes que los nexos de la sangre. Menciono con emoción al profesor Daniel Varnagy, quien primero fue su alumno y luego su compañero de investigación y vecino de cubículo durante veinticinco años. Siempre trabajaron juntos, hasta que Herbert no pudo hacerlo más y Daniel se convirtió en su fiel compañero y apoyo, una suerte de hermano menor, y el contacto con los hijos del profesor.
Alexandra Silva es secretaria de la Coordinación de Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar, donde el profesor fue su jefe. Alexandra ha sido su ángel: estaba pendiente de él, lo acompañaba, le hacía comida, las compras del mercado, hizo las gestiones para sacarle el pasaporte venezolano, lo cuidaba en su casa y cada vez que se perdió, fue ella quien hizo los reportes y coordinó las búsquedas. Igualmente nombro a Angélica Oropeza, su estudiante de la Maestría, quien fue la persona por cuyas diligencias se logró renovarle el pasaporte venezolano para que pudiera viajar a reunirse en Europa con sus hijos.
También debo incluir en este grupo de amor al licenciado y MSc. Jonathan Gutiérrez, su alumno en la UCAB, donde Koeneke le dio clases tanto de periodismo político como de comunicación política. También fue su profesor en la Universidad Simón Bolívar, en sus dos posgrados en Ciencia Política, tanto en la especialización como en la maestría. En ambos posgrados fue su tutor de tesis. En sus propias palabras, Jonathan refiere: “Ha sido mi mentor y un referente. No tengo como agradecerle todo el conocimiento, formación y dedicación que ha tenido conmigo. Es discreto, sencillo y gentil, con una personalidad muy ecuánime, como docente destaca por ser disciplinado, acucioso y muy generoso en compartir su conocimiento. Hablar del profesor Herbert es como hablar de un padrino, o un padre. En el último evento (la desaparición) fui quien coordinó la búsqueda y una de las personas que lo encontró en San Bernardino, muy cerca de su casa de infancia y adolescencia. Debo decir que en este último extravío se activó una búsqueda a través del chat de alumnos de los posgrados en Ciencia Política de la USB (que luego circuló profusamente por todas las redes). Al profe lo encontró un taxista en San Bernardino, lo reportó, lo cuidó hasta que llegamos dos de sus alumnos de posgrado de la Simón, Alfonso Campos y yo. También debo decir que además del taxista, una familia de San Bernardino cuya hija es estudiante de la Simón Bolívar le dio apoyo, desayuno y agua mientras nosotros llegábamos. Ese día nos apoyaron varios alumnos para acompañarlo hasta horas de la noche, momento en el que llegaría la enfermera que lo cuidaría desde entonces 7×24. Estuvieron Alfonso Campos, Liliana Velásquez y Jorge Machado, profesor de Filosofía de la UCV y amigo del profesor”.
La historia de Herbert con Daniel, Jonathan, Alexandra y Angélica y sus otros alumnos y colegas (la red de apoyo se conformó con estudiantes de maestría o doctorado, todos alumnos del profesor, como Julio Romero, Enderson Medina, Wilfredo Puertas, Carlos Castañeda y Mayra Moreno) es un testimonio del poder del amor y la amistad en tiempos difíciles. A pesar de los obstáculos y las adversidades, ellos demostraron una dedicación inigualable hacia su amigo, brindándole la seguridad y la confianza necesarias para enfrentar los desafíos del Alzheimer.
Antes de ir a encontrarse con sus hijos, sus primos Machado Koeneke le hicieron un almuerzo de despedida. Fue un momento entrañable y divertido cuando los llamó por sus sobrenombres de cuando eran niños…
Ayer hablé con Daniel Varnagy, quien iba acompañándolo en su viaje para reunirse con sus hijos en Europa. La idea de que Herbert viajara solo era inconcebible. Con una amistad forjada a lo largo de décadas, Daniel conocía cada detalle de su vida y comprendía la importancia de estar allí para él en este momento crucial. En su viaje, Daniel iba como su guía y protector, una manera de demostrarle a su amigo su afecto y gratitud por todo lo que recibió de él. Me mandó una foto de ambos sentados en el avión. Herbert iba contento y sonriente. Pero como dice Jonathan, “me alegra que se vaya a reencontrar con sus hijos que lo aman y estarán atentos de él y lo cuidarán. Por otro lado me da mucha tristeza que deje Venezuela, y que a su edad y en su condición emprenda un viaje a otro país, a un país como Alemania (Koeneke no habla alemán), y tenga que enfrentar la migración y el desarraigo”. Eso es terrible. Dentro de este contexto, no quiero imaginar la despedida y el regreso a Venezuela solo de Daniel Varnagy…
El amor que estas personas le demostraron a su amigo Herbert Koeneke es un testimonio más de cuál es la mayor de las fuerzas. Aun extrañando la conexión, comunicación y momentos maravillosos que tuvieron a lo largo de su relación con él, superaron esta serie de desafíos emocionales y silenciosos, y le brindaron un apoyo amoroso a lo largo de su viaje con la demencia. ¡Gracias en nombre de quienes conocemos y queremos a Herbert!
@cjaimesb