Rara vez un lugar común ayuda a entender asuntos complejos. El estereotipo de la dualidad entre la proximidad y la lejanía que definen las relaciones entre América Latina y España lo es y las ha signado durante décadas. Sin embargo, además de haber serias dificultades a la hora de identificar los propios polos de la relación, se debe tener en cuenta cómo ha variado la misma. América Latina aparece como una región muy enmarañada en la que los asuntos que se dan en el seno de los países que la integran adquieren perfiles muy particulares y los propios estados compiten en el marco de un vecindario en el que hay tensiones frecuentes. Por su parte, España ha acentuado en los tres últimos lustros sus problemas identitarios internos mientras asienta una posición más firme en el seno de una Unión Europea donde el Brexit ha rediseñado las relaciones entre los socios. Por otra parte, los vínculos gozan de un carácter dinámico que viene marcado por el transcurso del tiempo, por la circunstancia de que el pasado se sedimenta contribuyendo a explicar el presente y por los cambios que se registran en terceros actores cuya entrada y salida de la escena es notoria.
Los países de América Latina y España comparten su inserción en la denominada tercera ola democratizadora que arranca a mediados de la década de 1970, una circunstancia insólita en su historia. La notable renovación de las relaciones condujo a una evidente intensificación de los contactos en ámbitos diferentes, aunque a veces complementarios, como la cultura, la educación, la economía y la política. Quizá sobresalió una estrategia, más activa desde la parte española, al impulsar reuniones periódicas al más alto nivel siguiendo el formato de las cumbres iberoamericanas y su posterior institucionalización en la Secretaría General Iberoamericana, hoy lánguida.
No obstante, a partir del nuevo siglo han tenido lugar desde el lado latinoamericano tres fenómenos de naturaleza diferente cuyos efectos se han intensificado notablemente en la última década y que pueden modificar el heterogéneo marco relacional prexistente.
El primero se refiere al reforzamiento del marco identitario que tiene por eje la cuestión “originaria”. Larvado en torno a las conmemoraciones del denominado V Centenario del Descubrimiento de América supone, aunque no sea algo inédito en la naturaleza histórico-cultural de la región, una introspección sobre la identidad en la que lo indígena, prístino y bondadoso, se opone al conquistador, turbio y violento. Las demandas de petición de excusas a los altos responsables políticos españoles se siguen junto con la satanización de figuras y efemérides de la colonia que ven sus estatuas arrinconadas, así como con el cambio de nombre de lugares públicos. Países en su mayoría dotados de una riqueza lingüística enorme ven resurgir una demanda de reconocimiento de lenguas vernáculas marginadas por la presencia oficial del español. Las palabras del nuevo presidente peruano en su toma de posesión o lo acontecido en su Congreso a propósito del uso del quechua o en la Convención constituyente chilena con respecto a la reivindicación de la comunidad mapuche son evidencias claras muy recientes. En definitiva, la siempre difícil articulación del carácter plurinacional se alza como un reto para una España oficial que vive una situación similar en su propio terreno.
El segundo fenómeno viene de la mano del auge de China. En apenas dos décadas se ha convertido en el primer socio inversor y comercial de muchos países latinoamericanos, adquiriendo un papel preponderante en el terreno económico y desplazando a Estados Unidos, cuya presencia en América Latina se había ido restringiendo a cuestiones migratorias y del narcotráfico al estar más centrada geoestratégicamente en oriente medio. Ahora, el regreso de las tropas estadounidenses reabre la oportunidad de una mayor centralidad de la región, pero las posiciones de China ya están tomadas y socavan procesos de integración regional como el de Mercosur al haber abierto Uruguay negociaciones con el país asiático sin consultar con sus socios. En este escenario, la presencia española se ve limitada y se aleja del momento de mayor imbricación económica previo a la crisis de 2007.
Por último, hay que considerar el deterioro significativo que vive un número creciente de países latinoamericanos en su calidad democrática que hace más compleja la interacción. Lidiar bajo el síndrome de regímenes iliberales o directamente no democráticos supone una complejidad añadida en la agenda ordinaria de las relaciones entre Estados. A la profunda deriva autoritaria registrada en Venezuela y Nicaragua se añade la que vive El Salvador y la que se avizora en Guatemala y en Honduras. El devenir que confronta Brasil o Perú no facilita las cosas.
Desde la perspectiva española el escenario tampoco parece fácil a la hora de establecer pautas sobre las que asentar las relaciones latinoamericanas. Sin tratarse de una lógica “suma cero”, la europeización de la vida pública española desempeña un factor determinante proyectándose en dos direcciones que deben tenerse en cuenta. La primera se refiere a la mayor imbricación de la economía española y de su sociedad en el proyecto europeo redefinido tras el abandono de la Unión por parte de Gran Bretaña. La segunda se relaciona con las preferencias de las elites españolas, así como por el peso que Europa ha jugado en su experiencia vital. Un repaso a las trayectorias profesionales de quienes integran el gobierno español lo evidencia en un escenario en el que, curiosamente, uno de los integrantes del gobierno de coalición, Podemos, tuvo en sus orígenes un claro componente latinoamericano.
En paralelo, las efemérides de las independencias, que en algunos casos nacionales celebran los dos siglos, han coincidido con otras bastante significativas como las que han conmemorado la fundación, y la caída, de Tenochtitlan. Todo lo cual ha supuesto la reapertura obstinada del viejo asunto que liga la responsabilidad del ente colonizador para con los pueblos colonizados. La relectura sesgada del pasado se confronta con los designios del futuro en un escenario que no deja de ser azaroso donde se pugna por la solidez del relato en un entorno que ha cambiado significativamente por la fatiga de las democracias que se viene haciendo crónica y por la presencia de China.
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Manuel Alcántara Sáez es Catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Salamanca y profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Autor de El oficio de político (2ª edición, 2020, Tecnos)
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