OPINIÓN

América Latina y el incierto giro a la izquierda

por Carlos Malamud Carlos Malamud

Desde hace al menos un par de años y de forma insistente se habla de un potente giro a la izquierda en América Latina, una nueva marea rosa, y de sus implicaciones no sólo nacionales sino también regionales. Más allá de los viejos eslabones de la cadena (López Obrador en México y un cada vez más descafeinado Alberto Fernández en Argentina a los que se podrían añadir Nicaragua y Venezuela), todas las esperanzas renovadas para 2022 estaban puestas en Chile, Colombia y Brasil.

Con independencia de que finalmente gane Lula en segunda vuelta (a celebrarse el próximo 30 de octubre), el análisis de los resultados de los últimos comicios latinoamericanos, como el plebiscito chileno, las elecciones locales y regionales en Perú o las parlamentarias y presidenciales en Colombia y Brasil, daría lugar a unas conclusiones más matizadas. A esto se suma la posible derrota electoral del peronismo dentro de un año, lo que corroboraría la idea de que los mismos electores que una vez votan en un sentido a la siguiente pueden hacerlo en el otro, al margen de su ideología. Pues, como recordó recientemente Rogelio Núñez, las mareas, o los golpes de péndulo, son cada vez más cortos.

De las 14 últimas elecciones presidenciales celebradas en la región, solo en Nicaragua y gracias a aplicar mecanismos antidemocráticos y una feroz represión pudo ganar el gobierno

Uno de los argumentos esgrimidos para cuestionar el relato del giro a la izquierda es que estamos frente a un voto de castigo a los oficialismos, un voto bronca contra la gestión de gobiernos incapaces de satisfacer las legítimas demandas ciudadanas, en lugar de una clara apuesta “progresista”. De las 14 últimas elecciones presidenciales celebradas en la región, solo en Nicaragua y gracias a aplicar mecanismos antidemocráticos y una feroz represión pudo ganar el gobierno. En los restantes casos, daba igual si quienes optaban por mantenerse en el cargo representaban a la izquierda o a la derecha.

Más allá de la potencia del argumento antioficialista, y al igual que aquel que sostiene la idea del giro a la izquierda, los dos se apoyan en el fuerte presidencialismo regional. Por eso es necesaria una doble consideración. Primero, son cada vez más los países latinoamericanos donde los presidentes se eligen en segunda vuelta, buscando reforzar su legitimidad de origen. Segundo, si bien es frecuente que las elecciones legislativas se realicen de forma simultánea a las presidenciales, sus resultados suelen dar lugar a parlamentos fragmentados. De este modo, el gobierno deberá desempeñarse en minoría o teniendo que articular complejas coaliciones parlamentarias en la búsqueda de mayor gobernabilidad.

Y si en lugar de poner el foco en la filiación partidaria de los gobernantes, o en su adscripción política – ideológica, prestamos más atención al comportamiento de los electorados nacionales, las conclusiones extraídas deberían ser diferentes. En Chile (diciembre de 2021) y Colombia (junio de 2022) ganaron los candidatos de izquierda, pero sin la suficiente mayoría parlamentaria para gobernar sin problemas. De ahí las alianzas hacia el centro y la derecha que tanto Gabriel Boric como Gustavo Petro debieron forjar con agrupaciones descalificadas por ser parte de la “política tradicional” o “neoliberales”.

En Brasil, si bien es posible el triunfo de Lula da Silva (sin excluir totalmente lo contrario), éste debería gobernar con un Congreso donde el bolsonarismo avanzó de forma importante en ambas cámaras y con una distribución del poder territorial (gobernadores) poco favorable. En Perú, durante las elecciones subnacionales (locales y regionales del 2 de octubre pasado), tanto Perú Libre (el partido por el que se presentó el presidente Pedro Castillo) como Fuerza Popular (fujimorista) obtuvieron resultados mediocres. En su lugar, predominaron alianzas departamentales con fuerte presencia de “independientes”. Incluso en el plebiscito chileno, tras el contundente triunfo del rechazo, contrario a la posición defendida por Boric, se ve un gran descontento popular con el gobierno.

En todos estos casos, pese a la insistencia contraria, es difícil encontrar una posición mayoritaria en favor de las opciones más “progresistas”. La realidad política y electoral latinoamericana es compleja, variada, heterogénea y fragmentada. No hay una posición monolítica hacia la izquierda. Incluso entre los presidentes incluidos en esta categoría hay diferencias abismales (políticas, ideológicas, generacionales, etc.). Es más, quienes hoy están en el poder tampoco podrán gobernar con la facilidad que tuvieron sus predecesores de la primera década del siglo XXI, en plena fiesta del súper ciclo de las materias primas.

El resultado del plebiscito chileno fue un aviso para navegantes de alcance regional. Si quieren prosperar, los nuevos intentos de reforma constitucional deberán buscar amplios consensos políticos y sociales. Los ensayos “revolucionarios” bolivarianos, como en Venezuela, Bolivia y Ecuador, ya son historia pasada. Más allá de la polarización que se quiere imponer por doquier, y con el objetivo de impulsar amplios acuerdos nacionales que permitan salir de la profunda crisis actual de América Latina, el futuro de la región debería permanecer al margen de las mareas de uno u otro signo y ser canalizado por los andariveles más templados de la política.

Artículo publicado en El Periódico de España