El reciente triunfo de Gustavo Petro en las elecciones de Colombia rompiendo con una hegemonía histórica entre liberales y conservadores –llamados de “derecha”– aunado con los recientes triunfos de Gabriel Boric (Chile) y Pedro Castillo (Perú), quienes constituyen un trinomio ideológico de “izquierda”; contrario a lo ocurrido en Ecuador y Uruguay, donde Guillermo Lasso –actualmente acosado por protestas sociales y de grupos indígenas– y Luis Lacalle Pou, respectivamente, derrotaron a la izquierda que había prevalecido en esas naciones de los últimos años, o que Mauricio Macri (derecha) haya perdido la reelección en Argentina con Alberto Fernández de “centro-izquierda” en Argentina, sin obviar la Bolivia con Luis Arce (izquierda), así como el posible retorno de Lula Da Silva en un gigante Brasil, aún controlado por el ultraderechista Jair Bolsonaro, e incluso ver que emerjan importantes deportistas como José Luis Chilavert –considerado el mejor portero suramericano del siglo XX– aspirando a suceder a Mario Abdo Benítez en Paraguay con su “derecha libertaria”¹, son apenas unos cambios o posibles cambios políticos en el contexto de esos países y Estados.
Igualmente, la llegada a la presidencia del izquierdista Andrés Manuel López Obrador (2018) en Mëxico, después de haber derrotado al derechista Partido Revolucionario Institucional (PRI), que fue inicialmente desmontado por Vicente Fox (2000), luego de permanecer el PRI todo el siglo XX en el poder, mientras también naciones más pequeñas de América Central y el Caribe alternan constantemente sus agrupaciones políticas en sus gobiernos, evidencian que las dos primeras décadas del siglo XXI, América Latina no ha encontrado en esos cambios políticos sus transformaciones sociales.
Tampoco podemos olvidar que la historia materializa dos condenables magnicidios contra presidentes democráticos con Salvador Allende (1973) en un sangriento golpe de Estado en Chile, y el más reciente sobre Jovenel Moïse en Haití (2021), y este último, quien incluso unos pocos meses antes de su asesinato denunció que “un grupo de oligarcas» quería «apoderarse de Hait픲 son ejemplos de que los cambios políticos violentos, sumados con los numerosos intentos de golpes de Estado en la región, solo testifican que la lucha por el poder, si bien en este siglo han disminuido significativamente los alzamientos militares, también han surgido nuevos esquemas de dominio político, centrados en neototalitarismos, sobre los cuales existen tres gobiernos que desde la base del apoyo popular convirtieron sus promesas de cambio, en esquemas de perpetuidad política y violación sobre los derechos humanos, a saber: Cuba, Venezuela y Nicaragua.
En efecto, la revolución liderada en 1959 por Fidel Castro creó una forma de concentración, autocrática y hegemónica, donde solo Fidel Castro (1959-2008, fallecido), Raúl Castro (2008-2019) y ahora, Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez (2019 -), han ejercido la primera magistratura, sobre lo cual se sumó Venezuela con la llegada en elecciones libres por Hugo Chávez en 1998, y quien si bien el ejercicio de sus períodos hasta 2012 fueron producto de elecciones libres, su muerte en 2013 desencadenó que Nicolás Maduro, que a pesar de que ese año obtuvo la victoria en justa lid democrática, posteriormente “ganó” unas cuestionadas elecciones “presidenciales” en su reelección, muy criticadas tanto por la población nacional como por la comunidad internacional (2018), las cuales también resquebrajaron la Asamblea Nacional opositora (2015) que tenía los dos tercios de su composición antimadurista, y anulada en sus decisiones jurídicas y políticas por una “constituyente” oficialista, ilegal e ilegítima que en 2017, violando la Constitución Nacional sin llamado a referéndum previo y que desde ese entonces llevó a la cárcel a cientos de opositores por su derecho de pensar; y además desató una terrible crisis económica que originó en contrapartida el éxodo de aproximadamente 6 millones de venezolanos, esparcidos fundamentalmente por América Latina.
Cierra este grupo de naciones alejadas del contexto democrático Nicaragua con Daniel Ortega, quien además de ser el líder de la llamada revolución sandinista en los años setenta y ochenta, ejerció el poder entre 1985 y 1990, año en el cual lo perdió en unas elecciones libres. Luego, a partir de 2006, cuando vuelve a ganar las elecciones, se mantiene de manera férrea haciendo uso, incluso, de cuestionados comicios y una feroz persecución a la oposición política, cuyos líderes están algunos encarcelados y otros en el exilio. Hasta la Iglesia y organizaciones no gubernamentales han sido duramente marcados y hasta «ilegalizados» por tal régimen, lo cual, al igual que Cuba y Venezuela, ha tenido consecuencias de sanciones internacionales y desconocimiento en el plano de las naciones democráticas.
En consecuencia, tomando como parte de la constitución de sistemas y estructuras de Estados modernos desde la segunda mitad del siglo XX en América Latina, se generan un número considerable de preguntas donde todas nos conducen a una sola: ¿Son suficientes cambios políticos o de “ideología” para alcanzar transformaciones sociales en América Latina?
Evidentemente que la realidad encontrada hasta la contemporaneidad está sumida en aumento de la pobreza, una destrucción constante de las riquezas ambientales comprometidas con un fatal extractivismo que también destierra comunidades indígenas, y una emigración, que en tiempos poscovid-19, se ha visto multiplicada no solo desde Venezuela, por las razones expuestas, sino que el oxigonio de problemas políticos, económicos y sociales han derivado en que prácticamente todas las naciones del continente se vean afectadas con ese fenómeno de dificultades y una permanente acción de deterioro en el nivel de vida de los pueblos.
¿Qué hacer ante semejante realidad y complejidades? En la próxima entrega generaremos aportes por una América Latina distinta, más equitativa y con mejor distribución y explotación de sus recursos naturales.
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