El triunfo de Lula da Silva que anunciamos de manera probable antes de los inicios de campaña presidencial en Brasil¹, si bien es un paso importante por lograr que el gigante amazónico de América Latina vuelva a la estabilidad política con una marcada recuperación económica, no resulta suficiente para que el continente que yace perdido en lo ideológico y social, y con más acentuación en una etapa posterior a la pandemia del coronavirus, pueda reencontrar políticas públicas diferentes, las cuales hasta la presente década han atizado la pobreza, el hambre y la emigración como un espacio del averno que viven millones de latinoamericanos, y con mayor depauperación sus poblaciones indígenas.
Lula, quien seguramente buscará la reactivación del llamado Mercado Común del Sur (Mercosur) o la frustrada Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), antes, tendrá que lidiar en Brasil con un congreso y la mayoría de gobernaciones controladas por Jair Bolsonaro, lo cual revela que no será fácil (de)construir una agenda diplomática externa sin facilidades políticas y sociales internas.
Y mientras la deforestación y contaminación de la Amazonia son parte de los problemas que también deberá enfrentar el presidente electo brasileño, el resto de la región no termina de generar un conjunto de acciones colectivas que pudieran en consonancia revertir las dificultades económicas, que atraviesan la mayoría de naciones de América Latina.
Además, el conflicto generado por el genocida Vladimir Putin sobre Ucrania, ha impactado significativamente los problemas de inflación de alimentos en el mundo, y en este contexto, al ser la agricultura latinoamericana estrictamente dependiente en las materias primas agrícolas de las economías foráneas como la propia Rusia –fundamentalmente en Argentina y Brasil– y de naciones europeas, como Turquía, pues, es evidente que la confrontación geopolítica en el este del “antiguo” continente, se haya convertido en otro factor de indigencia política para los gobiernos y Estados de nuestra región.
Y si bien existen iniciativas positivas en el marco de la integración geopolítica, no se precisan ni ejecutan planes articulados en el continente en las áreas: agrícola, industrial, tecnológica, y menos educativa. Verbigracia, el siglo XXI se está originando un enorme distanciamiento entre el conocimiento y la producción entre las naciones desarrolladas y América Latina como un espacio que, a pesar de sus múltiples riquezas naturales, pareciera que no existen gobiernos que pueda orientar sus sociedades hacia el tránsito del progreso social y desarrollo económico de manera equilibrada y en conjunción con las necesidades humanas más básicas.
De hecho, y si aplicamos que la educación es parte de esa integración humana y básica para el desarrollo de cualquier sociedad, el más reciente informe de Unicef sobre la violencia en América Latina en relación con la población infantil, señala que 2 de cada 3 niños entre 1 y 14 años está expuesto ante múltiples condiciones de violencia. O sea, dos tercios de los pequeños son sometidos a condiciones de cualquier forma de abuso y maltrato en la región, esto sin obviar que para 2021, sin que aún tengamos cifras complementarias para 2022, se estimaba en más de 100 millones de niños que no estaban recibiendo ninguno tipo de formación educativa, ni siquiera a “distancia”, mientras que un estudio del Banco Mundial³ para nuestra región, señalaba entre sus cifras, muy preocupantes e incluso antes de la pandemia que 51% de niños y niñas de 10 años no podían leer ni entender un texto sencillo, y que dicha situación se correlacionaba desde 21% en Trinidad y Tobago hasta 81% en República Dominicana.
Es más, nadie como líder, presidente o jefe de Estado vemos que tan solo logre proponer un convenio latinoamericano de integración educativa. Los presupuestos para la educación, sólo se manejan con cifras “macro” de producto interno bruto (PIB). Y es que en países como Venezuela, las escuelas, liceos y universidades ni siquiera reciben ingresos ordinarios para adquirir productos de limpieza y papel higiénico para los sanitarios; cuando la realidad debería ser que en una nación conocida como la patria del Libertador, si tenemos una población estudiantil de unos 10 millones de niños y adolescentes, y se destinara un dólar por alimentación y otro dólar por materiales pedagógicos y tecnológicos, estaríamos hablando de unos 20 millones de dólares diarios, es decir, 600 millones de dólares al mes y poco más de 7.000 millones de dólares anuales; y la realidad inmersa habla que una gobernación como la del Zulia, con más de 2 millones de habitantes, apenas estaría recibiendo 500.000 dólares anuales para todo su presupuesto. Entonces, ¿puede una nación de América Latina, con características presupuestarias similares como las que tiene Venezuela, mejorar sus condiciones educativas y sociales?
América Latina ha perdido el rumbo, desde que la educación solo se menciona por demagogia y populismo, y la praxis financiera de los Estados comprueba que ha sido considerada una carga presupuestaria; y peor, se observa un aumento de la deserción estudiantil, donde la emigración, aunado con las pocas posibilidades de progreso económico y movilidad social que no son garantizadas en la región por aumentar el nivel educativo y del conocimiento, seguirán condenando a nuestros países al atraso, la miseria y el subdesarrollo.
No basta con seguir realizando investigaciones que “detecten” el problema interrelacionando el oxigonio del hambre, la educación y la pobreza, como las necesidades de la gente en Latinoamérica. Necesitamos una nueva forma de gobernar, en tiempos que la suprageocomunicacionalidad de Google, Meta, Twitter, Microsoft, TikTok, entre otras redes y programas, prácticamente dominan y establecen sus parámetros de gobernabilidad tecnológica mundial, y cuando un celular Android o “inteligente” es más importante para un adolescente que un libro, un lápiz y un cuaderno. El mundo cambió con el siglo XXI, pero América Latina parece que retorna al siglo XX, y más aún, a la economía rural que prevaleció en tales contextos históricos. El reto es inmenso, y por ahora, lo estamos perdiendo en casi todo el continente.
@vivasssantanaj_
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³ https://observatorio.tec.mx/edu-news/pobreza-del-aprendizaje-en-latam-alc