Hemos insistido –y continuaremos insistiendo– en preparar iniciativas y políticas públicas, desde los estados nacionales, subnacionales o municipales, para generar mejores escenarios para la industria y desarrollo de la movilidad eléctrica libre de emisiones de dióxido de carbono.
Se está avanzando en las últimas décadas en sustituir la matriz energética de los países: desde el uso de carbón al petróleo (gasolinas fósiles), de este al gas natural (vía convencional o fracking) y de ahí a renovables (solar, eólica). La transición costó mucho en términos de construcción de nuevos paradigmas, desarrollo de tecnologías y adaptación de la sociedad, pero se logró avanzar.
La contaminación del aire de las ciudades es producto de emisiones del uso de combustibles fósiles del transporte público privado. Es un hecho. En varias columnas hemos presentado data y hechos –de expertos y agencias– que insisten en que la movilidad eléctrica debe ir reemplazando el uso de vehículos movidos a combustibles fósiles hoy responsables de 30% de los gases de efecto invernadero del mundo. Es verdad que aún hay camino por recorrer pero en este tiempo se deben ir preparando las bases mínimas para esa transición. Oportunamente sugerí una iniciativa latinoamericana para vehículos eléctricos.
Las nuevas flotas de vehículos eléctricos –privados y públicos– van a lograr el principal objetivo: reducir emisionesde gases de efecto invernadero. Siempre hemos resaltado el hecho de que los vehículos eléctricos van de la mano de la eficiencia energética, ya que convierten entre 59% y 62% de la energía eléctrica en potencia directa para sus ruedas, comparado con una proporción de entre 17% y 21% en el caso de los autos a gasolina (dato: Federación Internacional del Automóvil). Contrariamente a los vehículos que usan fósiles, los eléctricos alcanzan mayor velocidad y definitivamente se terminará la contaminación sonora. Son silenciosos.
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