Por Carlos Moreira/Latinoamérica21
El próximo 20 de enero Joe Biden asumirá como 46° presidente de Estados Unidos. ¿Cómo afectará este cambio de gobierno las relaciones entre Washington y América Latina? A continuación, algunas pistas.
Una perspectiva de conjunto muestra, por un lado, que América Latina es el reino de la tensión y la desconfianza. Cual islas solitarias en medio de un mar embravecido, los países latinoamericanos en tiempos de COVID-19 parecen decidir todo fronteras adentro. Las políticas públicas para la pandemia y pospandemia muestran escasísimas coordinaciones regionales y hay un retroceso inédito en todas las instancias de integración.
Es más, en muchos casos ni siquiera hay intercambio fluido de información. El caso paradigmático de este modelo de país-isla es Brasil, que en los últimos meses se apartó ostensiblemente de sus vecinos latinoamericanos (y también de los europeos). La realidad muestra que el espíritu de la Patria Grande está pasando por un mal momento y es esta una de las peores épocas de la historia para la unidad latinoamericana.
Por otro lado, Estados Unidos, potencia actualmente sumergida en una crisis económica y militar que cuestiona sustancialmente su hegemonía, enfrenta a un rival en ascenso que se consolida (China) y a otras fuerzas menores que pretenden también ocupar su lugar bajo el sol (Rusia e Irán). En este contexto, se revelan dos líneas de acción posibles. La primera es la denominada estrategia realista seguida por Trump, que básicamente consistió en abandonar la cooperación multilateral para encerrarse en su propia burbuja tratando de evitar los efectos negativos de la globalización.
Durante los últimos cuatro años Estados Unidos mostró poco interés en América Latina, aunque esta indiferencia no implicó la ausencia de una perspectiva sistémica, simple, pero perspectiva al fin basada en la decimonónica Doctrina Monroe. Estados Unidos se presentó en la región como el hermano mayor que en el marco de las relaciones interamericanas intentó proteger a los hermanos menores de la influencia maligna de actores no regionales como China, Rusia e Irán.
¿Qué está en juego y que puede cambiar con Biden? Los objetivos del presidente electo son los mismos de Trump, esto es, reposicionar a Estados Unidos como actor central en el juego global. Pero, aunque el fin del juego es el mismo, habrá algunos cambios en las reglas y es aquí donde se perfila la puesta en escena de una segunda estrategia que llevaría adelante el gobierno demócrata.
En primer lugar, se anticipa un regreso de Estados Unidos a la multilateralidad. En segundo lugar, y esto tocará más directamente a Latinoamérica, el estilo de relacionamiento de Washington con la región pasaría de la imposición abierta a la búsqueda de consensos. Por ello, es posible que ya no tengamos en el horizonte otro episodio como la reciente elección de Claver-Carone al frente del BID. En tercer lugar, se anuncia que a los tradicionales asuntos relativos a migración y narcotráfico se agregarán a la discusión cuestiones como derechos humanos y cambio climático.
Ahora bien, ajustemos el zoom y visualicemos la situación de algunos países en particular. En esencia, las fallas en la cooperación y el aumento de los cortocircuitos regionales tuvieron hasta aquí origen en la situación venezolana. Trump fracasó en su intento de acabar con la experiencia chavista y Biden deberá remontar ese fiasco de la política exterior estadounidense. Para ello, deberá apostar a revertir la política de sanciones generalizadas para atender cuestiones humanitarias urgentes y sobre todo apoyar una salida política a la situación de Venezuela que respete la autonomía de los actores internos, esto es la oposición y el gobierno de Maduro, y dejar definitivamente atrás potenciales salidas violentas a la crisis.
La luz al final del túnel parece estar en la realización de elecciones legítimas, con un árbitro electoral verdaderamente independiente y actores que reconozcan y acepten los resultados.
En el caso de Cuba, junto con Venezuela parte del llamado Medio Oriente latinoamericano, las relaciones con Estados Unidos apuntan a mejorar (reactivación de visas y remesas) aunque parecen lejanas las posibilidades de volver al contexto de normalización que existió durante la administración de Obama.
Brasil, México y Argentina tienen en sí mismos una importancia extrarregional para Estados Unidos. Los gigantes latinoamericanos se ubican entre los primeros diez exportadores de alimentos del mundo, suelen ocupar cargos en organismos internacionales y Estados Unidos nunca se ha relacionado fácilmente con ellos.
Con México existen expectativas fundadas de que se sucederán elementos de ruptura y continuidad. Entre los primeros, se espera un enfriamiento político de las relaciones bilaterales que quedarán más o menos lejos de la extraordinaria afinidad personal entre López Obrador y Trump. Nacerán nuevos conflictos a partir del anunciado monitoreo estadounidense de derechos laborales y cuestiones ambientales en el marco TMEC. Dentro de los segundos, continuará el fuerte intercambio comercial entre ambos países, así como las relaciones diplomáticas más permanentes y profesionales de los últimos años, fortalecidas por el hecho que México ocupará un lugar en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas durante el período 2021-2022. En este sentido, van a ser claves los primeros cien días del gobierno de Biden para saber cómo madurarán definitivamente las relaciones entre ambos países.
Brasil es el país latinoamericano que tiene más para perder con la nueva administración estadounidense y sus expectativas son francamente negativas. El presidente brasileño no dudó en sostener que el triunfo de Biden era el resultado de un fraude gigantesco en las elecciones y esto completó su aislamiento regional. La derrota del bolsonarismo como fuerza política en las elecciones municipales de noviembre 2020 y el giro del electorado desde la extrema derecha hacia una derecha moderada podría ser el preanuncio de un revés de Bolsonaro en las elecciones presidenciales de 2022, lo que llevaría de alguna manera a un retorno de Brasil al escenario internacional. De todos modos, con o sin Bolsonaro, la cuestión ambiental se presenta como uno de los asuntos que marcarán la agenda entre ambos países.
En contraste, hay una serie de países que asoman con posibilidades y expectativas positivas respecto al gobierno de Biden. Uno de ellos es Argentina que puede transformarse en un interlocutor privilegiado y en ese sentido el papa Francisco está teniendo un papel activo para acercar a Biden y Fernández.
Colombia mantendrá su estatus de país clave para Estados Unidos, tal cual lo es desde los años noventa, y los países del triángulo norte de Centroamérica (Honduras, El Salvador y Guatemala) continuarán siendo una pieza muy importante para el control de las marchas migratorias que pretenden llegar a Estados Unidos.
Hay que destacar que existen una serie de países pequeños como Uruguay o Paraguay que se han movido siempre pragmáticamente más allá de qué partido gobierne o quién sea presidente en Estados Unidos y no parece que habrá cambios en esas posiciones.
Finalmente, una referencia al caso de Bolivia. Hay que recordar que Bolivia y Estados Unidos no tienen embajadores desde el año 2008. En este contexto, el hecho que el actual presidente boliviano fuera uno de los primeros cinco líderes mundiales que reconoció formalmente el triunfo de Biden pocas horas después de las elecciones, hace pensar que se inaugurará una nueva época para las relaciones entre estos países, cuyo primer paso se anuncia será la reinstalación de los embajadores al frente de las delegaciones diplomáticas. Quedará por verse si, más allá de este hecho, se consolidará una línea de política exterior boliviana del presidente Luis Arce distinta a la seguida en su momento por Evo Morales.
Sociólogo y politólogo especializado en análisis político de América Latina. Doctor en Ciencia Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), Sede México.
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