Tras un año de invasión rusa, el presidente Volodimir Zelenski señaló en Kiev el interés de Ucrania en “mejorar las relaciones con América Latina”. Sus palabras rezuman cierta frustración ante lo que entiende escasa empatía por el sufrimiento de su pueblo y la necesidad de fortalecer unos lazos que considera importantes, no tanto para el desenlace de la guerra, sino para el día después.
Dada la campaña de desinformación rusa, quiere trasladar a la opinión pública regional lo que ocurre en su país. Por eso, tras 12 meses de invasión, es un buen momento para recapitular lo que piensa América Latina de la guerra de Vladimir Putin, del avasallamiento de la soberanía ucraniana y los crímenes de lesa humanidad.
En realidad, se sabe muy poco de lo que piensan las sociedades latinoamericanas al respecto. Se asume, en base a generalizaciones y a escasas encuestas, que la mayoría de la gente lo ve como un conflicto lejano. Pero, al profundizar el tema, la lejanía no es tal y se devela la identidad del agresor.
Mientras los gobiernos monopolizan el discurso, las voces de la sociedad civil son más tenues. Simultáneamente, gracias a las redes sociales y a los medios rusos (Sputnik y RT en español), la desinformación gana terreno. Los gobiernos se encargan de articular un relato centrado en el “No a la guerra”, la neutralidad y la no injerencia, aun a costa de traicionar valores muy asentados en el pensamiento y el nacionalismo latinoamericanos, como la soberanía nacional, el rechazo al imperialismo y la anexión territorial y la defensa de los derechos humanos.
Una consecuencia de esta guerra es que Occidente (the West) se ha fortalecido en su enfrentamiento con Rusia, aunque esto implique un mayor aislamiento del resto del mundo (the rest).
Para mantener un delicado equilibrio en la ecuación entre the West y the rest la dicotomía bélica no se debe plantear entre Putin y Zelenski, sino entre Rusia y EEUU. Muchos países del denominado Sur global, comenzando por India, buscan la equidistancia entre las partes, mientras China, que insiste en su sintonía con Rusia, presenta un plan de paz sui generis, en realidad un intento poco serio de acabar con la guerra.
Entre valores y prejuicios, muchos gobiernos latinoamericanos se decantan por los últimos, bien por permanecer en la Guerra Fría, con el imperialismo americano como enemigo principal, bien por su estrecha proximidad a Moscú, bien por no querer ser vistos como cercanos a EEUU o a la OTAN o bien por no querer contrariar a China. Por eso, ningún país latinoamericano se ha sumado a las sanciones contra Rusia o ha entregado armas a Ucrania, argumentando que esa vía solo agudiza la guerra.
El pedido de EE.UU. para que los países con armamento ruso lo entregaran a Ucrania fue desoído, algunas veces de mala manera, aunque se les ofreció cambiarlo por otro estadounidense más moderno. Junto a Cuba, Nicaragua y Venezuela, aliados de Rusia, Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, México y Perú tienen equipamiento ruso. Mientras Perú y Ecuador guardan silencio, Argentina dijo que no están pensando en enviar armas. Brasil hizo lo mismo, y Lula da Silva se negó a entregar munición de los Leopard-2 a Kiev.
El colombiano Gustavo Petro reconoció que su material ruso tiene serios problemas de mantenimiento, pero ni aun así van a entregarlo a Ucrania, ya que su Constitución se centra en la paz y aunque las armas se quedaran como chatarra, no las entregarían para ser llevadas “a Ucrania a seguir una guerra”. Más beligerante estuvo López Obrador, que tras rechazar armar a Ucrania criticó al gobierno alemán por enviar carros de combate, acusándolo de someterse al “poder mediático”, en contra del deseo de la mayoría de los alemanes.
El mes pasado, la Asamblea General de la ONU pidió el fin de las hostilidades en Ucrania y el retiro de las fuerzas invasores. La resolución, patrocinada entre otros por Uruguay, fue aprobada con 141 votos a favor, siete en contra y 32 abstenciones. Es interesante saber cómo votó América Latina, para ver cuán coherente es con sus posiciones. Nicaragua fue uno de los siete apoyos explícitos de Rusia, ya que Venezuela no pudo votar al estar atrasada en el pago de sus cuotas. Tres de las 32 abstenciones fueron latinoamericanas (Bolivia, Cuba y El Salvador), mientras 26 países de América Latina y el Caribe votaron a favor.
Para la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, en este caso el dilema entre paz y guerra se reduce a una cuestión de supervivencia: “Si Rusia deja de pelear, la guerra llega a su fin. Si Ucrania deja de pelear, Ucrania llega a su fin”. La percepción rusa es otra y sus embajadas en América Latina son usinas de propaganda, en línea con Sputnik y RT, que al aplaudir el rechazo de algunos gobiernos a los pedidos de Washington y Berlín señalaron que “La carrera armamentista en Ucrania no tiene el apoyo de Sudamérica”.
Pese al llamado “giro a la izquierda”, América Latina sigue fragmentada, quizá más que nunca. Ciertos países apoyan a Ucrania de una manera u otra (Ecuador, Guatemala y Uruguay), otros respaldan abiertamente a Rusia (Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela) y la mayoría, traicionando sus valores, pervive entre la indiferencia y la irrelevancia.
No se trata de ver, cómo se preguntó Zelenski, de qué lado del conflicto estarían San Martín y Bolívar, sino de ser valientes y coherentes en defensa de la libertad y la soberanía, de las que tanto todos se ufanan.
Artículo publicado en el diario Clarín de Argentina
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