OPINIÓN

América española, América portuguesa

por Samir Azrak Samir Azrak

El descubrimiento de América en 1492 marcó un hecho trascendental en la historia mundial, cambiando su curso y desencadenando una de las luchas más voraces entre dos célebres potencias económicas y militares de la época. España y Portugal iniciaron una carrera para hacerse con las riquezas del nuevo territorio aún desconocido para los europeos.

En 1494, apenas dos años después del descubrimiento de América, España y Portugal, haciendo una demostración de sus habilidades en el manejo de asuntos de colonización, firman el Tratado de Tordesillas. Los reyes católicos Isabel y Fernando de España por un lado, y el rey Juan II de Portugal por el otro, llegaron a un compromiso y firmaron en Tordesillas (Reino de Castilla para ese momento) un acuerdo para repartirse las tierras descubiertas o por descubrir en el Nuevo Mundo. El resultado fue la colonización de la América española (toda América Latina excepto Brasil) y la América portuguesa (Brasil).

Para 1945, al fundarse la ONU, la América que había sido colonizada por España estaba formada por 19 Estados distintos y la América portuguesa por un solo Estado, Brasil.

Existen varias razones que explican tal situación, y los historiadores no coinciden plenamente; sin embargo, algunos de los criterios que se  plantean y que pudieran justificar esta condición se presentan a continuación.

El historiador mexicano Alfredo Ávila Rueda, de la Universidad Nacional Autónoma de México, indica que aun cuando Brasil tiene un vasto territorio (es 2 veces el territorio de la Unión Europea), desde el tiempo de la colonia ha formado una unidad, no así la América española que estaba formada por cuatro grandes virreinatos: Nueva España, Perú, Río de la Plata y Nueva Granada, y cada uno de esos virreinatos dependía directamente de la monarquía hispánica, su administración era local y no se vinculaba con los otros virreinatos. Además, fueron creadas varias capitanías, como las de Venezuela, Guatemala, Chile, Quito, etc. que tenían gobiernos con cierta autonomía de sus virreinatos. En cambio, todo el territorio de Brasil estaba bajo la jurisdicción de una administración central. (Luis Barrucho, BBC, 2018).

El historiador brasileño José Murilo de Carvalho indica además que la formación de las élites en los dos imperios coloniales fue distinta y determinante. “En Brasil la élite era más homogénea ideológicamente que la española”, lo cual es debido a que en Brasil no se permitió en la colonia la creación de universidades sino hasta el año 1808. De tal manera que los deseosos de la educación universitaria tenían que viajar a Portugal. En la América española colonial había al menos 23 universidades. Esto hizo que los movimientos independentistas en la América española surgieran a comienzos del siglo XIX sobre todo en los lugares donde había universidades.

Continúa explicando Carvalho que el reparto de poder de las élites en los imperios era bastante distinto. Una vez formados los brasileños en las universidades de Portugal volvían a Brasil para ocupar cargos importantes en la administración de la colonia, lo cual favoreció, según Carvalho, “… un sentimiento de unidad en la colonia, garantizando la obediencia a la corte real y generando confianza en las virtudes  del poder centralizado”. Contrariamente las élites locales nacidas en las colonias españolas, los “criollos”, eran menospreciadas por las nacidas en España, los “peninsulares”, creándose un ánimo de distancia, separación y discriminación que fomentaba el deseo de la autonomía.

Otro significativo dato es indicado por el doctor Ruedas. La circulación de periódicos, folletos y libros que existió en la América española no estaba permitida en la América portuguesa, y sólo se levantó su prohibición en el año 1808, con la llegada de la corte portuguesa a Brasil. Esto, en opinión de Ruedas, tal vez tuvo un papel más relevante en la construcción de las identidades regionales que las propias universidades.

En el ocaso del colonialismo, como antesala de los últimos dominios peninsulares, se presentó un episodio histórico que sirvió de catalizador en los movimientos de independencia. La invasión de la Península Ibérica por parte de Napoleón Bonaparte causó efectos distintos en las Américas española y portuguesa. Mientras que en la primera fue un detonante para las guerras de independencia, en Brasil se mantuvo la unidad y la legitimidad como colonia portuguesa.

 

 

El levantamiento del 2 de Mayo del año 1808 en Madrid, en el que salió victorioso Napoleón Bonaparte, obligó al Rey Carlos IV y a su hijo Fernando VII a abdicar en favor del hermano de Napoleón, José Bonaparte. Varias juntas administrativas de las colonias españolas se negaron a obedecer las órdenes de Napoleón y se mostraron fieles a Fernando VII, justificando plenamente los movimientos de independencia. Al retornar el monarca español a su trono, en el año 1814, los movimientos independentistas habían cobrado fuerza y no era posible el retorno al sistema colonial. Entre 1809 y 1826 se libraron en la América española las sangrientas guerras de independencia, lográndose las soberanías de las distintas naciones, y estableciendo cada una su gobierno autónomo. El primer país de Latinoamérica en declarar su  independencia de España fue Colombia, en 1810.

Por otro lado, en este hecho de la invasión de Bonaparte a la Península Ibérica, ocurrió la huida de la familia real portuguesa. El Príncipe Regente João huyó a Rio de Janeiro y trasladó con él toda la corte y el aparato gubernamental: archivos, bibliotecas, tesorería y hasta 15 mil personas. Rio de Janeiro se convirtió entonces en la sede político-administrativa del imperio luso y la presencia del rey en territorio brasileño sirvió como fuente de legitimidad para que la colonia se mantuviera unida. (Luis Barrucho, BBC, 2018). Cuando Napoleón fue derrotado, João VI, estando en Brasil, creó el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve, y mantuvo la capital en Rio de Janeiro. En 1820 la corte real portuguesa le solicita a João VI el regreso a Lisboa, éste acata la solicitud dejando la administración de Brasil en manos de su hijo Pedro, quien declara la independencia del país en 1822 estableciendo una monarquía constitucional. Así Brasil logró su independencia sin tener que recurrir a la fuerza militar.