OPINIÓN

América ¿entre el norte y el ritmo?

por Luis Beltrán Guerra Luis Beltrán Guerra
sanciones Rusia

Presidente Joe Biden. Foto: GETTY IMAGES

César Vidal manifiesta haberse sometido a una larga entrevista relacionada con la humanidad que muta con una prontitud inesperada, por lo que enfrentaremos una realidad desagradable. No sabemos si el escritor ha acentuado su percepción por residir en Estados Unidos, hoy no lejano del cambio.

La apreciación nos condujo a The Big Book of Answers (Kevin S. Hile), constatando que desde antaño hay evidencias de la mutación. Los imperios, entre ellos, por cierto, el maya y el azteca; Roma, república e imperio; Constantino el Grande en el Bizantino y el Otomano en Turquía. Asimismo, las dinastías Tang, Song y Ming en China; en Europa, la Carolingia, los Tudors en Gran Bretaña, la Casa de los Stuart y los Windsor. En The Big Book se pregunta: ¿Por qué la carta magna es importante y cuál fue el Bill of Rights de 1689? Una mención particular a la democracia americana, los padres fundadores de Estados Unidos, los artículos de la Confederación y finalmente la Constitución de Estados Unidos. Los hechos confirman la apreciación de Vidal de que “el mundo es un proceso”. El quid es “si el cambio es para mejorarlo o empeorarlo”.

La pregunta “América ¿entre el norte y el ritmo?” pretende puntualizar el dilema de si Estados Unidos, bajo la presidencia de Joe Biden, buen hombre, amante de su patria, con experiencia parlamentaria y demócrata, pudiera enrumbar a su “gran país” por la ruta de quienes lo fundaron, máxima histórica en tan pujante nación. La “encuestología”, sin embargo, lo ubica muy por debajo en lo relativo a la percepción que de él y su gestión se tiene. Su triunfo electoral condujo a un hecho jamás visto en la historia, una especie de “golpe de Estado”, peregrina estrategia para la ocasión ya olvidada, incluso, en los países de Sur y Centroamérica, que hicieron de ella una manera para componerlos y descomponerlos. El profesor emérito de Derecho Constitucional de Harvard, Laurence Tribe, acaba de afirmar que Donald Trump, a quien se atribuye la autoría del “Coup d’ Etat”, debería ser enjuiciado. La apreciación antitética pareciera la del Partido Republicano, hoy apropiado por “The Real State Developer”. Es la otra cara de la moneda. El escenario, antitético.

A las Américas del centro y del sur, desde el norte históricamente se le ha visto como fronteras que hay que proteger, particularmente, del “comunismo”, un animal, hoy con una variedad de cabezas, que si Marx regresara afirmaría que es lo opuesto a lo que escribió. La confusión que reina en este continente tan peculiar ha inducido a que aquellos que tratan de ver si el pueblo los elige ponen de lado la calificación de “comunistas”, mutándola, entre otras menciones, por socialismo, progresismo y colectivismo, escenario ante el cual otros adjetivos y sustantivos afloran en el lado opuesto, “conservador, reaccionario y mesurado”. A las dos Américas, víctimas de gobernantes que no pasaron el examen de admisión, se les ha destrozado, por lo que pudiera hablarse de “cataclismo”. La confusión terminológica concluye en la tradición francesa de “izquierdas y derechas”. El trabajo de la profesora María Trinidad Bretones analiza “las olas y contraolas de la democracia”, impregnado de esa gama de calificativos, hasta el extremo de que cada “rompiente” en ese océano inmenso que es el mundo  recibe un nombre, en la mayoría de los casos asignado por su propio mentor y quienes le aúpan. Se adicionan las cuatro letras “ismo”, en aras de edificar una presunta tendencia innovadora, propia más bien del arte donde se habla de “expresionismo, cubismo y surrealismo”.

No es nada fácil juzgar a “la democracia”, como tampoco a la denominada “no democracia”, una especie de ambivalencia que ha acompañado a la humanidad desde su propia creación. La primera está condicionada a que haya “ciudadanos” y no súbditos, calificación más bien cónsona con los regímenes que unos cuántos califican como “totalitarios”. “El comunismo, entre ellos, el más nombrado, y sus adherencias las cuales, sin excepción terminan, precisamente, como referencia que identifica al “pregonero”, “marxismo, estalinismo, franquismo, trumpismo, chavismo, madurismo, uribismo, kirchnerismo y prontamente “petrismo”. Así como los que propician la democracia y sus virtudes, están aquellos que cobran a los primeros el fracaso en alcanzar en la sociedad una igualdad racional y una verdadera ciudadanía, inclusiva, mas no excluyente. Acceso a la educación y al trabajo productivo y una política tributaria conforme a la cual paguen más quienes más tienen.

En el prólogo del particular libro Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, se afirma que Maurice Joly aporta a la ciencia política la definición exacta de un régimen muy particular, el de “la democracia desvirtuada”, llamado “Cesarismo” por los antiguos. Y agrega “la democracia no consiste en que haya apoyo popular, sino en que haya reglas que codifiquen el derecho absoluto del hombre a gobernarse a sí mismo. El filósofo pone en boca de Montesquieu “Unos años de anarquía son a veces menos funestos que varios de silencioso despotismo”. Pareciera, por ende, sincero asumir que a la democracia no puede mirársele únicamente como una partitura antigua del progreso de los pueblos. Y que en los tiempos presentes ella ha cambiado y que su mutación proseguirá.

Tal vez Samuel Huntington, desde el otro mundo, envíe una misiva expresando que estamos próximos a “una ola de democracia eficiente”. Pero adicionando que ello supone “más norte y menos ritmo”.

@LuisBGuerra