OPINIÓN

Amenazas y debilidades de la democracia en la región

por Víctor Rodríguez Cedeño Víctor Rodríguez Cedeño

La democracia, concebida como el sistema político que garantiza el pleno disfrute de los derechos humanos y las libertades, está en peligro. Los regímenes democráticos se han debilitado en los últimos tiempos, mientras que los autocráticos se presentan fortalecidos, lo que podemos ver en nuestra región en donde se lucha por mantenerla y fortalecerla o recuperarla.

La lucha por la democracia en Venezuela no es un problema interno de nuestra exclusiva preocupación. Es una lucha que se ubica más bien en un contexto mucho más amplio que, lamentablemente, los dirigentes políticos parecen muchas veces no percibir. Se nos ha colocado en un espacio geopolítico ajeno a nuestras realidades e intereses, lo que complica su tratamiento y las soluciones.

Estamos sin duda ante un escenario distinto, complejo, en el que los intereses de las grandes potencias están presentes, por encima incluso de los intereses de los países de la región. La presencia política y económica cada vez más importante de China, Rusia, Irán, Turquía, Bielorrusia, India y otros actores extrarregionales, complican el tablero en el que una vez Estados Unidos parecía ser el único actor externo.

Los últimos tiempos no han sido los mejores para la democracia en el mundo, tampoco para nuestra región en donde se muestran retrocesos que plantean retos a las dirigencias políticas y a las mismas sociedades, muchas veces ausentes o desinteresadas en el debate. Las tiranías se han fortalecido, mientras que las democracias se han mostrado débiles ante las amenazas y acciones de sectores internos vinculados a grupos externos, como lo vimos en Chile, en Colombia, en Ecuador, en donde las protestas, más desestabilizadoras que reivindicativas, fueron promovidas mas desde afuera que desde adentro.

Las autocracias de Nicaragua, Cuba y Venezuela se afianzan y fortalecen violando los derechos humanos de los ciudadanos. Más presos políticos, más torturas, persecución y represión, sin libertad de expresión, sin elecciones libres. La izquierda en general avanza por la vía electoral. Lo vimos en Perú con Pedro Castillo, en Bolivia con Luis Arce, en Argentina con Alberto Fernández, en México con López Obrador, en Honduras con Xiomara Zelaya y más cerca en Chile con Gabriel Boric, quien esperemos resulte más próximo a la social democracia o izquierda democrática que al socialismo autoritario o del siglo XXI.

Las fuerzas democráticas no perdieron todo. Al contrario, ellas se anotaron victorias importantes en las elecciones legislativas, como en Argentina y en México lo que sin duda impedirá el control total del Estado, al menos en el corto plazo. El acceso al poder por la vía electoral, las reformas constitucionales inmediatas para facilitar la perpetuación en el poder, forman parte de un guion que nos indica que esos gobiernos lejos de ser soberanos e independientes están sometidos a lineamientos externos.

Mientras que los gobiernos unidos por los ideales del Foro de Sao Paolo y del Grupo de Puebla avanzan coordinadamente hacia el establecimiento de un nuevo sistema político en la región, las democracias parecen no lograr una coordinación efectiva para solucionar los problemas internos, enfrentar la pobreza y adoptar acciones conjuntas para contener los ataques de esa izquierda radical que intenta regresar al pasado.

Por primera vez la región se divide en dos bloques con visiones diametralmente opuestas: demócratas y autócratas. El debate se plantea a diversos niveles. En la Celac, el organismo creado para disminuir e incluso hacer desaparecer a la OEA, es decir, un intento de crear un organismo regional sin Estados Unidos, se produjo en la ultima cumbre, un enfrentamiento verbal entre presidentes democráticos, los de Uruguay y Paraguay por una parte y los dictadores de Cuba y Venezuela, por la otra que evidencia esta ruptura.

El socialismo del siglo XXI ha avanzado, no hay dudas y seguirá avanzado si las fuerzas democráticas no encuentran una respuesta a las crisis que se traduzcan en un desarrollo económico y social justo y equitativo. Su objetivo ahora es ganar las elecciones en Colombia, con Petro; en Brasil, con el retorno del lulismo y en Ecuador, aunque sin el correísmo, tan desprestigiado como el lulismo por los escándalos de corrupción de hace unos años.

En Venezuela no hemos podido avanzar demasiado en nuestra lucha, a pesar de que la inmensa mayoría de los venezolanos exige un cambio político. La realidad que quizás pueda generar frustración y desesperanza es que estamos frente a una dirigencia política torpemente dividida y criminalmente infiltrada que ha mostrado no estar a la altura de las circunstancias. Distintamente al régimen, que a pesar de la ineficiencia ha sido efectivo, la oposición se ha visto disminuida por su inefectividad, por la pérdida de momentos y oportunidades que pesan sobre su credibilidad y confianza.

Nuestra crisis debemos verla más allá del criterio parroquial, de los espacios vacíos, de las oportunidades y quimeras políticas y de las visiones cerradas sobre el país. Es una crisis estructural grave que exige unidad nacional para lograr el objetivo principal, único por ahora, el fin de la dictadura; y, una acción externa coordinada y seria, para mostrar al mundo la gravedad de nuestra situación, la realidad del estado de los derechos humanos y de los crímenes internacionales que se cometen en medio de la mayor impunidad, lo que obliga a una estrategia externa organizada y contundente, con objetivos claros previamente definidos y consensuados. Solo así podremos avanzar para derrotar la tiranía.