A estas alturas lo sabemos todo sobre una corporación criminal con nexos internacionales que se ha instalado en el poder durante 20 años. Nunca antes la ignominia había logrado mancillar en tal grado la dignidad nacional como en los tiempos que corren, con la intromisión de los cubanos hasta en los tuétanos. Destruyeron las instituciones construidas sobre bases sólidas en los llamados 40 años de la era democrática. Son violadores sistemáticos de los derechos humanos y la impunidad es su hábitat, junto con la violencia física y desapariciones forzosas.
Ante este cuadro real, avasallante y patético, no caben diálogos en Oslo ni promesas de elecciones, sino la amenaza real. Resulta claro hoy que el 23-F, la ayuda humanitaria requerida perentoriamente debido a la quiebra adrede del aparato productivo y el sistema de salud causantes de un sufrimiento indescriptible, provocados por los impenitentes asesinos comunistas para permanecer en el poder, ha debido ser acompañada por una fuerza militar extranjera de paz. La película se ve clarita hoy día.
El acuerdo de la AN de 2016, sobre la restitución del orden constitucional quebrantado y el plebiscito formidable y masivo de 2017, son hechos enaltecedores propiciados por la sociedad democrática y la AN, único poder legítimo votado por 14 millones de electores; y que la comunidad internacional ha reconocido como posturas dignas y soberanas de un pueblo con ADN democrático.
Sin duda alguna, con las rebeliones civiles contundentes de calle por el rescate del Estado de Derecho y otras muchas acciones de protesta social, hemos calzado los puntos de la civilidad exigidos para dirimir un conflicto que se ha hecho insostenible. Pero volvemos a que no hay instituciones, y los exponentes de las mafias criminales enquistados en la estructura de poder, le han dicho a Juan Guaidó, presidente constitucional, que no entregarán el poder.
Sin instituciones que permitan transitar caminos de superación de situaciones delictivas no habrá salida y mucho menos con un poder brutal, sostenido por las bayonetas de una FA que desde hace tiempo dejó de ser FA y es otra cosa, que no protege la integridad territorial ni la Constitución. Lo confirma la ocupación del territorio por la entente de cubanos, ELN, FARC, Hezbolá, rusos y los pranes del oro, coltán, contrabando de gasolina y narcotráfico.
La realidad refleja unas mafias que controlan un Estado fallido y forajido, que no abandonarán el poder, ni por diálogos, elecciones y sentencias. No creen en eso y han dado muestras de sobra en estos 20 años, solo saldrán por una amenaza real que no apareció con la ayuda humanitaria y por tanto no ingresó.
A quienes solo aplican la fuerza bruta saldrán con los mecanismos aplicables para esa situación como es el 187 y el TIAR. Es la lucha del bien contra el mal. Necesario es romper el círculo y las complicidades de todo tipo, vasos comunicantes, nacidos por la administración sin contraloría de 1 millón de millones de dólares.
¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!
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