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Amargas navidades y una oportunidad

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Avanza inexorable el tiempo, la Navidad se extingue y agoniza el año, que por viejo morirá. Se relajan las actividades, discurre el dinero sin profusión ni fineza. Familias se reencuentran, cantan, se abrazan y los encarcelados políticos siguen sin libertad. La conciencia del régimen, coautores y encubridores continúa oscureciéndose. Para los familiares, el secuestro político es injustificado e injusto. Celebrar Navidad no es lo mismo. Sienten que alguien falta en la mesa, no estuvo junto con ellos ni traerá regalos a sus hijos. Un día de celebración se convirtió en desconsuelo, zozobra y lágrimas. Nunca en Venezuela se había llegado a tan sofisticada crueldad, de aniquilación para aterrorizar a cualquiera, militar o no que piense disentir.

Época interesante, atractiva de generosidad para que el castro-madurismo sembrara reconciliación y nuevos caminos, no basta con simulación de mejoría económica para unos pocos. Abrir las rejas que retienen a los ciudadanos venezolanos, civiles y militares, sepultados en tumbas para vivos en demolición, no sólo es el sufrimiento de ellos, también el de centenares de familiares y amigos; dar argumentos contundentes y peligrosos a los adversarios, arrugar hasta lo espantoso la imagen de un gobierno que se dice del pueblo pero ejerce represión y tortura, sin autoridad por afecto, admiración y respeto sino por miedo.

Navidades, oportunidad para que el régimen rescate reputación, popularidad y prestigio que, no sólo ha perdido sino que continúa perdiendo. Antes llegaban a sus hogares para pasar la fiesta y la sorpresa de los niños era destapar regalos. Se daba inicio a la festividad con música, gaitas y villancicos, se esperaba con esperanza, glotonería y en familia la medianoche para dar un brindis, junto a esposa e hijos y desearse suerte.

Los buenos deseos que tanto se dijeron y prometieron entre abrazos, besos no se cumplen, ahora esperan la ansiada libertad. Solicitan auxilio de las defensorías, ONG, e Iglesia Católica. Miles de millones celebran Navidad y Año Nuevo, deslucidos por el segundo año consecutivo de pandemia e infecciones debido a las contagiosas variantes que provocan perturbaciones. Y esta Navidad no se ha visto ajena, con la multiplicación de restricciones en numerosos lugares. Aun así, se ha podido saborear –con limitaciones- el espíritu navideño largamente olvidado. Los cierres de fronteras no han sido obstáculo para que el famoso trineo impulsado por renos haya dado la vuelta al planeta.

Pero los exiliados y presos políticos, de conciencia, no sólo son vergüenza, rémora para el régimen chavista como sistema, y para quien lo preside, sino grave carencia de una oposición que discute, se divide, promete, se mira los diversos ombligos, pero solo habla de la vergonzosa situación de vez en cuando y de refilón. Infortunio para familias y dignidad; ofensa y agravio a la venezolanidad; tragedia cruel, sangrienta e innecesaria que reduce la fachada y reputación venezolana, que nutre prontuarios que se juzgan en la Corte Penal Internacional y otros tribunales del mundo.

Política que no reduce la resistencia sino que la fortalece, que no genera decoro ni mesura mucho menos imagen democrática, tampoco razones para la suspensión de sanciones, sino al contrario. Firmar acuerdos dudosos con un país empobrecido, tiránico, despiadado y circense, quizás genere ingresos económicos pero no creará ni un ápice de beneficio con naciones con las cuales debemos desarrollar relaciones.

Liberar a los presos políticos y de conciencia estas navidades es una inversión de humanidad, hasta para desanimar la justicia internacional. En estas tristes fiestas, oremos por esos semejantes horriblemente maltratados.

@ArmandoMartini

 

 

 

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