La irrupción del activista Alvise Pérez ha provocado todo tipo de marejadas y marejadillas en los negociados de derecha e izquierda. Parece ser que la figura de Alvise Pérez, tan execrada, fue en un determinado momento de la campaña electoral aupada desde la sala de máquinas del partido de Estado, donde se pensó que el ascenso del activista podría fragmentar el voto derechista en posteriores citas electorales, con ayuda de circunscripciones provinciales y la ley d’Hondt. Y en el negociado de la derecha, siempre a rebufo de las maquinaciones del partido de Estado, Alvise fue displicentemente ignorado durante toda la campaña; pero su éxito en las urnas de inmediato ha encendido todas las alarmas, y se le ha empezado a presentar como un fantoche propagador de bulos, embustero y calumniador (como si estos vituperios lo distinguiesen de los prohombres y prohembras de nuestra amada partitocracia).
A la postre, unos y otros se han mancomunado en la demonización de este Alvise, a quien se presenta como purrela ultraderechista de la peor calaña; pero también –y esto es lo que nos parece más significativo– en la demonización de sus votantes, a los que se caracteriza como una patulea de camorristas de Telegram, frikis descerebrados y lumpen despolitizado, una chusma negacionista y nada resiliente ni ecosostenible, putiniana y sin pizca de perspectiva de género, etcétera. Indudablemente, el destinatario de esta campaña de demonización no es tanto el votante «convencido» de Alvise, que saben impermeable a estas demonizaciones, sino su votante «potencial», a quien desean amedrentar. Como sabe cualquier estudioso de la psicología de masas, el mejor modo de fortalecer el gregarismo en las comunidades humanas consiste en imbuir el miedo a la estigmatización entre quienes osan pensar de forma desviada. Esta es la forma más eficaz de control social; y la que permite posteriormente moldear las conciencias en los paradigmas culturales sistémicos que aseguran la dominación política.
A mi juicio, la emergencia de Alvise ha despertado entre quienes manejan los hilos el temor de que termine apareciendo algún día una formación que pueda concitar el voto de quienes nunca votan. Saben perfectamente que si el voto de esos «abstencionistas» a machamartillo (una tercera parte de la población, sin duda la parte más sana y cabal) se aglutinara en torno a una formación adversa a los paradigmas sistémicos, el Régimen del 78 se iría al basurero cósmico de la Historia. No creo que la formación que acaudilla este Alvise sea todavía esa fuerza, pero su ascenso ha removido oscuros temores entre quienes manejan los hilos. No les inquieta el ascenso de la ultraderecha, ni la juventud despolitizada, ni la desafección por la democracia, ni parecidas zarandajas; les preocupan los españoles que no votan y pueden empezar a hacerlo, porque son los únicos que pueden cargarse el invento que tan opíparos frutos les ha rendido durante décadas.
Artículo publicado en el diario ABC de España