Desde tiempos inmemoriales, la humanidad está en constante diálogo e inquebrantable coloquio con su pasado, tejiendo con maestría el gobelino de la historia. Sin embargo, este bailotear perpetuo entre la historia y la memoria deja ver un duelo sutil, una lucha silenciosa por el control de la narrativa del retrospectivo colectivo. A medida que el tiempo pasa inexorable, la tirantez entre la objetividad histórica y la subjetividad de la reminiscencia se despliega ante nosotros, brindando un fascinante campo de reflexión.
Metódica, sistemática, ordenada y firme en su enfoque, la historia se erige como vigilante guardián de los eventos pasados, rigurosamente documentados y analizados. A través de la erudición, sapiencia e investigación, los escritores y cronistas arrojan luz sobre los acontecimientos que han esculpido el recorrido de la humanidad. No obstante, con frecuencia queda atrapada en el laberinto de la interpretación y selección; reflejo inevitable de la subjetividad inherente a quienes la escriben. El acto de elegir qué sucesos merecen ser inmortalizados en los libros recuerda que incluso en el reino de lo objetivo, la subjetividad encuentra camino.
Por otro lado, emerge la memoria, narrativa entrelazada con hilos de experiencia personal, ahíta de emociones. Manifestación íntima de cómo cada individuo percibe y relaciona su pasado. Tesoro intransferible que da forma a la identidad y aporta profundidad a la práctica humana. Pero, la retentiva es inherentemente efímera y susceptible a la distorsión con el tiempo. A medida que las generaciones suceden a la siguiente, los relatos de la añoranza pueden transformarse, por la intención de preservar o idealizar un pasado percibido con matiz de nostalgia.
La pugna crea una sinfonía compleja y multidimensional. Entretejen sus fibras pegajosas de seda en la telaraña del pasado, trenzando un cortinaje que revela tanto las verdades innegables como las percepciones cambiantes. Es esta dialéctica constante la que desafía a abrazar una comprensión más detallada de nuestra diégesis y de nosotros mismos.
En esta danza de interpretaciones, los desafíos brotan en forma de revisionismo histórico y olvido selectivo. A medida que las generaciones se reconfiguran y los valores cambian, aspectos del pasado pueden ser reinterpretados, incluso relegados al olvido. En este juego de influencias cruzadas, el relato es manipulado para fábulas políticas o invenciones ideológicas, erosionando su esencia misma. Por otro lado, la evocación es propensa a la idealización y flirteo romántico, dirigiéndonos a terrenos movedizos donde la verdad y ficción convergen.
Reconciliar la relación con el pasado, es básico. La historia y la memoria, invitan a un acto de fino equilibrio. Los historiadores, a ceñir la subjetividad y complejidad de la evocación, mientras quienes mantienen vivo el recuerdo, a buscar anclaje en la solidez de los hechos históricos. En esta convergencia, se forja una comprensión completa y rica de nuestro pasado, lo que permite apreciar la profundidad y diversidad de la experiencia humana.
En el crisol de la justa, surge la oportunidad para el crecimiento entusiasta, intelectual y emocional. Al explorar este territorio incierto con humildad y respeto, podemos acercarnos a una apreciación más profunda de lo que significa ser humano. En última instancia, tener presente que tanto la historia como la remembranza son componentes esenciales de la narrativa que cruzamos como sociedad, relato que continúa en evolución incluso mientras conservamos y comprendemos el legado compartido.
La historia, la verdadera, es transcendental. No la memoria manipulada que quiere controlar la izquierda, el comunismo y socialismo, hijos de un mismo vientre, convirtiendo a un asesino en serie como el Che Guevara en un modelo para una juventud desinformada e ignorante, que todavía hoy luce su imagen reflejada en una franela que se coloca con pedantería.
@ArmandoMartini