Hace pocos días, Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos, publicó un artículo que sacudió al mundo político venezolano. Lo tituló “El infierno del sendero que jamás se bifurca”. En él Almagro, en evidente alusión al extraordinario relato de Jorge Luis Borges, describe de forma sintética la grave situación que vive Venezuela y cómo marcha por una ruta que no se separa en encrucijadas. Es decir, que no ofrece esperanzas de redención.
En la reláfica menciona la violación de los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad, la pobreza, el hambre generalizada, la desinstitucionalización, el éxodo masivo e incontenible de venezolanos hacia el exterior, la corrupción, los presos políticos, el narcotráfico, el crimen organizado y la minería ilegal. Todos flagelos que castigan a los venezolanos. En Venezuela nada funciona bien, dice Almagro, salvo el aparato represivo que opera con la eficacia de un reloj suizo. Los responsables de esa crisis insondable son quienes han manejado el gobierno desde hace más de dos décadas. No hay otros. Mientras esa casta permanezca enquistada en el poder, el deterioro continuará.
El reto consiste en cómo sustituir a esa camarilla. Más de diez procesos de diálogo entre el gobierno han fracasado a lo largo de dos décadas de tensiones. Durante este interminable ciclo, el chavismo-madurismo no ha podido aniquilar a la oposición, ni esta ha logrado defenestrar al oficialismo. El origen del fracaso se encuentra en que la oposición (apoyada por el propio Almagro) siempre ha aspirado, en medio de un juego suma cero, a sacar a Nicolás Maduro de Miraflores. El gobernante ha sido subestimado respecto de sus capacidades de supervivencia y de habilidades diplomáticas. Ahora está más afincado que nunca y la oposición debilitada y confundida. El resultado de esa crispación continua y de los errores se aprecia en la situación de un pueblo que se arruina constantemente y huye sin cesar.
Almagro señala que el diálogo representa la única opción para detener el sufrimiento del país y lograr que la nación emprenda el camino de la recuperación y normalización progresiva. Para reiniciar el diálogo fructífero hay que admitir que el gobernante es una fuerza real. El objetivo no puede seguir siendo “cómo se saca a Maduro, sino cómo sigue”. Continuar con Maduro significa “cohabitar” con él. Compartir el poder con él en el marco de un sistema de contrapesos institucionales semejante al establecido en la Constitución uruguaya de 1952.
“Compartir es contrapesar”, escribe Almagro. “La cohabitación sin contrapesos puede transformarse en complicidad. El esquema de cohabitación a discutir en un proceso de diálogo debe dar garantías de contrapesos para quienes cohabitan. En caso contrario será una frustración más”.
Alcanzar este nivel de entendimiento debería ser la meta de la negociación: “Sin un esquema de compartir el poder desde su base, en el que se asegure una participación efectiva del chavismo y del madurismo, de la gente de Guaidó y otros actores, la acción conjunta y coordinada de objetivos comunes hacia el futuro, es esencialmente imposible. El oficialismo debe asumir que sin la oposición la sociedad venezolana seguirá resquebrajada, dividida, desintegrada social y geográficamente, y la oposición debe asumir que sin el chavismo y el madurismo sucedería lo mismo”. Sin ese propósito esencial, la cita comicial de 2024 se transformaría en “un proceso electoral dudoso” que simplemente aseguraría “la continuidad de lo que tenemos ahora con legitimidad inexistente o dudosa”. Es preciso avanzar hacia “una legitimidad posible”, que abra “la esperanza para que el sendero se bifurque”. De lo contrario, “se continuará haciendo marchar a todo un pueblo por un sendero que no se bifurca nunca en el infierno de un país empobrecido.”
El secretario general de la OEA en el este artículo que he glosado da un giro copernicano. Luego de haber apoyado a algunos grupos radicalizados, ahora propone buscar salidas concertadas entre el madurismo y la oposición. Me parece excelente que haya cambiado. A pesar de su entusiasta apoyo a la causa democrática desde que ocupa la Secretaría General, considero que incurrió en algunos excesos que perjudicaron a los factores internos que fomentaban salidas negociadas en una etapa en la cual los sectores democráticos poseían un gran poder y enorme convocatoria de masas.
No creo que la cohabitación con el oficialismo sea probable en los términos en los que Almagro los plantea. Para que exista la posibilidad de cohabitar es indispensable que se levanten las sanciones y la oposición se fortalezca y obtenga un inobjetable triunfo en los comicios de 2024; o que el régimen, antes de esa fecha, se convenza de que la victoria de los factores democráticos resulta inevitable y su derrumbe ineludible, por el apoyo de la comunidad internacional y la neutralidad o inhibición de las fuerzas internas que le sirven de soporte, entre ellas la FAN. De lo contrario, tal escenario no se ve por ningún lado. Maduro forma parte de un entramado geopolítico cada vez más comprometido con el ejercicio autoritario del poder. Su modelo es la Cuba fidelista de siempre y la Nicaragua de Daniel Ortega.
Las recomendaciones de Almagro habrá que tomarlas en cuenta cuando los demócratas recuperen el poder. Por ahora, el diálogo tiene que concentrarse en asegurar que los comicios de 2024 sean sin inhabilitados, justos, competitivos y supervisados internacionalmente. Con esas condiciones, podríamos triunfar. Luego veremos.
@trinomarquezc