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¡Allí viene la migra!

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Comenzaron las deportaciones masivas desde Estados Unidos

 

En migración la prioridad es la solidaridad entre los nacionales. Es la medicina más importante para combatir y derrotar la nostalgia del terruño y la consecuente depresión. Por eso lo primero que se mete en el equipaje son las costumbres para viajar con un pedacito de la patria en la talega. Eso en primer lugar. Allí van los bailes, los modismos, los acentos, las vestimentas y las rutinas. En el caso venezolano los ruidos forman parte de lo característico en el así somos.

La historia venezolana en migración es de cuatro experiencias. Tres internas y la última –externa– que se está viviendo, que hace de la diáspora criolla una de las más grandes del mundo. La primera fue por la guerra civil del siglo XIX. El dueño de una finca armaba sus peones los convertía en una guerrilla y él se ascendía a general; y se iba desde los Andes, los llanos o el Oriente del país hacia Caracas a tumbar el gobierno de turno. Cuando ese episodio político y militar finalizaba, la tropa regresaba a su conuco, a su bodega donde lo esperaban su familia y sus amigos. La segunda fue con la aparición del petróleo. Miles de nuestros compatriotas se desplazaban desde sus residencias hasta la explotación de los pozos en una contrata (así llamaban a los contratos coloquialmente). Al final de esta, cuando los arreglaban en las prestaciones de su liquidación laboral, retornaban a sus domicilios con un nuevo estatus socioeconómico derivado de la riqueza del oro negro. La tercera era más juvenil y estaba relacionada con la educación. Al terminar el bachillerato en Venezuela solo existían 5 grandes universidades. La Universidad Central de Venezuela, la Universidad de Oriente, la Universidad de Carabobo, la Universidad del Zulia y la Universidad de Los Andes; o alguno de los institutos de formación militar. Nuestros jóvenes migraban hasta las sedes de esos centros de estudio durante cinco años de carrera y al final muy pocos volvían a la casa por razones de empleo. La cuarta es esta que se sufre actualmente desde la llegada de la revolución bolivariana. La externa. La más dolorosa de todas.   

La versión oficial que corre es que la diáspora venezolana gira en torno a los 8 millones de compatriotas. Esas son las cifras que maneja Acnur. De ese número hay un gran porcentaje que se desplazó hacia los países más cercanos. Por la ruta del Darién y en uso de visas de turismo otro grupo viajó hacia Estados Unidos. Gente honesta en su mayoría y delincuentes en minoría. En algunos casos, los criminales fueron empoderados y alentados políticamente desde el régimen como parte de un plan. Especialmente en el norte con estructuras del crimen que ya han sido identificadas y perseguidas como el Tren de Aragua y el tren de Los Llanos. Los medios se han encargado de recoger y difundir esas informaciones que hacen el día a día.

El tema migratorio es un vector que en muchas ocasiones hace alianza con el delito y provoca un problema de inseguridad en cualquier país. En los Estados Unidos y Canadá en la primera mitad del siglo XX la mafia era una secuela de la peregrinación italiana en las ciudades más importantes. Nueva York, Chicago, Las Vegas, Filadelfia, Nueva Jersey, Pittsburg, Buffalo, Nueva Orleans entre otras. Allí están incluidas también las relacionadas con los gang rusos e irlandeses. La violencia de las bandas rivales de La Camorra y la Cosa Nostra y el poder paralelo al estado que ejercían los gánsteres organizados en el crimen aplica generalmente en los barrios pobres citadinos estructurados prioritariamente con inmigrantes ilegales. 

En la migración venezolana hay gente honesta en mayoría. Por eso, en ese bojote de las deportaciones que ya están ejecutándose desde Estados Unidos no deberían meterse a todos. La expresión de pagar los justos por los pecadores de los trenes calza perfectamente en este caso. Y no va a solucionar el problema de la migración ilegal por mucho muro que se levante.

Esa frontera sutil que existe entre la xenofobia y la política de estado del control migratorio se diluye frente a la cruzada que está librando el gobierno norteamericano en la administración Trump que está iniciándose. Fundamentalmente cuando desde cualquier tribuna pública en la campaña electoral se estigmatizó al gentilicio y ahora desde el gobierno se convierten en políticas públicas para ejecución de los organismos federales de control. Todo eso bajo los aplausos de venezolanos trasladados misteriosamente por la cigüeña hasta Los Hampton y con una primera generación que llegó en el Mayflower junto con los peregrinos. Le disparan emboscados a sus compatriotas encuevados por las arremetidas de la migra y; desde aquí y desde allá le tiran fanfarrias jaculatorias a Donald Trump, a Marco Rubio y al zar de las fronteras que está instalado montando guardia en los pasos ilegales de Texas al frente de la Patrulla Fronteriza. Ninguna diferencia xenofóbica ante las persecuciones que se le hicieron en algún momento a los venezolanos en Colombia, en Ecuador, en Perú y en Chile; alentadas en algunos casos por alcaldes y algunas figuras públicas. Los testimonios quedaron registrados en las redes sociales. 

El fanatismo venezolano por la coyuntura política, que en la mayoría de los casos desenfoca y se nubla en el criterio, quiere de manera ruin que la razzia de las deportaciones no discrimine sin valorar el daño que se ocasiona. Esa mayoría migrante –legal o ilegal– es honesta y es simpatizante de la democracia, de la libertad, de la independencia y de la vigencia de la Constitución nacional que se representan en valores en el presidente electo Edmundo González Urrutia y en María Corina Machado. Es opositora y tiene derecho a regularizar su condición con las vías que debe proporcionar el gobierno federal como lo tuvieron en su tiempo los ancestros de Trump, de Marco Rubio, de Usha Vance, la segunda dama, y de la misma Melania, la primera. Salió de sus fronteras a buscar lo que le ha negado la revolución bolivariana en el bienestar y en la distribución justa y equitativa de la riqueza. Forman parte de quienes levantan cada cierto tiempo la bandera tricolor y disparan consignas en las más importantes ciudades norteamericanas cada vez que se convocan concentraciones para apoyar el liderazgo de oposición esperanzados en el cambio político derivado de los resultados electorales del pasado 28 de julio de 2024. Son aliados de la democracia en Venezuela mucho más que Trump y Rubio. Son venezolanos.

Las estadísticas indican que los índices migratorios venezolanos alrededor del mundo que tienen regularizada y legalizada su situación en algún momento pasaron por la condición de ilegales. Un alto porcentaje mintió en su trámite de asilo o estuvo a salto de mata escondiéndose de la policía migratoria hasta que se blanquearon oficialmente con los documentos con una mentira ayudados por un abogado. Esa es una realidad. ¿Esos venezolanos con TPS y paroles humanitarios suspendidos no son merecedores de alguna declaración pública de solidaridad por parte de EGU y de MCM? No importa que Míster Trump independientemente de que esté colaborando con la causa democrática, les arrugue la cara mientras baila YMCA de Village People y manifieste su inconformidad. 

Hay que separar a los malos venezolanos en el exterior de los buenos, que son mayoría. No hay que meterlos a todos en el mismo saco de la deportación a pesar de que convivan en el de la estigmatización xenofóbica y en el silencio del liderazgo.

Allí está esa papa caliente para EGU y MCM.

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