La palabra arrastra consigo lo que la oscurece y lo que la enaltece; sirve al periodismo, halaga al escritor, difunde banalidades o conocimientos, se apoya en la memoria y se convierte en técnica del propio idioma; se somete a los rigores de la gramática o se libera de ellos. Le gusta adaptarse a los mecanismos de la memoria, a la ágil desenvoltura del pensamiento que va y viene y se enreda en sí mismo como hace a veces Alicia Freilich en su reciente novela titulada Yajne la buscona: elimina referencias superfluas, condensa el propósito de determinada frase para encontrar la sencillez del relato con palabras de uso corriente tal como se evidencia ya en los inicios del libro cuando la protagonista se encuentra en la casa de Berenice, su amiga cómplice, antes de que comiencen las entrevistas que dan cuerpo a la novela y es aquí donde surge el asombro y la admiración del lector. A través o a lo largo de las entrevistas, es decir, de las visitas que recibe la anciana escapada por momentos del asilo o lugar cerrado donde arrastra lo que le queda de vida, van brotando los recuerdos: la infancia rodeada de vidas ajenas, la alegría de tiempos tristes socavados por el terror de la tiranía gomecista y junto a la dolorosa aunque desdibujada pesadumbre gomecista van brotando fragancias vegetales, vuelos de pájaros, frutos y flores, boleros, códigos callejeros y el aroma del primer amor y los versos de la infancia. y también van desprendíéndose de las conversaciones la sospecha de que estamos en otra ciudad, Miami de seguro, voluntariamente alejados del país nuestro agobiado por un régimen autoritario y militar, y con serena y cauteloso sigilo van apareciendo ligeras alusiones al origen judío de la protagonista y acá se encuentra la gloria de la escritora Alicia Freilich: ser judía es pertenecer a una colectividad étnico-religiosa y cultural que se disuelve en la espléndida, dura, hermosa y áspera vida de todos los días del país venezolano que ha estado apareciendo tal como lo observa la mirada justa, histórica, perspicaz e inteligente de la autora que además de novelista es periodista y pedagoga de altos vuelos.
Además, hay algo que enaltece a la escritora: hay música que navega entre las líneas. Mucho jazz y sobre todo, boleros de todos los tiempos que acentúan o subrayan los propósitos e intenciones de lo que dicen o aseguran los personajes que discurren entre las cálidas páginas del libro. Y Alicia, al concederle al bolero suprema identidad musical y literaria, se llena de gloria porque la Unesco acaba de considerar al bolero como intangible herencia cultural de la humanidad. Es justo que Alicia Freilich permita que forme parte intrínseca de su propia literatura de la misma manera que ser judío significa pertenecer de manera íntegra y sin dobleces al país que decidimos ser.
En Yajne la buscona se menciona a las hermanas Lerner, a Ruth por la incansable y respetada educadora que fue y a Elisa por la magnífica escritora que es. Tengo miles de motivos para venerar y admirar a Elisa. Uno de ellos, su poderoso dominio del lenguaje y porque fue ella la que desmintió la afirmación de que el pueblo judío no tiene bandera ya que la tiene el pueblo de Israel. La bandera judía, dijo Elisa, ¡es el mantel! Y lo es también este intenso libro de Alicia Freilich: un mantel venezolano sobre el que va disponiendo y alineando convenientemente, dándoles su legítimo puesto, a seres, historias políticas, memorias de otros tiempos y recuerdos gratos o ingratos del tiempo que soportamos alguna vez o seguimos padeciendo y canciones de amor que nunca se desvanecen y todo ello envuelto en el asombro de convertir al complejo y libérrimo tejido de la memoria y los mecanismos de la conversación en disfrute de una atractiva y amena fluidez literaria.
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