El cine nació con una mujer detrás de la cámara.
El 28 de diciembre de 1895, los hermanos Lumière proyectaron una de las primeras películas de la historia en el Gran Café de París, La sortie de l’usine Lumière à Lyon (La salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon). En una de las secuencias más recordadas, un tren se acercaba a la cámara, lo que provocó pánico en la audiencia que, incapaz de creer lo que veía, gritó y se levantó de sus asientos. Entre los espectadores, una joven observaba fascinada. Su nombre era Alice Guy-Blaché. Aún no lo sabía, pero estaba a punto de cambiar el cine para siempre.
A finales del siglo XIX, el cine emergió como un invento revolucionario que transformaría la manera en que la humanidad contaba historias. En sus inicios, figuras como los hermanos Lumière documentaban la vida cotidiana, mientras que Georges Méliès exploraba la fantasía. Sin embargo, en esta historia escrita en su mayor parte por nombres masculinos, una mujer se alzó como pionera en la dirección cinematográfica: Alice Guy-Blaché, quien trajo actores, guiones y efectos especiales al cine por primera vez.
Un año después de aquella proyección, con solo 23 años, dirigió La Fée aux Choux (El hada de los repollos) en 1896, considerada la primera película narrativa de la historia. Con una duración de tan solo 51 segundos, fue suficiente para dejar una huella imborrable en la evolución del cine. Mientras sus contemporáneos capturaban escenas de la vida cotidiana, Guy-Blaché comprendió el potencial del cine para contar historias estructuradas. En esta película, una mujer encuentra bebés nacidos en un jardín de coles, una historia sencilla pero claramente ficcionada, lo que marcó un cambio radical en el uso del medio.
En un periodo en el que la industria del cine aún no se había consolidado, Guy-Blaché experimentó con efectos especiales, la dirección de actores y la edición, adelantándose a técnicas que serían esenciales posteriormente en el cine. Fue una de las primeras cineastas en utilizar el close-up como herramienta narrativa, anticipándose a D.W. Griffith. Un ejemplo de esto se puede ver en The Making of an American Citizen (1912), donde usó primeros planos para resaltar emociones y dirigir la atención del espectador.
A lo largo de su carrera, dirigió y produjo cientos de películas en diversos géneros, desde el drama hasta la ciencia ficción. En 1910, fundó Solax Studios en Estados Unidos, convirtiéndose en una de las primeras mujeres en liderar un estudio cinematográfico. Su trabajo en Solax no solo consolidó su reputación, sino que también influyó en la evolución del cine narrativo en Hollywood.
Pese a su innegable impacto, su nombre fue progresivamente olvidado con el paso de los años. En gran parte, esto se debió a que la historia del cine fue escrita desde una perspectiva que privilegió a los cineastas masculinos. Muchas de sus películas fueron atribuidas erróneamente a otros directores. Con el auge de Hollywood y la consolidación de la industria cinematográfica, su contribución quedó relegada al olvido. Fue hasta la década de 1960 que un grupo de investigadores redescubrió su trabajo y comenzó a darle el crédito que le habían arrebatado.
Alice Guy-Blaché falleció en 1968, a los 94 años. Poco antes de su muerte, le preguntaron si le molestaba haber sido olvidada, y con serenidad respondió: «No hay que llorar por lo que no fue. Yo sé lo que hice.»
Pero la historia es así: lo que no se cuenta, no existe. Y Alice, durante mucho tiempo, no existió. Hasta ahora.
Su caso no es único. La cultura está llena de mujeres cuyas contribuciones fueron ignoradas o minimizadas. Por eso, es fundamental reconocer y valorar su legado, reivindicando su labor desde la historia y no desde el afán de protagonismo que a veces prima en la actualidad. Su trabajo habló por ellas, y es ese impacto el que merece ser recordado. No deberíamos esperar a fechas conmemorativas para hacerlo. Alice Guy-Blaché no fue solo una pionera; sin ella, la historia del cine estaría incompleta.
A 130 años desde aquella proyección que deslumbró al mundo, recordar a Alice Guy-Blaché no es solo un acto de justicia: es un retorno a la verdad. Porque el cine, desde sus primeros pasos, tuvo una mujer guiando la cámara. Y aún estamos aprendiendo a enfocar bien esa imagen.
El cine que conocemos hoy le debe mucho a esta visionaria. Su audacia, su talento y su creatividad moldearon un medio que, desde entonces, se ha convertido en una de las formas más influyentes de expresión artística. Recordar su nombre es más que un acto de justicia: es un recordatorio de que la historia está llena de mujeres que marcaron la diferencia, aunque muchas veces su legado haya sido silenciado.
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