OPINIÓN

Algunos mitos del poder real y el popular

por Luis Beltrán Guerra Luis Beltrán Guerra

Foto: Federico Parra / AFP

Este ensayo se desarrolla con ocasión de las elecciones presidenciales en Venezuela el 28 del próximo mes de julio, con respecto a las cuales se escuchan las más diversas especulaciones. La gente se pregunta ¿qué sucederá? Y la respuesta es como mirarnos unos a otros. En rigor, se trataría de un proceso para que el pueblo juzgue a los gobernantes, quienes sostendrán que lo han hecho bien versus aquellos que denuncian lo “desfavorable”. Prueba de una acentuada confusión y a la fecha de unas cuantas décadas.

El dilema pareciera revelar confusión, desorden y mezcla de gentes o cosas de varias clases. Esto es, un “embarullamiento”. Y el parecer, por lógica, no es unánime con respecto a la suerte del proceso eleccionario, como mecanismo para depurar al país de sus inconvenientes y de que nos aboquemos con franqueza a materializar estadios de paz, grandeza y libertad. Lo cual no es otra cosa que hacer de Venezuela la república libre, independiente y soberana que han predicado sus ya numerosas cartas magnas. Entre ellas, la de 1811, “la primogénita”, por cierto, para un muy apreciado discípulo copia de la de Estados Unidos.

Que nos perdone el lector, pero en aras de la objetividad y preocupados por lo que sucedería acudimos a The Oxford Companion to Politics of the World, editado por Joel Krieger, a fin de precisar algunas ideas que nos pudieran servir de guía, encontrándonos con algunos anotaciones: 1. Mientras “la autoridad” se refiere al poder legítimo, “el autoritarismo” está asociado con “la arbitrariedad”, por lo menos, según los valores liberales y democráticos, 2. Los regímenes no democráticos comparten las siguientes características: a) Los gobernantes se autodesignan, b) Incluso si son elegidos, no pueden ser desplazados mediante la libre elección de los ciudadanos y c) No hay libertad para la creación de grupos, organizaciones y partidos políticos capaces de competir por el poder o cuestionar providencias de aquellos que gobiernan”. En el caso de Caracas cabe preguntarse, si pudiera el elector tomar en cuenta, en la oportunidad de sufragar las apuntaciones del grueso diccionario de 1.056 páginas. El texto puntualiza, además, con respecto a los subtipos de regímenes autoritarios: 1. Regímenes burocráticos-militares, 2. Los derivados de la denominada democracia orgánica, aquella en la cual la representación se ejerce a través de la familia, el municipio y sindicatos, 3. Gobiernos poscoloniales y posdemocráticos, 4. Gobiernos personalistas y 5. Regímenes postotalitarios. A manera de alivio, las fuentes acotan que desde la década de 1970, una «tercera ola» ha alimentado la transición a la democracia deshaciéndose de regímenes autoritarios. Primero en el sur de Europa, luego en América Latina y la República de Corea (Corea del Sur), y más recientemente en los países poscomunistas de Europa del Este y parte de la ex Unión Soviética. Ello ha dado lugar a una creciente literatura que analiza la crisis o ruptura de regímenes autoritarios y los diferentes caminos hacia la democratización. Una apreciación, sin lugar a duda, esperanzadora.

A ese proceso, por demás, halagüeño para la libertad, se ha referido el profesor de Harvard Samuel P. Huntington en sus famosos libros La Tercera Ola: democratización en el siglo XX (1991) y El choque de civilizaciones y la reconstrucción del orden mundial (1997), pero, también, el académico Alvin Toffler, calificado como “el futurólogo” por sus afamadas obras El shock del futuro y La Tercera Ola. Se lee que la obra de este último captó la atención del líder soviético Mikhail Gorbachov, el primer ministro chino Zhao Ziyang y el empresario mexicano Carlos Slim. “El mundo no se ha extraviado en la insania. Más bien, bajo el tumulto y el estrépito de acontecimientos aparentemente desprovistos de sentido, yace una sorprendente pauta, llena de esperanza”. Toffler “describe la vieja civilización, en la que muchos de nosotros hemos crecido, pero presenta una cuidada y vasta imagen de la nueva civilización que está haciendo irrupción”. “Hay razones para desafiar el elegante pesimismo que tanto predomina hoy, y que las mismas condiciones que producen los más grandes peligros en la actualidad abren, también, la puerta a nuevas y fascinantes potencialidades”. El escritor neoyorkino, calificado como “el futurista”, divide la civilización en tres partes, una fase agrícola de primera ola, una fase industrial de segunda ola y una fase de tercera ola que ahora está empezando (1980). En una manifestación de un optimismo exagerado afirma que “es una cuestión de supervivencia y que los sepamos o no, la mayoría de nosotros estamos ya empeñados en resistir -o en crear- a la nueva civilización. La tercera ola nos ayudará a elegir”. Cabe preguntarnos al pensar en la crisis que nos afecta, si los países a los cuales les ha costado siglos su conversión en “sociedades reales”, estuvieron bajo la visión del filósofo neoyorquino. Y en el de Huntington.

En el contexto, no sorprendería preguntarse en cuál de las olas ubicaríamos a Venezuela. El análisis de la democracia estatuida en la Constitución de 1961 llevaría a un analista serio a colocar a la nación caribeña, si se es objetivo, en “un proceso de consolidación democrática”. Huntington y hasta el propio Toffler no han de tener dudas de corroborarlo. Rafael Caldera, quien nos gobernara dos veces, todavía vigente la ola democrática, por supuesto, más en su primera magistratura que en la última, publicó en 2014 el libro La Venezuela Civil. Los constructores de la República. Evidencia sin dudas de una democracia sólida. Como edificadores cita a Rómulo Gallegos, primer presidente de la Ola; a Andrés Eloy Blanco, a quien titula “El amortiguador de la Constituyente”; a Rómulo Betancourt, a quien considera un verdadero estadista; a Raúl Leoni, con la mención “El camino recto de las instituciones”; a Jóvito Villalba, con la remembranza “con su muerte baja a la tumba un brillante conductor de la Generación del 28” y a Pedro Del Corral, “un venezolano ejemplar”. Fueron con el doctor Caldera ductores de un proceso democrático de varias décadas. El país, ejemplo de consolidación política y de economía relativamente sólida.  Ronald Dworkin, profesor de Derecho y Filosofía de la Universidad de Nueva York, reitera el necesario vínculo entre democracia e igualdad, reafirmando que “el gobierno ha de actuar para mejorar las vidas de los ciudadanos”. Es como para preguntarse si el derrumbe de la democracia en Caracas pasa por haberse olvidado esta pauta. Para algunos sí. En criterio de otros, la guerra intestina que aparentemente llevamos en la sangre.

Lo que no puede negarse es que a la democracia de 1961 se le sustituye a través de la metodología de un “zarpazo castrense”, el cual termina convirtiendo al jefe en primer magistrado electo popularmente con 3.673.685 votos. La consigna de que a Venezuela había que refundarla, para lo cual se deroga la carta magna de 1961, suplantándosele por la hoy vigente. Conforme a sus pautas, si se actúa con apego a la misma, se llevará adelante el proceso eleccionario presidencial del próximo 28 de julio. El presidente Nicolás Maduro y el internacionalista Edmundo González Urrutia se someterán a la voluntad popular. La certidumbre, es forzoso decirlo, no reina. Más bien, las dudas son cada día más numerosas.

¿Qué sucederá en julio?

Dios es el único que lo sabe. Por supuesto, tendrá presente que “los mitos del poder real y popular” no dejan de juntarse.

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@LuisBGuerra