Un vídeo corre en las redes con la entrevista de Ernesto Villegas al difunto presidente, quien le decía, en un ejercicio inútil y mentiroso de futurología (a las pruebas me remito),“imagínate, en 2019 estaremos produciendo 6 millones de barriles de petróleo, tendremos una industria petroquímica envidia de todo el planeta y lograremos la seguridad alimentaria”. En otro vídeo invitaba a su secuaz y homólogo nicaragüense a bañarse en el Guaire, inmensa cloaca que atraviesa la ciudad de Caracas, una vez convertido en río de agua potable. Como el talento no secundó las ambiciones, esos datos quedaron para propaganda primero y para la burla y la indignación después.
Otra grabación, hecha por un ciudadano, muestra cómo, tras 12 largas horas de cola a la espera de poder adquirir (con dólares, la nueva moneda nacional) la gasolina importada con la cual llenar el tanque de su vehículo, los militares responsables de gestionar el racionamiento y de hacer respetar el orden permitieron, facilitaron y muy probablemente negociaron la venta a sus “compinches”, quienes, además, eludieron la espera. El socialismo del siglo XXI se encargó también de destruir las industrias petrolera y petroquímica.
Pese a todas las evidencias del desmadre ocasionado a un país ignorado y convertido en un infierno y terrible suplicio para la inmensa mayoría de los venezolanos, algunas instituciones y organizaciones utilizan como forma de saludo la frase: “Chávez vive, la lucha sigue” o, lo que sería más adecuado, “la destrucción sigue y a pasos acelerados”.
Hoy, todos los venezolanos, defensores y detractores, dentro y fuera del país, son víctimas de un modelo que se ofreció como creador de un hombre nuevo y, como todos sus antecesores, culmina en genocidio. Quienes representan al régimen juegan sobre la cubierta del ataúd de los venezolanos, quienes viven al borde de un abismo. Se trata de un régimen que no escatima en métodos atroces como los sugeridos por Lenin en nombre del “progreso”: el fin justifica el uso de los medios.
Mientras unos optan por la complicidad, guardan silencio, se resignan o mofan de los ciudadanos, la inmensa mayoría se desmarca y rebela: no están dispuestos a tolerar la pérdida de la libertad y la democracia. Viene a mi memoria una conversación que sostuve, en el año 2007, con una trabajadora del Ministerio de Agricultura, hija de adecos y del 23 de Enero, para más señas. En su lugar de trabajo vivió de cerca las juergas de la “familia de los güisquis”, el menor de ellos de 18 años, mientras veía cómo languidecían los datos de la producción agrícola, crecían las expropiaciones para beneficio personal de los “jefes” y morían las costosas vacas importadas de Argentina. Su primera reacción fue responsabilizar a los “juerguistas”, para luego constatar quién era el verdadero responsable: quien los escogió y designó como ministro y directores.
En esta línea se inscriben las valientes declaraciones de Nicmer Evans, que evidencian un proceso de reflexión que, muy probablemente, le ha debido resultar doloroso. Reconocer el error de haber respaldado a un régimen dictatorial, responsable de la devastación de un país, no es poca cosa. Le duele saber que apoyó a un hatajo de incompetentes e intrigantes. No se quedó en la crítica a Maduro para salvar al difunto, no calló, pudiendo haberlo hecho; optó por acometer a las claras la tragedia y a sus responsables, mientras unos pocos danzan con el diablo y utilizan la piel del camaleón para disfrazarse de anti totalitarios.
El respaldo social al régimen desapareció. Se ha producido un inmenso deslave social y político que lo ha convertido en una minoría que solo se puede sustentar con las bayonetas y el apoyo del TSJ, convertido en bufete de abogados del gobierno. Este último designó a las autoridades del CNE y, robando las siglas de los partidos políticos, incluso los de antiguos aliados, modificó el principio de votación y representatividad. Tampoco aporta solución alguna la respuesta de algunos demócratas frente al exterminio del sistema electoral: “así me gusta verlos” “tomando una cucharada de su propia medicina, la que impartieron cuando compartían el poder”. No hay robos buenos o malos o presos políticos de primera o segunda.
Nos resultan inapropiados los comentarios que se solazan con la persecución y prisión de Nicmer Evans o de quienes fueron voceros del régimen en algún momento. Hacemos nuestra la perspectiva de Albert Camus, quien afirma que se puede crear el criminal perfecto, aquel que mata sin el menor remordimiento y sin límites ya que cree hacerlo en nombre de la razón y del bien. El fin, salir de esta zozobra, no justifica el uso de cualquier medio. La alternativa democrática hoy es mayoría, por su capacidad para cobijar una amplia pluralidad de formas de pensar y opinar. En ella coexisten agentes y actores con puntos de vista discrepantes entre sí y ello es un signo de su fortaleza. Lo contrario es “la fatal arrogancia” del pensamiento único.
En este ámbito plural tiene pleno sentido la declaración de la Conferencia Episcopal, denostada y satanizada por algunos, la cual entendemos como una convocatoria a la reflexión. La declaración coloca en el centro la calamitosa situación del ciudadano venezolano, sometido a la peor de las pandemias, el “socialismo del siglo XXI”, responsable de la geografía de las catástrofes, agravada por el COVID-19 y sus secuelas sociales y económicas. En ella se reconocen las irregularidades, los vicios y la farsa del CNE, incluidos los presuntos negociados en la adquisición de las máquinas (duda más que razonable con un régimen guinness en desfalco), a lo que añadiríamos el turbio manejo de un registro electoral sucio: 20% de la población se encuentra en la diáspora y solo 107.000 debidamente registrados en el exterior. Con esos datos no son pocas las trampas que se pueden hacer en las mesas, espacio para el atraco, como lo señaló un ex rector.
El comunicado reafirma la vocación democrática de los venezolanos y la necesidad de una ruta consensuada, compartida y expresa: no basta con hacer un llamado a no participar, es fundamental buscar salidas y generar propuestas, pues la abstención podría conducir a la parálisis, la inercia, el letargo y el apoltronamiento y como ejemplo apuntan lo ocurrido con la abstención del año 2005. Esta parálisis se puede agravar en un contexto de represión y escasez de gasolina, medicinas, alimentos y medios de comunicación, lo cual dificulta aún más la movilización de una sociedad que hoy está exhausta.
Se podrían apuntar, en contra de lo dicho por la CEV, los casos de participación sin resultados en varios países o atribuir a la abstención en la consulta electoral de 2018 un importante efecto en el desconocimiento de ese proceso en más de 50 países del planeta. Sin duda, el apoyo alcanzado es de innegable importancia, pero no se puede convertir la abstención en gesta épica de proporciones grandiosas o única razón del apoyo internacional. El régimen también juega y ha sabido mantener a sus socios internacionales.
Las recientes declaraciones de Josep Borrell, alto representante para Asuntos Exteriores de la UE, revelan que el apoyo internacional no sustituye sino que complementa el esfuerzo político al interior del país. Se refería a lo ocurrido con las elecciones en Bielorrusia y a Lukashenko y Maduro: “Nos guste o no, controlan el gobierno y tenemos que seguir tratando con ellos, a pesar de no reconocer su legitimidad democrática”. Han transcurrido 14 años desde que se establecieron las sanciones a Lukashenko y 10 años desde el momento en el que la UE expresó que las elecciones en ese país habían sido una farsa, y allí sigue.
La CEV sugiere y propone, pese a las irregularidades apuntadas en el ámbito electoral, la participación masiva en las elecciones acompañada de una política consensuada. Su oferta no es hipócrita y tampoco incompatible con otras opciones democráticas. La propuesta la hace una institución comprometida con el país. Es lógico que surjan dudas y desacuerdos, es una invitación al debate y a la formulación de nuevas ideas cuya virtud sea la de no ser irrealizables o meras cartas al Niño Jesús.
Enfrentarse a un régimen totalitario y sin escrúpulos es una tarea exigente y llena de riesgos. Pese a las dificultades y en medio de una gran precariedad, las organizaciones sociales, dentro y fuera de Venezuela, han construido un denso enjambre de políticas e iniciativas y debaten los temas planteados en la declaración de la CEV. Es fundamental escucharlos e integrarlos al debate, evitando actitudes arrogantes. Solo basta una mirada al coronavirus para entender que construimos sociedad en medio de la incertidumbre y el cambio. Acepto la invitación del documento a pensar en políticas que podamos hacer posibles.
@tomaspaez