Pienso que ciertos actores de la oposición venezolana necesitan readaptarse al signo de los nuevos tiempos o si no se verán enfrentados al duro signo de la extinción. Es, si se quiere, la dureza de los hechos. Hasta biológica si se quiere. Aunque no sé si pueda hablar de biología o darwinismo político.
En todo caso, esta premisa bien vale la pena analizarla. Hay quien ve al chavismo como una estructura monolítica que tiene las mismas condiciones de hace unos cinco años o, peor aún, desde su propia génesis, por allá a finales del siglo pasado. Y si bien existe un chavismo rancio, de vieja escuela, y también es cierto aquello de que la serpiente cambia de piel pero no de naturaleza, mucha agua ha corrido en el río revolucionario en las últimas dos décadas. Hoy son otros los actores que tienen el control, e incluso, varios de sus fundadores, incluyendo al propio Chávez, ni siquiera están ya en este plano terrenal. Y bien sabemos, querido lector, que Lenín tuvo sus cosas, pero Stalin tuvo otras más.
Recientemente repasaba algunos aspectos clave de la vida política de Rómulo Betancourt, especialmente después de 1928, y lo que fue el primero de varios de sus exilios. Me llama la atención que Rómulo tuvo peleas con varias personas de la época que combatían al gomecismo. Por un lado, los viejos caudillos y algunos generales chopo de piedra de la vieja guardia que todavía soñaban con derrocar a Gómez a la vieja escuela, con montonera incluida. Por el otro lado, con alguno de los mismos factores del comunismo tan en boga por la época, los cuales pretendían aplicar a rajatabla la experiencia bolchevique a la tierra caribeña venezolana.
No pretendo con esto hacer un paralelismo entre la Venezuela de hoy con la Unión Soviética y las aventuras del bisoño Betancourt, pero sí llamar la atención sobre una lección valiosa que este último nos dejó de cara a la comprensión de nuestro proceso político actual.
Betancourt supo entender que la oposición venezolana no iba a obtener el poder empleando las mismas técnicas del pasado que ya estaban agotadas, ni tampoco importando al calco un modelo que era inviable en el país. Betancourt entendía que los sistemas autoritarios toman muchas veces décadas para salir (el de Gómez duró casi 3 décadas, el actual va por el mismo camino) y que las aspiraciones de cambio deben, necesariamente, cimentarse en propuestas que duren años y décadas, y no los próximos días o meses, por muy difícil o aciaga que sea la situación. Este es el pensamiento de un estadista, el que es capaz de hacer prevalecer lo estratégico cómo premisa principal.
Pero Betancourt también entendió que la nueva oposición a Gómez no sería la tradicional de los viejos caudillos. De nuevo acá la lección es valiosa. A veces leo a varias personas que se quedaron en el mismo track del pasado, y son incapaces de adaptar su estrategia al nuevo signo temporal. Y sí, por duro que suene, la Venezuela de hoy no es la de 2019, como tampoco es la de 2015 y mucho menos la de 2002. Si no eres capaz de readaptar tu visión del país a un entorno extremadamente cambiante, estarás condenado al fracaso. Es, si se quiere, hasta un principio gerencial: aprender a manejarte en un entorno de alta incertidumbre y cambios inesperados. Aplica también a la política.
Y mientras algunos lo que hacen es recordar una y otra vez los desmanes y destrozos que ha hecho el chavismo (lo sabemos además y creo que cualquier persona medianamente informada lo sabría) lo cierto es que la retahíla histórica en nada altera la estructura de poder, porque allí sigue. Es como ese hombre que al final de sus días se retira para recordar su pasado en espera del ocaso. ¿Es esto lo que se espera de un agente de cambio? Creemos que no, porque al final el que solo recuerda y se queja, termina postrado y sin generar transformación alguna.
En este escenario, creo que el lamento no es la mejor opción. Es mejor tomar una actitud más propositiva que derive en un fin más constructivo, que se traduzca en cambios reales y no disertaciones teóricas, bellas para la galería pero inconducentes en la práctica.