Actualmente, nos encontramos en un sistema global caracterizado por tensiones y conflictos, marcado por la confrontación de diversas visiones y la fragmentación del mundo. En este contexto poswestfaliano, se observa un difícil tránsito de la soberanía absoluta de los Estados hacia entes supranacionales. Además, el mundo se encuentra en una transición híbrida entre lo físico y lo virtual, presentando una dicotomía entre democracia y autoritarismo, y debates sobre si el derecho puede derivarse del poder. Asimismo, se observa un multilateralismo alternativo y una multipolaridad desbalanceada.
Sobre estos dos últimos aspectos vale la pena hacer algunas reflexiones puesto que son elementos claves para comprender la gobernanza global y en particular el debilitamiento de las Naciones Unidas en su conjunto.
Como hemos observado durante este siglo que transcurre, los asuntos de la paz y seguridad internacionales, exclusivos en cuanto al uso de la fuerza con la prerrogativa del Consejo de Seguridad de la ONU, ya dejaron de existir. No solo la inoperancia en ese órgano por el obstáculo del derecho a veto, sino también la fuerza que tuvo en su momento el carácter moral del conjunto de resoluciones de la Asamblea General. La Secretaria General bajo el mandato gris y deslucido de Guterres es parte de esa imagen que se extiende a los organismos especializados y agencias que no han podido llevar a cabo sus funciones acordes con las exigencias del mundo actual como el caso de la OMS, evidenciada durante la pandemia del COVID, la Organización Internacional para las Migraciones y el Alto Comisionado para los Refugiados, desbordados por las grandes olas migratorias, la FAO, en cuanto a las hambrunas en el mundo, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y así cada una de ella tendrían una evaluación negativa en un análisis somero.
Diversas son las causas de la poca efectividad del sistema que ha trasladado sus esfuerzos hacia objetivos diferentes, pero colaterales a sus mandatos originales. La larga lista de los Objetivos del Futuro y la Agenda 2030 son prueba de ello. Paralelamente, la colonización de la burocracia ONU de cuadros altos y medios por parte del autoritarismo y de la izquierda ha sido un factor disruptivo de los valores que sustentaron la creación de la ONU. Basta observar la composición del Consejo de Derechos Humanos en Ginebra, en la cual China, Rusia e Irán con sus acólitos del Latinoamérica, África y Asia, desvirtúan completamente los propósitos de dicho órgano.
Dentro de este contexto ha surgido como consecuencia una diplomacia multilateral alternativa que no es otra cosa más que trasladar el epicentro de la resolución de los conflictos que afectan la paz y seguridad internacionales a las agendas de organizaciones que fueron creadas con fines esencialmente económicos. Hoy los debates y las decisiones sobre la conflictividad mundial han ido ganando terreno en las declaraciones finales del G-7, Unión Europea, BRICS y G-20 entre otros.
Todo ello se está conviniendo dentro de una multipolaridad desbalanceada. Los diferentes polos de poder tienen capacidades y objetivos claramente diferentes y en muchos casos opuestos. Muchos analistas evocan a Trucidides con relación a la rivalidad de Estados Unidos y China, pero también observamos que el Grupo BRICS tiene como objetivo claro superar al G-7.
La rivalidad sistémica global, teniendo como telón de fondo los avances del autoritarismo en el mundo, pareciera que nos va a conducir a un sistema de alianzas que pudieran ocasionar una guerra a gran escala. Los exorbitantes gastos militares de los últimos años, los avances tecnológicos en materia de misiles, los desarrollos militares en el espacio ultraterrestre y los cambios doctrinales en las políticas exteriores y de defensa, especialmente de Rusia y China en materia nuclear, solo indican que se están preparando para ello.
De seguir así, solo en el caso de un ataque alienígena pudiese ponerse de acuerdo el mundo de manera unánime para invocar la paz y seguridad internacionales.