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¿Alguna vez has sentido temor, miedo, terror o pánico?

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¿De qué se tratan estos estados y cómo manejarlos?

El miedo es una emoción natural que se experimenta en situaciones en las que se percibe amenaza o incertidumbre, y es un mecanismo excelente de defensa del ser humano ante los peligros. Los estados de temor, miedo, terror y pánico son emociones relacionadas, pero tienen diferencias en cuanto a su intensidad y duración.

El temor es una emoción común que se experimenta ante escollos que se perciben como amenazantes, pero que no representan un mayor riesgo de inmediato. El temor suele ser de intensidad moderada y dura el tiempo que esté presente la situación que lo provoca, como el hablar en público o al acercarse a un perro desconocido.

El miedo es más intenso que el temor y se experimenta ante una situación que se percibe como peligrosa e inminente. Dura lo necesario para provocar una respuesta de lucha o enfrentamiento, o huida de la persona, como lo sería sentir miedo ante una serpiente venenosa o ante un atraco a mano armada.

El terror es la emoción más intensa de las tres, y se puede experimentar ante contingencias extremadamente amenazantes que ponen en trance la vida. El terror es de corta duración y produce una respuesta de parálisis o de “shock” en el organismo. Sentiríamos terror ante un terremoto, un incendio, un ataque terrorista o un bombardeo en una guerra. El trastorno de estrés postraumático puede ser diagnosticado a una persona, si ha estado expuesto a una amenaza de muerte o a una lesión grave, y ha respondido con miedo, impotencia u horror.

En todos los casos nuestro cerebro nos dice que debemos protegernos a nosotros mismos o a quienes nos importan. Es parte de nuestro instinto humano básico querer estar a salvo y sobrevivir.

Ataque de terror

El estado de pánico proviene en buena parte del miedo extremo o del terror. Es un trastorno de ansiedad experimentado por una persona en respuesta a un estímulo que se percibe muy dañino denominado pánico situacional. Presenta, de manera intensa, una serie de síntomas físicos y emocionales, que incluyen palpitaciones, sudoración, temblores, dificultad para respirar, mareo, sensación de ahogo o dolor en el pecho, entre otros. Los síntomas emocionales serían el miedo intenso, el terror, la sensación de irrealidad o despersonalización, y el temor a perder el control o a no saber qué hacer. Tiene una duración relativamente breve, de minutos y en pocos casos hasta una hora, pero a veces es intenso y limitante en la vida cotidiana. Además, se desencadena en ocasiones súbitamente sin motivo aparente. Son ataques de pánico inesperados y se encuentra asociado con otros trastornos de ansiedad. En este caso lo mejor es buscar ayuda profesional. El tratamiento comprende terapia cognitivo-conductual, medicamentos ansiolíticos y terapias alternativas como la meditación y la relajación muscular progresiva (Gessen y Gessen, Maestría de la felicidad, Cap.1, pág. 107-119).

La «intuición del peligro»

Se refiere a la capacidad de todo animal, incluidos los seres humanos, de percibir situaciones que podrían ser peligrosas o amenazantes sin necesidad de una información o análisis exhaustivo. Esta percepción intuitiva puede ser el resultado de una evaluación rápida de las señales del entorno, experiencias previas, creencias y emociones. Describe la capacidad de presentir una amenaza o situación arriesgada sin tener una evidencia clara o racional para respaldar esa percepción. En el ámbito psicológico, se considera como una forma de percepción a nivel no consciente que nos ayuda a detectar posibles amenazas o peligros antes de que se manifiesten de manera evidente. Se basa en la idea de que nuestro cerebro tiene la capacidad de procesar información de manera rápida y automática, y que se manifiesta en forma de sensaciones o presentimientos. Pero, debemos tomar en cuenta que estas intuiciones nos sirvieron bien para la supervivencia durante milenios en la jungla aunque limitadamente, y son útiles cuando somos niños aprendiendo los conceptos básicos del mundo, pero no siempre son acertadas en nuestras sociedades modernas, complejas, y que cambian rápidamente.

Nuestra intuición puede manifestarse a través de señales físicas, como un aumento de la frecuencia cardíaca, una sensación de inquietud o malestar, o un “pálpito”. También se expone a través de pensamientos que nos advierten, aunque no tengamos una justificación lógica o evidencia de alguna causa.

Esta alarma o intuición no siempre es precisa y se ve afectada por sesgos de fe o interpretaciones subjetivas acorde a las creencias o credos religiosos. A pesar de ello, Albert Einstein valoró la intuición, y se le atribuye la frase: «La mente intuitiva es un regalo sagrado«. Lo más curioso es que él expresara que cuando intuimos pareciera que nuestro cerebro nos regalara una idea que no sabemos de dónde ha salido: “Hay un chispazo en la conciencia, llámese intuición o como se quiera, que trae la solución sin que uno sepa cómo o por qué”. (Gessen, ¿Quién es el Universo?, 2021, Pág. 72) 

La bioquímica del miedo

Al detectarse la amenaza, el sistema nervioso simpático se activa y en nuestro cuerpo también se aumenta el flujo de hormonas para ayudarnos a concentrarnos en el peligro. Se libera en la sangre la hormona adrenalina (epinefrina) para proporcionar energía adicional al cuerpo. Además de la adrenalina, igual se libera noradrenalina (norepinefrina), lo que aumenta la frecuencia cardíaca y la presión arterial, a efecto de preparar al cuerpo para la acción. Se libera asimismo cortisol, la “hormona del estrés” en respuesta al miedo. Este ayuda a aumentar la disponibilidad de glucosa en el cuerpo, lo que agrega energía adicional para la acción. Aparte, se estimula el sistema límbico, la parte del cerebro que está involucrada en la regulación emocional y la memoria. Ocurre al mismo tiempo la liberación de varios neurotransmisores, incluyendo la dopamina, la serotonina y la acetilcolina, que tienen efectos diferentes en el cuerpo, como aumentar la atención y la alerta, o disminuir la actividad motora.

La visión de túnel es un fenómeno común que ocurre durante el miedo o situaciones de alta tensión emocional. Se refiere a una disminución de la percepción visual periférica, lo que hace que la persona se enfoque en un objeto o evento específico, a menudo la fuente de la amenaza o el peligro percibido. La persona siente como si estuviera mirando a través de un túnel, viendo el final u objetivo, y todo lo demás alrededor se desvanece.

Algunas personas señalan otros cambios físicos durante el miedo, como un aumento de la sensibilidad del oído y de otros sentidos. Militares comentan además que cuando tienen miedo extremo, la agudeza del oído es mayor, al igual que algunos gendarmes indican que cuando están en la línea de fuego ven muy bien, pero no escuchan los disparos. Otras personas disertan sobre que no se siente dolor o que se atenúa en una situación de miedo, que son más fuertes, o que corren o saltan más rápido y más alto.

Apaciguamiento del dolor

En cuanto al dolor, es cierto que en situaciones de miedo o tensión emocional algunas personas no se percatan del padecimiento o lo sienten menos. Esto se debe a que, durante el miedo, el cuerpo libera hormonas que actúan como analgésicos, como la adrenalina y el cortisol, calmantes naturales que disminuyen la punzada de las heridas o golpes y tienen el efecto de reducir la inflamación en el cuerpo.

No tenerle miedo al miedo… Todo lo contrario…

El miedo es una ventaja y un instrumento y mecanismo de supervivencia… El miedo sin control provoca el estado de terror o de pánico y la parálisis de la acción defensiva o de huida que son alternativas para no superar el peligro. Lo que nos demuestra que no debemos “temerle al miedo”: Está previsto en nuestra naturaleza genética como un mecanismo para sobrevivir y protegernos. Pero debemos aprender a controlarlo. Si no lo hacemos el miedo nos dominará y actuaremos por instinto y podemos perder la ventaja de la racionalidad.

El reclutamiento neuronal

Se refiere a la capacidad del cerebro para activar y coordinar diferentes grupos de neuronas (células cerebrales) para llevar a cabo su labor. Por lo tanto, el reclutamiento neuronal es una propiedad del cerebro de concertar los sistemas implicados en situaciones que lo ameriten. Las neuronas se comunican entre sí mediante la liberación de neurotransmisores en las sinapsis, y esta comunicación es esencial para la coordinación y el reclutamiento de diferentes grupos de neuronas. En el contexto del miedo, se estimulan diversas regiones cerebrales, para procesar y responder al evento que lo provoca. Este sería un reclutamiento neuronal normal para disponer de todas las partes del cerebro que se precisan para dar una respuesta ante el peligro. Caso contrario es el de la epilepsia —una enfermedad neurológica que se caracteriza por episodios de actividad eléctrica anormal y sincrónica en el cerebro que puede dar lugar a síntomas como convulsiones, alteraciones sensoriales y otros síntomas— en que la actividad de reclutamiento neuronal puede envolver grandes regiones del cerebro y, en algunos casos, puede extenderse a todo el cerebro provocando las movimientos involuntarios.

Cuando tenemos miedo extremo se produce esta actividad de reclutamiento cada vez mayor en tanto se intensifique el mismo. Como se pretende preparar al organismo para varias actividades, en distintas partes del cerebro se provocarán estos reclutamientos: en el área motora, en las áreas sensoriales de cada uno de los sentidos y en todo el aparato cerebral que involucra las emociones, lo que podría disminuir nuestra capacidad cognitiva y de pensamiento como son los procesos mentales que se utilizan para adquirir, procesar, almacenar y utilizar información en el cerebro. Estos procesos mentales incluyen la percepción, la atención, la memoria, el razonamiento, la resolución de problemas, el juicio y la toma de decisiones. Por esta razón, y para evitar una respuesta instintiva o un estado de terror o pánico que nos paralice, tenemos que adiestrarnos en cómo debemos actuar ante las amenazas, porque la actividad de reclutamiento neuronal emocional impide o disminuye la capacidad de pensar y de actuar adecuadamente y puede alcanzar a todo el cerebro inmovilizando nuestra razón y discernimiento provocando la parálisis o el pánico.

¿Qué hacer para afrontar los peligros con inteligencia?

Aprendamos y enseñemos a nuestros hijos desde pequeños a controlar la emoción del miedo para evitar que ante el peligro lleguen al terror o el pánico.

En cualquier amenaza debemos estar conscientes de que lo emocional o instintivo nos prepara para estar físicamente óptimos para dar respuesta a esta situación. Los cambios del organismo nos ayudan. No debemos temer por los síntomas que sentimos. Si llegara a existir alguna actividad de reclutamiento cerebral que nos pudiera sacar del control del miedo, lo primero que debemos hacer es contar en voz alta y respirar lentamente. Tal y como probablemente alguien nos lo dijo en alguna oportunidad de emoción intensa: “¡Cuenta hasta diez!” o “¡Respira profundo!”.

Contar en voz alta dispara el razonamiento. El sonido de la voz impulsa el área auditiva donde se concentra esta actividad, y al hablar, estimulamos el área motora que dirige esta acción. Respirar profundo, aspirando lentamente y soltando el aire luego de igual forma, a la vez que contamos las respiraciones, no solo acciona áreas motoras sino que nos da un control de distintas áreas del cerebro.

En conocimiento de la causa de los cambios fisiológicos que sentimos y con otras áreas del cerebro cognitivo actuando, recuperamos el control, y aunque la emoción siga activa no nos impedirá actuar ahora racionalmente, en realidad biopsicosocialmente. El área que maneja lo emocional en el cerebro seguirá reclutando solo lo que le compete y el área cognitiva también reclutará las áreas necesarias para funcionar racionalmente. Estaremos en mejor capacidad de dar respuesta a la amenaza.

Los simulacros

¿Qué hace que un bombero no salga corriendo ante el fuego? ¿O qué pensar de cómo actúa para salvar la vida de alguna víctima, en medio de un incendio, donde también arriesga su vida? La respuesta es que para ser bombero tuvo que estudiar, prepararse y ejercitarse para hacerlo. Aprendió habilidades de afrontamiento. Lo mismo hacen los policías, o los integrantes de las Fuerzas Armadas.

En el caso de una amenaza real, es importante proceder de manera rápida y segura para protegerse a sí mismo y a otros. Para ello cada persona debe prepararse. Es esencial practicar el simulacro de peligro. Si una familia o una escuela hace una vez al año un simulacro de incendio o practica qué hacer en caso de un terremoto, en un asalto, un ataque terrorista o una inundación, cada miembro de esa familia o de ese centro de estudios estará consciente de cómo debe comportarse. Cuando enfrente la situación en la realidad, el mecanismo del miedo hará lo que tenga que hacer de forma automática, pero la persona también sabrá a dónde dirigirse, cómo ponerse en resguardo y cómo comportarse superando el miedo profundo que le pueda paralizar o perder el control.

Recursos de la ciencia de la conducta

Los psicólogos cuentan con recursos terapéuticos que pueden ayudar en estos casos a las personas con técnicas de visualización, de relajación y exposición gradual a los estímulos que provocan pánico. La terapia de exposición implica enfrentar progresivamente los estímulos que provocan pánico. Esto enseña a las personas a controlar su respuesta emocional y reducir la intensidad de sus síntomas. Las técnicas de relajación, como la respiración profunda, la meditación y la relajación muscular progresiva, contribuyen a reducir la ansiedad y el estrés, algo que es muy útil para controlar los síntomas de pánico. El desarrollo de estos planes para evitar el terror ante una amenaza real suele ayudar a las personas a sentirse más seguras y preparadas ante situaciones difíciles, y recuerde no le tenga temor al miedo, ya que es su mejor herramienta para la supervivencia y para afrontar los peligros.


María Mercedes y Vladimir Gessen, psicólogos. Autores de: ¿Quién es el Universo? y Maestría de la Felicidad.

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