Francis (antes Ford) Coppola cumplió 83 años el 7 de abril. Es responsable de al menos 4 de las mejores películas de la segunda mitad del siglo XX y su estrella se apagó de la forma más inexplicable a partir de 1981. En una voltereta del destino, perfectamente consistente con su historia pasada y sus apuestas por lo imposible siempre que sea grandioso, don Francis, para regocijo de sus fans, ha anunciado que vuelve al ruedo, financiando su próxima película que comenzaría a rodarse en septiembre según algunos, noviembre según otros. ¿El título? Megalopolis.
En realidad la historia tiene que ver con el carácter de Coppola, su talento y el hada de la fortuna que parece haberlo acompañado al menos hasta 1981. La serie “The offer” daba cuenta a la vez de su testarudez en persecución de un libreto que quería filmar a su manera, sobre el poder y la decadencia de un caudillo familiar en el contexto de la maffia americana de los 40. Pero además la suerte con la cual corría, gracias a su encanto, a productores que a pesar de todo lo apoyaban y finalmente obtenía el premio más codiciado. La consagración en el Olimpo del cine americano de los 70 y más importante, la libertad creativa de hacer lo que se le cante. Su ángel de la guarda seguía activo y su talento producía en 1974 un film delirante y paranoico llamado La conversación. Los fantasmas de Watergate estaban muy activos y Harry Caul, un espía de conversaciones privadas magistralmente interpretado por Gene Hackman era en principio el cazador y luego la víctima en un film que triunfaría en Cannes volviendo a consagrar al director. Por si fuera poco ese mismo año, El padrino II, competía con la primer entrega a cuál era mejor. La discusión está todavía abierta y probablemente es un problema irresoluble, y totalmente innececesario. Fue otro triunfo arrasador y un film que no ha perdido un ápice de su potencia dramática. Lo mejor estaba por venir.
En 1976, comenzó el rodaje de Apocalipsis Ahora. La nueva apuesta de Coppola buscaba a la vez una adaptación de una magistral novela corta de Conrad (El Corazón de las tinieblas), y una primera reflexión sobre la guerra de Vietnam de la cual después de mas de una década y 60,000 americanos muertos, Estados Unidos había salido sin gloria alguna. El empecinamiento de Coppola lo llevo a filmar en Filipinas y después de tifones, infartos, problemas logísticos imposibles y conflictos internos varios, el film solo vio la luz en 1979 (a la zaga de El francotirador de 1978, que había consagrado a Michael Cimino). Pero la buena estrella de Coppola no había dejado de protegerlo. El film fue un éxito crítico, ganó en Cannes y le confirmó al director lo que ya era una verdad incontrovertible. Era, se creía invencible. Tan invencible como para acercarse al Sol.
Al Sol de Las Vegas, donde se desarrollaba su próxima película, un musical desmelenado llamado One from the Heart para el cual mandó reconstruir (con su dinero) el aeropuerto de la capital del vicio. La película no solo fue un fracaso. Le dio a los estudios la excusa perfecta para traer al redil a esos muchachos belicosos que habían salvado al cine americano de la abulia pero que se creían invencibles. Fue ese mismo año que Cimino quebró a la United Artists con un western imposiblemente caro llamado La puerta del cielo. La euforia de los 70 dio paso al regreso a las buenas prácticas en los 80. Y la carrera de Coppola nunca volvió a ser lo mismo. Adaptó dos novelas de S.E. Hinton que no tuvieron éxito alguno (y no han resistido el paso del tiempo, aunque lanzaron la carrera de varios actores de renombre de Matt Dillon a Ralph Macchio), luego intentó dramas familiares (Peggy Sue se ha casado) , o corporativos (Tucker, el hombre y su sueño). Eran films correctos, pero la magia, el genio, la sabiduría dramática ya no estaba allí. Logró dos golpes de genio importantes con la tercera parte de El padrino, que sin emular a sus hermanas mayores tenía lo suyo y entregó un Drácula, ese sí, deslumbrante, antes de desaparecer en films artesanales que guardaban poco del brillo de antaño. Se dedicó con éxito a producir vino para lo cual su imagen todavía lo apuntalaba.
Y ahora vuelve al set. Por un lado genera esperanza por el genio que tal vez vuelva, por el otro angustia por la pólvora que tal vez este irremisiblemente mojada.
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