El nido del cardenal siempre lo supo. Construido con la esencia de nuestra tierra, amaneció entre relámpagos y cujíes. Sobre el cielo larense, el ave de color carmesí se hizo huésped de la brisa que lo abrazó cuando gorjeaba entre picotazos a las lefarias. Un cuatro expresaba el sentir de la región. Mientras el fogón entregaba el humeante café recogido en los canastos con tejidos quiboreños. La inquietud estaba allí como un viento huracanado en los abismos del niño. Eran los tranquilos años de un lacónico Barquisimeto. En su cama, Alfonso Saer escuchaba a grandes relatores que lo ubicaban mágicamente en el escenario imponente de los acontecimientos. La Cabalgata Deportiva Gillette era una de sus favoritas. La atildada voz de Francisco José Cróquer lo cautivaba. El cubano de Bayamo Felo Ramírez gozaba de su rendida admiración. El futuro Hall de la Fama era de sus predilectos. El jocoso Marco Antonio de Lacavalerie ponía el tono festivo. Buck Canel se dejaba oír cada noche cuando la cosa se ponía buena. Un versado en el arte de la narración que como Leo Marini en el canto parecían más cubanos que nacidos en la sureña Argentina. Aquellos extraordinarios referentes fueron convenciéndolo de que su camino estaba ineludiblemente unido a ellos. Quizás en una tarde del crepúsculo radiante se imaginó detrás del micrófono contándonos los pormenores de una velada que concitaba la atención de los febriles aficionados, ávidos de conocer de primera mano los desenlaces de un episodio. Su interés era tan grande que se volvió todo un especialista. Volcaba toda su atención en conocer los pormenores del deporte. Conocía de memoria, récord y figuras de renombre universal. Nada quedada al azar, siempre pendiente de la noticia que desnudara al evento de gran notoriedad. Pasaba horas alimentando esa pasión con tiempos de lectura, así como escuchando a los mejores en una suerte de sueño premonitorio de lo que sería él décadas después. Solo que fue hundiendo los dedos en el animado mundo de una máquina de escribir, donde inició su exitosísimo recorrido por el mundo del periodismo deportivo. Aquella nota intitulada: Rumbo a Tokio, como epígrafe de los juegos olímpicos que se realizarían en 1964, en la capital japonesa, avizoraba una carrera longeva marcada por lauros increíbles. Sus logros vinieron como mandíbula batiente. Cuando Cardenales de Lara inicia su recorrido en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional. Dejando como estandarte su génesis caroreña, sin olvidar su activa presencia en la Liga Occidental. Allí estaba Alfonso Saer para ser testigo estelar de un momento histórico. El 15 de octubre del año 1965 el extraordinario Ken Sanders blanqueaba a los temibles Leones del Caracas de César Tovar y Dagoberto Campaneris cuatro por cero. En el inicio del vuelo cardenal. El Estadio Olímpico desbordaba de alegría al observar el comienzo auspicioso de la divisa. Un circunspecto, Antonio Herrera Gutiérrez sonreía al sentir cómo sus venas manifestaban el amor por el beisbol.
Los primeros años fueron alimentando su espíritu. Respiraba deporte por todos lados. Fue adquiriendo un estilo propio en medio de monstruos sagrados de la profesión como: Delio Amado León y Carlos Tovar Bracho. Desde la provincia nacía alguien que daba sus primeros pasos en un mundo sumamente competitivo.
En el comienzo de la década de los setenta regresaba la Serie de Caribe después de más de diez años sin realizarse. El estadio universitario de Caracas con Navegantes del Magallanes como representante de Venezuela recibiría el evento. Un joven larense viajaba hasta la capital para acompañar al poderoso circuito de los Leones del Caracas, en donde estelarizaba la voz vibrante de Delio Amado León. Un compromiso mayúsculo para Alfonso Saer. Allí en la misma cabina estaba una figura refulgente. La estampa de la televisión siendo el gran señor que estelarizaba con su prodigiosa voz las transmisiones de Grandes Ligas, los campeonatos mundiales de boxeo y los esplendorosos juegos olímpicos. Ganador absoluto de cuanto galardón de la narración deportiva había. La jerarquía de quien era seguido por miles a través del gigante deportivo Rumbos, significaba un gran espaldarazo para quien tomaba la alternativa nacional en un evento histórico. Con nerviosismo observaba el grandioso escenario construido por el celebérrimo arquitecto y urbanista venezolano Carlos Raúl Villanueva. Que treinta años después sería declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco. El Ávila divisando cada incidencia del juego. Aquellos colores del imponente cerro y el azulado del límpido cielo acompañaban la travesía del taciturno barquisimetano. Delio Amado León lo presentó con gran cordialidad dándole la alternativa tal como lo hizo Pancho Pepe Cróquer con él en Ondas Populares. Era el regreso a su propia historia que se inició como locutor comercial.
Un carabobeño de pulcritud en el lenguaje gozaba de la atención del fanático venezolano. Surgido como narrador de los Industriales de Valencia en su temporada de inicio 1955-1956. Un gentleman por su caballerosidad y profundo respeto por el oyente, deslumbraba por su enorme poder descriptivo. Carlos Tovar Bracho representaba un enorme valor para el deporte. En algún palco del béisbol profesional se encontró con Alfonso Saer mostrándole gran simpatía. Hicieron amistad en seguida. Dos seres parecidos en la responsabilidad que significaba el micrófono. Nada de chistes ni frases rimbombantes para tratar de lograr audiencia. Fidelidad en el relato para llevar entretenimiento al venezolano. En el año 1995 fue escogido por el ilustre Concejo Municipal de Iribarren como Orador de Orden en el día de la radio. Su discurso fue una joya idiomática. Una dicción milimétricamente perfecta. En sus palabras elogió a nuestro narrador atribuyendo grandeza a la descendencia libanesa que como: Abraham Giménez, Otto Javitt Nader y Alfonso Saer eran honras para la lúcida radiodifusión larense. De traje gris y lentes oscuros hizo una exposición digna de todos los escenarios. Un portento del verbo. Un caballero en toda la extensión de la palabra.
Alfonso Saer logró hacerse de un estilo propio, creciendo en el jardín de dos paradigmas sumamente arraigados. El larense logró unir una voz portentosa con un poder descriptivo tan importante que pudo acompañar su narración con el comentario. Esa triple cualidad lo convirtió en una de las voces más importantes de Venezuela.
Alfonso Saer representa la grandeza de una divisa. Sus victorias han sido ataviadas con su voz. Las derrotas con olor a funeral también han conseguido consuelo en su descripción. Son ambos lados que conviven en la historia de un equipo que representa una entidad cargada de sentimientos. Escuchándolo, el estado Lara ha sonreído y llorado con la misma fuerza. Es casi un familiar que se ha instalado por décadas en el dial del corazón. Un amigo que hace historia cuando la jugada de nuestras vidas es realidad en el micrófono. La gente de todos los estratos sociales lo quiere. Cada quien guarda un episodio con Alfonso Saer como si habláramos de un tesoro testimonial. El premio más grande que ha recibido en su carrera es el cariño de su tierra. Un amor a prueba de vendavales.
Hoy cuando el Salón de la Fama del Beisbol Venezolano lo exalta como inmortal de la disciplina deportiva predilecta de la nación. Su Lara querido se siente feliz. Se le reconoce merecidamente cuando sigue narrando cada día mejor. Es una cátedra para las nuevas generaciones, muchas de ellas huérfanas del recurso de la preparación. Creyendo que un necesario dispositivo tecnológico puede traernos calidad. La narración engalanada por los prodigios de su garganta continuará haciendo historia. El inmortal sigue escribiendo páginas gloriosas. El nido del cardenal siempre lo supo.
@alecambero
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