Michael Foucault, considerado por muchos como uno de los filósofos más importantes del siglo XX, afirmaba que “todo saber implica poder, y todo poder un saber específico” (2003). Indicaba Foucault que “el poder y el saber se implican directamente el uno al otro; que no existe relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder”
Parafraseando a este pensador francés, podemos analizar como todo discurso mediático está atravesado por relaciones inherentes de poder que pueden ser utilizadas para distintos fines, entre otras para la manipulación.
Ni los medios de comunicación ni las redes sociales son imparciales. No pueden ser vistos solo como una tecnología, máquinas sin alma que reproducen contenidos audiovisuales, ni solo como sistemas usados para el establecimiento de una comunicación para permitir el desarrollo de intercambios de información. Su existencia depende de una creación bajo la tutela de personas que persiguen intereses de diversa índole. Su sostenimiento se encuentra anclado en sus promotores, en los anunciantes o en suscriptores devenidos en audiencias. Todos estos también tienen intereses. Finalmente la pureza del compartir de las redes sociales se empaña frente a los algoritmos que privilegian contenidos para cada tipo de audiencia, y eso tampoco es inocente.
De manera que el contenido de los medios y de las redes está transversalizado por relaciones de poder que se reflejan en el tipo de contenido, así como en el empaque de los mismos. Hablamos de poder económico, político o social que discurren en los discursos audiovisuales, y que están presentes en una comunicación desigual entre los emisores de esos contenidos y los espectadores transformados en audiencias.
En apoyo a la tesis anterior, el comunicólogo español Joan Ferrés (2014), indica que “podemos afirmar que las pantallas pueden predisponernos hacia una determinada manera de pensar y de hacer, condicionan nuestra voluntad y nos inducen a sentir lo que interesa que sintamos incidiendo sobre nuestros gustos y deseos…el potencial de las pantallas se deriva de su capacidad para influir en la toma de decisiones a partir de su capacidad para suscitar emociones y canalizarlas en una determinada dirección”.
Otro tema que está presente en esta ecuación es la teoría del establecimiento del orden temático, mejor conocido como agenda setting. Maxwell McCombs y Donald Shaw (1995), sostienen que “el modo en que la gente ve el mundo, o la prioridad que le dan a ciertos temas y cualidades a costa de otros, está influida de una manera directa y mensurable por lo medios de difusión”. Lo percibimos cuando los medios de comunicación o las redes sociales, ejerciendo su rol de cuarto poder, buscan imponer un tema en el colectivo en función a sus intereses, repitiendo insistentemente este tema en sus contenidos hasta colocarlo en el tapete comunicacional.
José Manuel De La Puente (2018), indica que “sea cual sea la motivación, lo que sí está claro es que la tecnología ha impulsado también el crecimiento exponencial de los ciberdelitos y ha obligado a la comunidad mundial a replantearse sus reglamentos y normativas en cuanto a la protección y salvaguarda digital de sus ciudadanos, de sus empresas privadas y también de sus organismos públicos, para tratar de prevenir y neutralizar cualquier acción delictiva que acontezca en el ciberespacio”.
Es por ello que el papel de cada consumidor mediático es identificar y contrarrestar la manipulación en los medios. En el caso de nuestros hijos formarlos para que entiendan cómo a través de las emociones que genera una película, un documental, un videojuego, o un tema musical, por citar solo algunos ejemplos, pueden estar siendo impactados en sus hábitos, valores o costumbres, en una dirección opuesta a la formación recibida en el hogar.
¿Cómo identificar cuando estamos siendo manipulados?
Como padres debemos develar cualquier característica que se encuentre presente en los actos manipulatorios digitales. Didier Maillat & Steve Oswald (2009) nos apoyan al alertar que en la manipulación están presente cinco elementos que podemos identificar, ellos son:
1. Las condiciones de supuesta verdad y de felicidad del enunciado manipulativo que le presentan a nuestros niños.
2. El interés persistente del hablante para establecer contacto.
3. El carácter encubierto (covertness) de la manipulación.
4. La desigualdad entre manipulador y manipulado. Un manipulador con un discurso preparado para cautivar y convencer.
5. La intención de engañar (deceptive intention) que se expresa en falsas promesas o en el uso de información, imágenes sexuales o hasta en invitaciones a consumos de drogas o suicidios, como hemos podido ver en retos como la ballena azul.
Y frente a eso, ¿cómo enfrentar al manipulador?
Paula Díaz (2019) indica que existen seis reglas que debes seguir para manejarte frente a un manipulador:
1.- La primera de ellas es no olvidar tus derechos a temas como expresar tus opiniones y deseos, o protegerte de amenazas.
2.- Debes mantener distancia con el manipulador, sabiendo que en ocasiones se mostrará amable y en otras amenazante con el objetivo de poder mantener control sobre ti.
3.- Díaz también sugiere realizar preguntas de prueba que permiten saber si la otra persona tiene autocrítica o vergüenza, aspectos que según esta autora suelen no tener los manipuladores. Los cuestionamientos sobre la racionalidad de sus peticiones, o la posibilidad de poder tener opinión propia, y en consecuencia distinta a la del manipulador, te permitirán detectar rasgos de esta conducta.
4.- No correr ni sentirse obligado a responder de inmediato, es otros de los consejos de esta autora.
5.- Saber decir “no”, permite establecer límites y el autorespeto.
6.- Finalmente, es importante compartir con el manipulador las consecuencias de sus actos, y defenderse de las burlas y ofensas que buscan debilidad en el interlocutor.
Nuestros jóvenes deben ser formados mediáticamente para complementar su habilidad digital nativa, con las competencias mediáticas necesarias para desarrollarse como consumidores responsables de los contenidos en las redes y los medios de comunicación.
La educación en medios o educomunicación debe ser considerada con prontitud como una materia obligatoria y necesaria en los subsistemas educativos de nuestro país.