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Alfabetización mediática: El covid mediático

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Desde que Edward Jenner, en 1796, desarrolló la primera vacuna contra la viruela, millones de personas han dejado de fallecer en todo el mundo por enfermedades como la hepatitis, la tuberculosis, la difteria, tétanos, polio o meningitis, entre otras.

El desarrollo de la variante ómicron, así como la demostrada necesidad de la aplicación de nuevas dosis de refuerzo para la prevención del covid-19, ha hecho surgir una nueva casta de negacionistas. Se pasean por una importante cantidad de excusas y hasta eventos apocalípticos relacionados con los riesgos en la aceptación de las vacunas. A diario recibimos videos con alertas que buscan fomentar una matriz contra los demostrados y obvios beneficios de la vacunación.

En ocasiones son videos bien producidos, donde se evidencia una intencionalidad manifiesta por parte de los productores. Cientos de ellos inundan las redes mostrando personas, médicos, expertos y hasta sacerdotes que dan todo tipo de explicaciones relacionadas con la antiprevención, es decir, el rechazo a cuidarse o incluso a la obtención de la inmunización a través de todo tipo de medicinas naturales. Desde gárgaras con sal, hojas de albahaca en los tapabocas, hasta el calostro materno son algunos de estos consejos que lamentablemente parte de las audiencias en las redes sociales o en Whatssapp aceptan como válidos. Se preocupan más por los compuestos de las vacunas que por los ingredientes potencialmente peligrosos de una gaseosa o los de un perro caliente.

Es más fácil vender ideas en las redes con mensajes de verbo  fácil, que combatirlos con publicaciones científicas que demuestren justamente lo contrario. Las audiencias son entonces manipuladas con una facilidad pasmosa que se multiplica a la vuelta de un click.

El arte de engañar no es nuevo, solo que las redes sociales han sido un maravilloso caldo de cultivo. Se le acredita al pastor Charles Spurgeon una cita en 1854 que puede estar cada día más vigente: “Una mentira puede haber recorrido la mitad del mundo mientras la verdad está poniéndose los zapatos”.

Una investigación desarrollada por Sinan Aral, Soroush Vosoughi y Deb Roy (2018), expertos del MIT, demuestra que después de analizadas más de 126.000 historias difundidas en Twitter por más de 3 millones de personas y más de 4,5 millones de veces, las historias falsas se distribuyeron más lejos, más rápido y más profundamente que las historias verdaderas. Los bulos en las redes se difunden 6 veces más rápido que la verdad. Explican estos autores que las noticias falsas tienen más de 70% de probabilidades de ser replicadas. Quienes elaboran los bulos saben que es mucho más fácil montar una historia falsa que desmontarla.

Esta matriz contamina casi tanto como la pandemia y puede ser de alta morbilidad. Se replica por su atractivo o por su empaque antes que por la seriedad científica de quien lo expresa.

Así como usted no le entrega un vehículo a un médico para su reparación en una clínica, tampoco debe confiar ciegamente en la solución de un problema tan complejo como esta pandemia a través de consejos caseros o mediante opiniones sin fundamento científico. Es por esa razón que estamos obligados a vacunarnos no solo contra el covid-19, sino también contra el impacto de esas mentiras devenidas en bulos que llegan diariamente a nuestros teléfonos y computadoras.

Esa vacuna es la alfabetización mediática, también denominada educomunicación. Debemos estar alerta y comprobar la fuente de cada información antes de aceptar como cierta y muy especialmente antes de compartirla  con nuestros seres queridos.  Parte de la salud de ellos también depende de la seriedad con la que nos comportemos mediáticamente.

La educación en medios debe ser considerada con prontitud como una materia obligatoria y necesaria en los subsistemas educativos de nuestro país.

 

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