OPINIÓN

Alfabetización mediática: Amistades virtuales

por Eduardo Caballero Ardila Eduardo Caballero Ardila

Seguramente usted tiene una sólida presencia en las redes sociales, o cuando menos pertenece a varias de ellas. Entonces, quisiera hacerle una pregunta: ¿cuántos de los contactos que usted tiene en esas redes son amigos reales?, es decir, esa persona en quien pudiera confiar un secreto personal.

El profesor de Psicología Evolutiva de la Universidad de Oxford (Reino Unido), Robin Dunbar (2016), en un estudio efectuado con 3.375 internautas de edades comprendidas entre los 18 y los 65 años, y publicado por la Royal Society Open Science, ha llegado a la conclusión que por cada 150 contactos (que denomina amigos blandos), los usuarios de las redes tienen solamente cuatro o amigos reales (que denomina amigos cercanos).

Los resultados de este estudio deben encender alarmas. Nuestros hijos comparten regularmente información personal como fotos, videos nombres, o acontecimientos importantes con amigos cercanos que no son cercanos, y que pueden tener intereses diferentes y en ocasiones peligrosos para su seguridad personal.

Si algo es aterrador en la cultura mediática de nuestra juventud es no tener relevancia digital. Las redes sociales han generado un nuevo ecosistema cuya moneda de pago son los likes. Ser influencer es una profesión extremadamente rentable y socialmente reconocida, son los nuevos yuppies de los años ochenta, que trabajaban en el área financiera o en los medios de comunicación. Esta nueva casta está en capacidad de detener la velocidad con la que el dedo índice de los millennials o centennials desplazan los contenidos en sus dispositivos.

Ese nuevo y aterrador riesgo que se posiciona en los adolescentes se denomina FOMO (Fear of Missing Out). Es el riesgo de no mostrarse, de quedarse fuera de una conversación por desconocer el contenido de lo que allí se conversa. Hablamos de series, juegos, música o cualquier manifestación cultural que  pueda ser parte de reuniones entre amigos o en familia. Es necesario estar enterado y exponerse socialmente, y eso requiere horas y horas de consumo mediático.

Por otro lado, medite sobre el riesgo de seguir a personas cuyo comportamiento o incluso expresiones lleva una vía contraria a esa educación que tanto trabajo y horas de sacrificio ha tenido que invertir. Un comentario de Umberto Eco, afamado filósofo y semiólogo, pero también poco amigo de las redes, y que fue hecho poco antes de su muerte indicaba que “las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel”. Añade Eco, que “la civilización democrática solo se salvará si se hace del lenguaje de la imagen una provocación a la reflexión crítica y no una invitación a la hipnosis”.

¿Se ha preguntado qué pueden hacer esas personas que no son realmente amigos con su información de las redes sociales? ¿Ha meditado sobre el peor escenario de cada publicación que hace?

Quienes hacemos vida en las redes sociales entendemos que son precisamente sociales porque compartimos información nuestra a cambio de información de otros, no obstante debemos entender que todo tiene un límite, existen fronteras que cada persona debe decidir en función a sus valores, riesgos y preferencias. Publicar fotos en las redes sociales es una actividad divertida siempre que se entiendan los riesgos de seguridad y privacidad que afrontamos.

A la sobreexposición de información publicada sobre uno mismo en la red se le denomina “oversharing”, y es una conducta que la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) ha definido como “la sobreexposición de información personal en Internet. Es una práctica especialmente peligrosa para menores y adolescentes, y donde se exponen a riesgos de acoso, robos u otros problemas de imagen o de violación de su intimidad.

Con sorpresa he llegado a visualizar fotos de buenos amigos que se pudieran considerar bastante íntimas, como las de los funerales de sus padres, por otro lado las vacaciones son también un buen momento para compartir alegrías, pero nuevamente entendiendo que cada imagen publicada puede ser reproducida o usada con fines distintos a los de la persona que la publican.

En consecuencia, saber qué se puede publicar y qué no, debe ser un trabajo permanente de orientación por parte de los padres y representantes.