OPINIÓN

Alejo Carpentier y Valmont

por Harold Alvarado Tenorio Harold Alvarado Tenorio

Alejo Carpentier / Foto: Ulf Andersen – Getty Images

Carpentier nació hace 120 años

Alejo Carpentier (Lausana, 1904-1980) consideraba la historia y la geografía elementos definitorios de la ficción, porque la naturaleza y la cultura han sido transformadas al crear mitologías que intentan dar sentido al caos y el cosmos. Según él, para instalar, al hombre en su pasado, es preciso situarlo en el presente, porque los grandes temas y los movimientos colectivos dan riqueza a la trama y los personajes. Los dramas y el tiempo individuales ocupan un segundo plano ante los magnos espacios épicos y el tiempo de los procesos, conflictos y cambios colectivos. Pero cada héroe tiene su papel que cumplir, al precio de una alta tensión que le hace auto superarse, descubriendo en sí fuerzas creadoras que dejarán huella de su paso por el mundo. 

Alejo Carpentier recibe el Premio Cervantes de manos del rey Juan Carlos I y, a la derecha, el momento en que le entrega el metálico del premio a Fidel Castro (1978)

 

En sus novelas hay al menos dos tipos de héroes: aquellos que en el presente encuentran abiertas “las sombrías mansiones del romanticismo”, y los artistas, héroes sacrificiales que se ven forzados a definir sus circunstancias y a prever el futuro. Sus novelas son ejercicios de dialéctica pues los convencionalismos de los personajes, y el argumento, ceden su lugar al lenguaje, que está en constante proceso de cambio y es principio y fin en sí mismo. 

Carpentier aceptaba la antigua y mágica Europa en cuya distante Edad de Oro se habían creado los mitos de Sísifo, Prometeo y Ulises. Pero rechazó el racionalismo europeizante que ha producido muchos de los monstruosos frutos de la razón de nuestro tiempo. Como una alternativa al mundo mecanizado propuso el Nuevo Mundo, que no ha sido agotado en sus riquezas mitológicas nativas o reinventadas por el mestizaje a que fueron forzados como esclavos y aquí ampliaron sus cosmologías. 

Realista mágico, para él, como para el mundo Clásico, la música es la esfera fundamental del conocimiento, y escribir, otra función natural del cuerpo, donde el deseo se impone a la razón. “Escribo bajo los efectos de ciegas iluminaciones”, dijo. Y a pesar de haber rechazado en más una ocasión a Bretón, reconoció que el Surrealismo le había ayudado a conocer ciertos aspectos y texturas de la vida latinoamericana que antes no había percibido en sus contextos telúricos, épicos y líricos. 

El reino de este mundo (1949), muestra a América como un continente de maravillas. Esta corta y bellamente confeccionada novela ofrece una fantástica y rutilante versión de la historia como un cíclico proceso de cambios; una serie extraordinaria de empresas que terminan en el fracaso. Carpentier examina las relaciones de los franceses y afroamericanos del XVIII con el reinado de Henri Christophe a través del sueño de un esclavo. Como en ¡Écue-Yamba-O! (1933), combina magia, vudú, mitologías y maravillas para dar sentido a una historia que considera sólo puede ofrecerse como una crónica donde lo real y lo fantástico son “verdades” concurrentes y eventualmente la “realidad”. Mediante una rigurosa documentación de lugares y sucesos quiere mostrar que el auténtico realismo mágico de la América “natural” es una prueba fehaciente de lo que los europeos apenas entienden como símbolos. Carpentier da a su historia una mítica y legendaria apariencia, y sus figuras históricas (Henri Christophe, Pauline Bonaparte o el general Leclerc), adquieren dimensiones mayores en la vida para que puedan situarse a la altura de un revolucionario trabajador de un ingenio azucarero. 

Ti Noël, el personaje central de la trama descubre que Henri Christophe, o Enrique I, rey de Haití y su élite de negros y mulatos, son peores que los franceses y el mismo Napoleón. Noël se da cuenta que el fracaso humano carece de sentido, pues lo que importa es haber luchado por ser mejores, por ser otros, pues el en Reino de los Cielos no hay grandeza posible, no hay sacrificio posible. Es por ello por lo que, sometidos al sufrimiento y los trabajos, percibimos la luz de la belleza en medio de la miseria de nuestras vidas. y podemos amar. entre el dolor y la aflicción, que sólo nos depara el Reino de este Mundo. 

El siglo de las luces (1962), escrita en Caracas durante los años de la tiranía de Marcos Pérez Jimenez, cuyo asunto central sería la quimera de consolidar una revolución y el envilecimiento de su caudillo, puede también ser leída como una memoria de la repercusión de la Revolución Francesa y la guillotina en América. Asociaciones y reflexiones con la libertad que parecen haber sido resultado de la lectura de los artículos de Albert Camus sobre el asunto. 

Víctor Hugues, panadero, masón, prisionero, agente provocador y rebelde, llega al poder como representante de Robespierre y es gobernador de la Guyana francesa. Ambivalente y paradójico, cínico y desesperanzado, aparece en Port-au-Prince un día de 1792 para transformar las vidas de Carlos y su hermana Sofía y el primo de ambos, Esteban, que ha llevado una vida de esplendor en Cuba. Sofía es una mística frustrada y Esteban un neurótico hipocondriaco. Hugues les contamina con las ideas del Iluminismo y los cambios violentos de la Revolución Francesa. Víctor tiene que huir con Sofía y Esteban. Mientras tanto, un brujo amigo de Huges cura a Esteban y Sofía se hace amante de Hugues. Esteban es encarcelado. Sofía logra liberarlo y los dos mueren en Madrid en el momento del levantamiento español contra Napoleón. 

En el periodo de veinte años que cubre la novela ocurren levantamientos, una revolución y numerosas aventuras. El siglo de las luces critica la revolución, pero Carpentier parece aceptar que, como Saturno, ella devore a sus protagonistas. Hay que comprender los periodos revolucionarios a largo plazo y con una perspectiva histórica. La Revolución Francesa, para bien o para mal, cambió el mundo. Tratando de ver los resultados de su influencia en las Antillas, Carpentier hace un examen de las posibilidades existenciales que todos los hombres enfrentan en su vida. Los personajes simbolizan una variedad de actitudes a medida que discuten el papel de la religión, la libertad y los valores de la revolución. Esteban, el intelectual, sufre un progresivo desencantamiento, que no puede comunicar a otros; pero Carlos enfatiza la grandeza a pesar de los errores cometidos. Todos hacen parte de la humanidad; esa parte que es Sofía, la encarnación de todas las mujeres que puede elevar y salvar incluso a Huges de este mundo, hombres que han mudado de conciencia por el instinto y los ideales por el materialismo. 

Una pintura metafórica titulada Explosión en una catedral aparece cuatro veces durante la novela y profetiza el futuro. Parece ser un símbolo de la Iglesia Católica, destruida la dicotomía entre el idealismo revolucionario y las prácticas políticas. Los fragmentos explosivos del cuadro son fríos, mientras el tiempo mismo permanece y los personajes deben aprender si sus ideas pueden resistir la prueba de la historia. 

Religión, hombre y naturaleza, búsqueda del amor y la felicidad, la Revolución francesa y el Caribe, un panorama geográfico y social del área, las relaciones entre los hombres, consigo mismos, con el tiempo y con la historia, todo ello es fusionado mediante un estilo neobarroco que combina las estructuras del siglo diecinueve con las técnicas del veinte. Carpentier intercala hechos y leyendas, mitologías e historia, y experimenta con la magia del tiempo, la música, alegorías, la primera y segunda personas y el surrealismo para crear un cuadro irónico endurecido por la brutalidad y la sangre. 

Alejo Carpentier (primero a la izquierda) junto a Marcos Pérez Jiménez

Como se sabe, Carpentier vivió en París hasta finales de los años treinta, cuando decidió regresar a La Habana y trabajar en la radio, que entonces era en Cuba fuente de ingresos y de éxito. Fue a Haití bajo el gobierno de Élie Lescot, pero tal fue su impresión de la desventura del país que tras la declaración de independencia de los Estados Unidos el 4 de julio de 1776, hizo lo propio el 1 de enero de 1804, decidió escribir El reino de este mundo. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Arturo Uslar Pietri, ministro del interior de Isaias Medina López, le invitó a trabajar en una agencia gubernamental de propaganda y allí se quedó catorce años, redactando varias de sus grandes novelas y escribiendo sobre música, en El Nacional, hasta la caída de Pérez Jimenez y el ascenso al poder de Fidel Castro. 

Según Guillermo Cabrera Infante, Carpentier era «un hombre cauto hasta la cobardía y desconfiado hasta la soledad». Y pudo ser cierto. Aun cuando El siglo de las luces, sin duda su obra maestra, fue terminada en Venezuela en 1958, solo la entregó a la imprenta en 1962, tras tres años de vivir bajo el régimen recién instaurado. Dijo que a pesar del encomio que no pocos escritores habían hecho de ella, «necesitaba retoques y el cambio que se observaba en la vida y en la sociedad cubanas me resultó demasiado apasionante para que pudiera pensar en otra cosa», «el triunfo de la Revolución cubana me hizo pensar que había estado ausente de mi país demasiado tiempo».

El año de la publicación de El siglo de las luces coincide con la asignación de su primer empleo como funcionario del castrismo. Le nombraron director ejecutivo de la Editora Nacional, que interviene en las decisiones editoriales del Ministerio de Educación, las universidades, la Academia de Ciencias, la Unión de Escritores y Artistas, el Archivo Nacional, la Biblioteca Nacional, el Instituto de Cine, la Casa de las Américas, etc. Sin duda, un intocable. En 1966, luego de haber mostrado tres fragmentos de “una trilogía épica de la Revolución cubana” a Carlos Rafael Rodríguez, el eterno enemigo de Ernesto Guevara, que nada gustaron al poderoso y eterno super ministro, fue enviado como agregado cultural a la embajada de Paris, donde estuvo también catorce años esperando ser nombrado embajador.

A pesar de haber estudiado al detalle la vida de Robespierre, y de haber sido «contemporáneo» de Lenin, Stalin, Mao y toda la camada de tiranos de Europa y América Latina, puso su pluma al servicio de otro asesino, digno de sus novelas, y que siempre se hizo el de la vista gorda con el sospechoso, y como Stalin, prefirió someterle al cortarle las alas.  Todo el metálico que le otorgaron los premios literarios que mereció, sin duda alguna, lo entregó en mano a Castro. Y como si la tiranía cubana del castrismo fuese una ficción literaria y no histórica, el régimen actual y sus ancianos intelectuales siguen manipulando las lecturas de El siglo de las luces y olvidan que allí hay tanta sangre y tanto terror y tanta embriaguez de poder como en Fidel Castro. 

Carpentier recibió un Doctorado en Literatura de la Universidad de La Habana y los premios Cino del Duca, Alfonso Reyes y Cervantes. Otras de sus obras son Guerra del tiempo (1958), El recurso de método (1974), Concierto barroco (1974) y La consagración de la primavera (1977), donde en sendos monólogos dos personajes hacen un fresco de los sucesos bélicos del siglo XX.