“Venezolanos, no pierdan la fe, vamos todos juntos a salir de esta humillación colectiva. Viva Venezuela”. Rómulo Betancourt, 1958.
El historiador Suetonio atribuye a Julio César, entonces procónsul de la Galia Transalpina, Iliria y la Galia Cisalpina, la pronunciación de la frase «Alea iacta est» en el año 49 a.C., cuando en un acto de desafío al Senado de Roma y a su rival político, Pompeyo, cruzó el río Rubicón, dando origen a la segunda guerra civil de la República romana.
Esas históricas palabras -que en castellano se leen como “La suerte está echada”- han sido aplicadas para identificar una decisión irrevocable, un paso definitivo hacia adelante, donde ya no hay vuelta atrás y las consecuencias deben afrontarse sin posibilidad de cambiar la acción realizada. Evoca la idea de cruzar un punto de no retorno, enfrentando el futuro con todas sus incertidumbres y eventuales resultados.
Posando la mirada sobre Venezuela, puede decirse que, con ocasión de las elecciones presidenciales del 28 de julio, los venezolanos se encontrarán ante una encrucijada que determinará si asumen el reto de transitar hacia la democracia y la reinstitucionalización del Estado de Derecho, o mantener el “statu quo”. Parafraseando a Domingo Faustino Sarmiento, los venezolanos tendrán que escoger entre civilización y barbarie.
Y es que, desde hace más de dos décadas, comenzó la destrucción de la República al amparo de un ignominioso lema -el socialismo del siglo XXI- que ha llevado a la sociedad venezolana a los límites de la miseria material y espiritual de la cual dan cuenta estudios realizados por universidades, centro del saber, informes de organismos internacionales de derechos humanos y ONG, en los que identifican el daño material ocasionado a la estructura del Estado, a las empresas públicas y también a las privadas, el agotamiento del aparato productivo nacional, con millones de compatriotas emigrados a lejanas y desconocidas tierras en búsqueda de un mejor futuro; y por otra parte, en los aspectos espirituales, la dispersión de las familias, la desaparición de la clase media, cientos de presos políticos, el crecimiento de las clases marginales que viven en la pobreza extrema mientras que gerifaltes de la revolución nadan en fortunas que serían la envidia del célebre Rico McPato, el personaje de la tira cómica “Walt Disney’s Donald Duck”. En fin, un estado de barbarie.
Al frente de ese estado de cosas, el 28 de julio se da la posibilidad de volver a la civilización, de transitar hacia una democracia en la que, por la participación masiva de los electores, se pueda restaurar el pluralismo político, el Estado de Derecho, la separación de poderes, la libertad de expresión y prensa, y alternabilidad, para que los gobernantes no se eternicen en el poder. Un estado en el que todos los actores políticos y sociales, en convivencia y en paz, trabajen juntos para asegurar la consolidación democrática, la seguridad jurídica para las inversiones nacionales y foráneas, una educación de altura, mejores condiciones de vida para todos. Sentar las bases para un país de primer mundo.
Como se observa, son dos estilos incompatibles. Uno, el de la miseria, representado por el “statu quo”; y el de la civilización, que es el que ofrecen las opciones de la oposición clara y directa, ajena a insectos rastreros.
La suerte está echada, y usted, amigo lector, tiene la decisión en sus manos. Con fe y con confianza en el futuro, marche el domingo alegremente con sus amigos y familiares a escoger entre civilización y barbarie y, tal como hizo el gran Julio César al frente de sus tropas, cruce ese Rubicón y entre al centro electoral a depositar su voto; y, en ese momento podrá decir con el cuerpo henchido de orgullo:
“Alea iacta est”.