A veces la gente es un agobio, sobre todo cuando se les oye entonando salmodias para celebrar a cuanto tunante uno pueda imaginar. Como ya es costumbre, a raíz de mi pasado artículo, recibí varias “quejas” por mi trato desconsiderado y descalificatorio hacia los “próceres” opositores. Algunas recriminaciones fueron al menos educadas, otras se realizaron en tono altisonante, con aires de jaculatoria, tampoco escasearon aquellas que en tono beligerante me ofrecieron hasta eso que llaman coñazos. De todo hubo.
Lamentablemente somos hijos de una tradición en la que se ha elevado al bandido, de mucha o poca monta, o seres carentes de escrúpulos, al recinto de los dioses. Nuestra historia está ahíta de personajes de tal catadura. Cuando escribo esto, porque no es la primera vez, saltan los “puristas” de la patria a exigirme, voz en cuello, que me retracte de semejante afrenta moral a la honra nacional. ¡Sarta de imbéciles!, por no decir otra palabra que es la que realmente merecen y que en su momento consagrara en los medios Arturo Uslar Pietri. Lo mismo ocurre con los próceres rojos de nuevo cuño, ahí tienen al comandante eterno y al negro Aristóbulo, por citar solo dos.
Quiero citar brevemente algunos ejemplos de esa pestilencia fundacional que nos acompaña como sombra imperecedera. El padre de Bolívar, don Juan Vicente Bolívar, quien fuera Teniente Justicia Mayor en la zona de los Valles de Aragua, ejercía el derecho de pernada sobre cuanta mujer se le antojaba. Ese caso ha sido documentado por Elías Pino Iturrieta en su libro Contra lujuria, castidad; así como por el inolvidable e irremplazable cura Alejandro Moreno en su obra Pastor celestial, rebaño terrenal, Lobo infernal. Expediente a don Juan Vicente de Bolívar. Estos autores dan a conocer cómo este mantuano de tomo y lomo abusó, hasta que se le dio su real gana, de toda aquella de la que su bragueta se antojara. Las edades no suponían límites para este egregio hombre… Fue solo el obispo Diego Antonio Díaz Madroñero quien se atrevió a plantarle cara a este señor, descrito por un sacerdote como: “Mozo poderoso, voluntarioso y con valimiento”.
Robert Ker Porter, un artista y diplomático inglés que por quince años fue cónsul de Gran Bretaña en Venezuela y quien escribió Diario de un diplomático británico en Venezuela 1825-1842, fue otro cronista que desnudó nuestras miserias inaugurales. Él escribió al referirse al honorable Santiago Mariño, el sábado 18 de diciembre de 1830: “Mariño, ministro de guerra, etc., que vive en una casa sucia, a cada momento firma documentos de Estado sobre la mesa de billar mientras juega”. Algo así como lo que hemos visto recientemente cuando Maduro sacó una empanada de una gaveta.
En cuanto a los vuelos de una orilla a la otra, se me ocurre mentar el caso de Feliciano Ramón de la Merced Montenegro y Colón, un realista de capa y espada, que dedicó gran parte de su vida a luchar contra la independencia, al punto que era el jefe del Estado Mayor del ejército realista en la batalla de Carabobo. Una década más tarde, don Feliciano, en 1831, quien se había largado del país, regresó a Caracas para fundar el colegio Independencia, que era algo así como el San Ignacio de aquel momento y se dedicó a educar a la descendencia de “los Próceres”. Hoy en día sólo se habla de su aporte a la educación venezolana, poco cuentan las víctimas de sus soldados en los años de la guerra civil que nos asoló a comienzos del siglo XIX. Y sobre ello abundaré en próximas notas.
Como bien se puede apreciar, los desmanes y componendas siempre nos han acompañado. Lo peor es que nos aseguran que el Niño Jesús de Escuque es un fauno al lado de estos serafines que nos han dirigido, y los que ahora nos dirigen. Eso afirman, sin rubor alguno, los apologetas de la casta gobernante, sea cual sea su inclinación.
© Alfredo Cedeño
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