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Albares y sus malabares

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España velará por los intereses de sus empresas en Venezuela

Foto EFE/EPA/TOMS KALNINS

 

Mucha gente no familiarizada con el mundo de las relaciones internacionales se ha preguntado, no pocas veces, qué es eso que realmente hacen los llamados diplomáticos o representantes de los países; de dónde salen y qué es exactamente ese manto de prudencia y cierto misterio que los envuelve en todo momento.

Fuera de lo estrictamente formal, hay algunas definiciones curiosas y jocosas de lo que es el oficio de la diplomacia y sus agentes. En alguna ocasión, por ejemplo, alguien definió la diplomacia como el camino más largo entre dos puntos. En otras páginas, la diplomacia es concebida como la habilidad necesaria para conseguir que los demás se salgan con la suya.

Y otros, al hablar del diplomático, lo definen como esa persona que piensa dos veces antes de no decir nada. Al difunto escritor francés Henri Barbusse, se le ocurrió decir: “Jamás he visto a nadie que hable tanto como los diplomáticos y que se le entienda tan poco”.

Y así, otras caracterizaciones más como aquella de que los diplomáticos son personas a las que no les gusta decir lo que piensan, en contraste con los políticos a quienes más bien no les gusta pensar lo que dicen.

Esto último, por cierto, nos transporta inmediatamente a ciertos episodios de lo ocurrido esta semana que recién culmina. Comenzando por la estridente e histérica intervención del presidente de la Asamblea Nacional chavista, Jorgito Rodríguez, que, alterado por el acuerdo político logrado en el seno del Congreso de los Diputados de España, en el que se reconoce por mayoría absoluta a Edmundo González Urrutia como presidente electo, solicitó de manera iracunda a la Comisión de Política Exterior, redactar una propuesta dirigida a Nicolás para que procediese a romper con el gobierno del Reino de España todas las relaciones habidas y por haber.

Entonces, como esos “buenos políticos” a los que no les gusta pensar lo que dicen, Jorgito dejó escapar sapos y culebras por esa boca, arremetiendo contra todo el universo y deseando la expulsión de todo vestigio español en Venezuela. 

No sólo aterra a este esbirro del régimen la decisión del Congreso de los Diputados de España, exhortando al ejecutivo español a reconocer al presidente electo González Urrutia, y a liderar una gestión con el mismo fin en el seno de la Unión Europea, sino, tal vez, lo simbólicamente más significativo: el encuentro que se daría un día después en el Palacio de la Moncloa, entre el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez y el ganador de los comicios del 28 de julio.

Esto explica el nerviosismo y suerte de chantaje desesperado de Jorgito tratando de evitar lo inevitable. Curioso es que algunos voceros del propio gobierno español rápidamente salieron a dar declaraciones intentado hacer lo que se conoce como control de daños, pero, en este caso, un poco en auxilio del régimen de Maduro. El ministro español de industria y comercio, por ejemplo, llamó a la calma y tranquilidad a todos los sectores con intereses económicos en Venezuela.

¡Donde digo digo, no digo digo, sino digo Diego!

Pero el que se lleva el premio mayor de todo este intento por hacer ver que nada se dijo y que nada pasó fue el ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación de España, José Manuel Albares, quien, en una entrevista recogida por la agencia de noticias EFE, mostró un verdadero y admirable despliegue de malabarismo.

Ante las interrogantes que abordaron los temas de: la solicitud de asilo político de Edmundo González Urrutia; las declaraciones de la ministra española de Defensa, Margarita Robles, refiriéndose a Venezuela como una dictadura, y la consecuente decisión del régimen venezolano de convocar al embajador de España en Caracas, junto al llamado a consultas de su representante en Madrid; el enardecido discurso de Jorge Rodríguez pidiendo romper relaciones diplomáticas y económicas con España; y el exhorto del Congreso de los Diputados para reconocer a EGU como presidente electo, el ministro Albares no tuvo otra que ceñirse al libreto tantas veces esgrimido por el ejecutivo español.

Sobre las declaraciones de la ministra de defensa, Margarita Robles, Albares – haciendo uso de su habilidad de no decir lo que realmente piensa -, matizó con el argumento de que un ministro de Asuntos Exteriores como él no es un catedrático de derecho constitucional ni experto en politología, y que, por lo tanto, tomando en cuenta su investidura, sería él la última persona a la que le correspondería calificar a gobierno alguno. Un verdadero insulto a la inteligencia.

Y así, respecto a los otros temas, se fue por la tangente insistiendo, como en otras oportunidades, que cada vez que él y su presidente toman decisiones en materia de política exterior lo hacen pensando en trabajar por las mejores relaciones posibles con el pueblo venezolano; eso de que el pueblo español se siente muy cercano al pueblo venezolano, evitando muy hábilmente referirse a relaciones entre estados o gobiernos. Espléndida táctica discursiva de control de daños en favor de la oscura relación bilateral.

Al menos el ministro Albares mostró más coherencia y sinceridad al destacar que gran parte de los esfuerzos en materia de política exterior están dirigidos a proteger los intereses económicos y comerciales de España en Venezuela. Con ello, quiso dirigir seguramente una especie de recordatorio a Maduro de lo estrictamente indispensables que son los recursos generados por esa vía, incluyendo los dividendos petroleros, para mantener en pie su vil régimen.

Y, por supuesto, respecto al exhorto hecho por el Congreso de los Diputados de reconocer a Edmundo González Urrutia como presidente electo, el ministro hizo nuevamente gala de sus dotes diplomáticos al señalar que esa era una decisión que, según sus datos, ningún país había tomado, a excepción de Ecuador y Panamá.  Recordó que su gobierno había sido muy claro en su posición de exigir a las autoridades venezolanas la exhibición de las actas que permitan conocer la voluntad democrática expresada el 28 de julio, y que España seguirá trabajando por una posición común en el seno de la Unión Europea.

En su solapada parquedad, el ministro español no explica a qué posición común de los países europeos se refiere; si es esa de persistir en la publicación de unas actas que todos en el planeta saben que jamás serán publicadas y que, por tanto, ha de mantener el estatus quo con Nicolás Maduro en el poder al no reconocerse inexplicablemente como válidos los resultados hechos públicos por la oposición, y que, por lo demás, han sido avalados por instancias bien autorizadas como el Centro Carter y el Panel de Expertos de las Naciones Unidas. 

Y más aún, Albares, al jactarse de estar en contacto permanente con sus homólogos de Brasil y Colombia, alineados en la misma postura de exigir las actas desglosadas por mesas y centros de votación, y en la necesidad de unas negociaciones entre venezolanos que conduzcan a una solución soberana de la crisis, no explica tampoco de qué manera han de persuadir a un régimen iracundo y represor de sentarse en una mesa de negociaciones en ausencia de las necesarias presiones reales y contundentes que contrasten con la política condescendiente y de  apaciguamiento que ha exhibido  España hacia el régimen.

Los malabares de Albares tampoco sirven para explicar la relación especial entre el ejecutivo español y el expresidente Rodríguez Zapatero que coordinadamente fraguaron, junto al régimen madurista, el exilio de EGU que, tal vez para mala suerte de ese eje erverso puede convertirse, si no ya, en una verdadera papa caliente para el gobierno de Pedro Sánchez, algo que se está reflejando contundentemente por la continua y persistente presión de la oposición política española liderada principalmente por las agrupaciones Partido Popular y VOX, que seguirán pujando, dentro de España y en el seno de las instituciones europeas, por el reconocimiento de EGU como presidente electo de Venezuela.

Mientras tanto, los malabares de Pedro Sánchez y su canciller Albares habrán de seguir entreteniéndonos, sobre todo para mantener ocultos los verdaderos intereses oscuros que subyacen en una relación bilateral que se ha constituido en parte de ese gran salvavidas que tanto necesita Maduro y su círculo de delincuentes.

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