OPINIÓN

Al rescate del migrante

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

Io Capitano fue estrenada en Venezuela después de ser nominada a los premios de la Academia en la categoría de mejor película internacional.

El filme narra el duro problema de la migración, desde la mirada de un chico africano que desea cumplir el sueño de conquistar Europa.

Pero pronto conocerá el infierno de cruzar un continente a pie, atravesando el desierto del Sahara y siendo víctima de la trata de personas.

Salvando las distancias, el visionado de la película resulta oportuno en Venezuela, habida cuenta de la fuga de talentos y de la crisis del Tapón del Darién, con millones de almas registradas en los libros de la diáspora.

El tema recibe el tratamiento de innumerables largometrajes, cineastas y documentales.

Io Capitano lo profundiza con los recursos de la ficción, inspirándose en el movimiento del neorrealismo italiano surgido al calor de la segunda posguerra.

El realizador Mateo Garrone actualiza la estética de maestros como Vittorio De Sica y Roberto Rossellini, para contar el viaje de un antihéroe que sufre innumerables miserias y torturas, en pos de su objetivo dramático de llegar a las costas del Mediterráneo.

En tal sentido, el hiperrealismo del autor se dignifica con una fotografía a todo color, que pasa del registro de emociones en primer plano a la captura de panorámicas desérticas, coincidiendo con las imágenes del terror árido que proporciona el espectáculo de Dune 2.

Ambas piezas hablan del miedo al vacío, analizado por filósofos como Olivier Mongin, quienes ven ahí un reflejo cultural de un mundo que se enfrenta al reloj de arena de su extinción, proponiéndole diversos espejismos compensatorios.

En la adaptación de Dennis Villeneuve, los personajes disputan un conflicto de poder por la explotación de escasos territorios y bienes no renovables, como el agua y una “especia” que evoca la maldición del oro negro, de una suerte de droga que se extrae como el petróleo, al precio de saquear el medio ambiente.

En Io Capitano, los protagonistas son la mercancía de una red de tráfico de esclavos que se venden al mejor postor entre bandas delictivas.

Así el director Garrone vuelve a explorar su denuncia contra las mafias que oprimen al planeta, sin ningún tipo de apego y misericordia.

Por tanto, el largometraje aporta su grano de arena a una obra celebrada en festivales como Cannes, por la contundencia de títulos como Dogman, Reality, Gomorra y su barroca versión de Pinocho, una aparente excepción dentro de la brutalidad seca de su filmografía.

Sin embargo, el espectador encontrará no pocas relaciones entre el famoso texto de Carlo Collodi y las desventuras que aquejan al pobre chico de Io Capitano, cuya máxima aspiración es ser reconocido como humano en un universo que lo desvaloriza y lo cosifica.

El filme se relata con la suficiente dosis de impacto, como para no tildarse de edulcorado, pero tampoco de pornografía que vampiriza el dolor de los demás.

Io Capitano se ubica en el justo punto de equilibrio que le permite construir un guion edificante, no exento de humor y vuelo poético, por cortesía de la creatividad del demiurgo, recordando la fuerza audiovisual de un Fellini en fuga que sabe descomprimir tensiones a través de secuencias oníricas que rompen con la linealidad del desarrollo clásico de las acciones.

A la deriva y a merced de múltiples tiburones, el joven tomará el control de su nave que va surcando un océano peligroso, donde intentará sobrevivir gracias a su voluntad y resiliencia.

Pero su futuro es incierto.

Io Capitano lo despide en el momento adecuado, pues queda de parte de cada quien cerrar el viaje, reconociendo su hazaña épica ante lo que se viene por delante.

Un periplo que nos centra en el purgatorio, en el limbo que significa ser migrante africano, ser un ilegal en Europa.