Meditando sobre películas y la interpretación que cada ser humano puede dar a una misma producción, es curioso ver la manifestación constante de severos juicios, unos de valor y otros que desvalorizan. La mayor parte de las apreciaciones resulta de carácter subjetivo, más por la configuración interna del lente y su usuario, que por la sustancia en sí de lo que se manifiesta.
Leía las palabras de un motor del evangelio en sus inicios, quien con aquella extrema seguridad comentaba estar plenamente convencido de que no hay nada impuro en sí mismo, alega en sus escritos, que si algo es impuro lo es solamente para quien así lo considera. Recomienda a lo largo de sus miramientos mantenerse firmes en las opiniones propias, preservándolas como algo entre el individuo y su Dios. Luego, celebra a aquellos cuyas conciencias no les condenan por cosas que suelen dividir a las personas.
Me pregunto ¿por cuántas de estas diferencias superficiales somos afectados al punto de levantar juicios y alegatos innecesarios respecto a otros? ¿Cuántas de estas nimiedades nos separan de la familia, amigos y gente poco perfecta, pero genuina que nos rodea? Hasta donde se concibe el respeto que se considera en posición de opinar más allá de lo debido. A propósito de lo cual, aclara el hombre, el reino de Dios no se trata de comidas, bebidas o vestidos sino de justicia, paz y alegría del Espíritu Santo.
En tal sentido, considerando lo efímeramente parcial que se es, independientemente de la posición, ocupación o sistemas de valores, resulta necesario justipreciar constantemente si se percibe la probidad, se alberga paz y si hay alegría del Espíritu Santo en los corazones. De ser así, otros deben notarla en nuestro saludo fraternal y sincero, o la atmósfera que transmitimos con nuestra sola presencia en un lugar, y en la justicia de los desenlaces que competen a conflictos naturales, caracterizados por alcanzar equitativamente tanto a creyentes como incrédulos.
Discurrir en tales verdades me hace confirmar en el corazón aquella frase que dice: “Al que es puro todo le es puro”. Seamos, pues, puros en nuestras reducidas cosmovisiones y afables en los juicios de valor de aquello que no nos compete.
@alelinssey20