Voté por él y lo volvería a hacer si se pudiera. Estuve en su “coronación”, pues sencillamente trabajaba para entonces en el Teatro Teresa Carreño, o “Coso de Los Caobos”, hoy convertido en el templo del jalabolismo y de la chapuza gobiernera.
Por lo que llevo dicho, ya me habré ganado toda clase de insultos, de críticas, y quizá la pretendida calificación de adeco; pero no importa, a ella añado la de demócrata, civil que reprocha toda clase de autoritarismo, militar o no, y fiel creyente en el régimen de libertades públicas que solo se logra en democracia, lo cual conlleva la existencia de partidos políticos, con diferentes puntos de vista, donde el contrario es adversario y no enemigo.
No puede olvidarse que los mismos que insurgieron contra el gobierno democrático de 1992, supuestamente dizque para superar la corrupción, la falla en los servicios públicos, y con una carga de nacionalismo-bolivariano a rabiar, hoy no hallan qué hacer para justificar tanta ineficiencia, incapacidad e incompetencia para resolver los ingentes problemas que aquejan a Venezuela; por el contrario, estos se han visto incrementados por la incapacidad e improvisación oficiales, al punto que el jefe supremo (hoy muerto) les dijo en uno de sus consabidos arrebatos delirantes: “No tengan miedo a equivocarse, estamos ensayando”.
Por su parte, los rojitos esperanzados, lejanos del honor y con devota sumisión, no hacen otra cosa que adular, reír, celebrar las ocurrencias, y aplaudir hasta hacerse daño en las manos.
¡Escrotocracia del nuevo siglo!
Bueno es recordar que durante la misa oficiada al presidente CAP se atrevieron a lanzar bombas lacrimógenas, los mismos que hoy lloran en vida al líder fracasado, al fallido militar, al golpista descabezado, al mismo a quien la democracia permitió llegar al poder mediante el sufragio.
Y la cadena grosera e insultante (¿cuándo no?), emitida durante las exequias de CAP, fue reveladora del miedo y el pánico que existe en las esferas del poder. Se les apaga temblorosa la vela en la cabecera. Falta poco para nuevas elecciones y habrá una vida con suficiente resolución y firme voluntad política para recuperar el país hecho añicos.
En Macondo llovió cuatro años, once meses y dos días. ¿Por qué no habría de escampar aquí?
Al plan de becas Gran Mariscal de Ayacucho, la nacionalización del hierro y del petróleo, al sistema de orquestas y al decidido apoyo y empuje de la descentralización, solo añadiré que CAP se sometió a juicio, más político que jurídico, y así quedó evidenciado de la impecable defensa que ejerció su equipo de abogados, liderado por el doctor Alberto Arteaga Sánchez.
Acató la sentencia, es decir, el haberse sometido a la justicia y sus instituciones, lo llevó a cumplir reclusión en cárcel común y luego en su casa, lo cual dice mucho de su talante y convicción democráticos.
No es poca cosa acotar, que luego del juicio amañado y diseñado por sus enemigos de enano criterio para aceptar las derrotas propias y los triunfos del contrario, saliese electo senador al extinto Congreso Nacional, por su Táchira natal.
Pérez echó al traste las dos intentonas golpistas, y aunque no faltó quien le soplara al oído desconocer todo el andamiaje jurídico, se sujetó al Estado de Derecho que ya venía dando tumbos, y al aceptar la espuria sentencia de aquella Corte comprometida hasta los tuétanos en la conspiración, no hizo otra cosa que demostrar su carácter civil, su talante democrático.
No se olvide, fue la misma Corte que después rechazó inhabilitar al golpista y que le regaló la constituyente inconstitucional para que se cogiera el poder. Cojan, pues, allí tienen su tesis de la “supraconstitucionalidad”.
CAP, requiescat in pace.