OPINIÓN

Al maestro con cariño

por Francisco González Cruz Francisco González Cruz

“Llegó el momento

de una nueva vida, empezar.

Mas, cuando pienso

que a mi mejor amigo he de dejar

y todo lo que él hizo por mí,

jamás yo lo podré olvidar.

Mas, ¿qué puedo darle a cambio?

Si la luna quisiera, la conseguiría para él.

Mi corazón entregaría yo

al maestro, con cariño”.

 

La cita anterior en la parte final de la canción de la película Al maestro con cariño que tomo para titular el presente artículo. El filme es de 1967, dirigido por James Clavel y protagonizado por Sidney Poitier. Es a propósito del inicio del año escolar en Venezuela y la situación en que se encuentra la educación en general, desde los niveles más básicos hasta el universitario y los estudios de posgrado. Mucho se ha escrito sobre esta realidad tan dramática y nunca sobrarán algunas palabras más, esta vez centrada en el maestro. 

Primero una tajante afirmación: “Donde hay un buen maestro hay una buena escuela”. Eso no quiere decir que se necesitan otras cosas, pero se pueden tener todas las otras cosas y si no se cuenta con buenos maestros, de poco sirven. Tan sencillo y tan complejo como eso. Porque no es cosa simple tener buenos maestros. 

Primero es la persona humana, su dignidad, su cultura, su vocación, su amor a los estudiantes, sean niños o adultos, pero fundamentalmente a los de más temprana edad que es la etapa en la que se conforma lo fundamental de la personalidad. El sistema educativo es eso, un sistema, pero allí el elemento clave es la maestra o el maestro. Y si no existe un “sistema”, entendido como un conjunto de elementos interrelacionados, pues el más central es el educador. Y en nuestro país prácticamente nunca ha existido un sistema educativo, sino compartimientos separados con grandes saltos entre los subsistemas. 

Pero tampoco un sistema en cuanto a las interrelaciones entre las personas humanas que lo conforman, con gerencias ausentes o autoritarias, predominio de relaciones tóxicas entre sus componentes, con dirigentes gremiales que no tienen contacto con los estudiantes y que conforman muchas veces una “clase” aparte, más articulada a partidos políticos que a las apremiantes realidades de niños, maestros y comunidad.

Es cierto que los sueldos son una falta de respeto, pero no hay temor en pisar algunos callos en preguntar qué pasaría si para ofrecer unos ingresos dignos, los educadores pasaran unos exámenes de conocimientos y de cultura general, indispensables para ejercer la profesión más importante de un país.

Los muchachos van muy poco a clases, dos o tres días a la semana y unas cuatro horas al día, en condiciones muy lamentables, sin comida y sin bibliotecas, además, con la mayoría de sus maestros desmotivados y también sin comida y sin bibliotecas. Muchos de ellos quieren educar, pero se les hace muy difícil, pues no tienen las más mínimas condiciones para ejercer.

Es muy grave la situación y si se quiere resolver se tiene que empezar por los maestros. Grandes y bien concebidos programas de formación y de estímulos para que esos esfuerzos vayan directamente a impactar a sus estudiantes. En una excelente edificación muy bien dotada, si no hay buenos maestros todo eso está de adorno. 

Debajo de una mata de mango, si hay un buen maestro hay una buena escuela. Eso da una idea de dónde está el foco del asunto, lo que no quiere decir que es necesario atender la infraestructura escolar  y su dotación, pero con recursos escasos y un clima de corrupción como el que existe, es muy fácil desviar el énfasis. 

Y  aunque parezca mentira, el énfasis en todos los niveles es la palabra, su conocimiento y adecuado uso. Y la lógica matemática. Dos carencias que están bien repartidas a lo largo y ancho del “sistema”. 

El otro componente estratégico en medio de este drama son los estudiantes, en particular las niñas y los niños. Pero ese tema exige aún mayores desafíos.