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Al lado de la diáspora

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Un día como hoy, hace dos años, pisaba tierra colombiana asegurando la recuperación de mi libertad transgredida por más de mil días por un régimen tiránico que convirtió el derecho de opinar en un delito. Fue un capítulo más de esta historia de resistencia que llevamos adelante, al lado de millones de venezolanos que se niegan a entregar las banderas de la libertad, pendones que contrariamente seguimos enarbolando en señal de que no claudicaremos, muy a pesar de los traspiés experimentados en uno y otro sentido.

Hace dos años llegué a Cúcuta, dejando atrás más de 980 kilómetros de carreteras en cuyos costados sobrevive un pueblo acosado por la hambruna, metódicamente diseñada en las salas situacionales de la corporación criminal que persiste en mantener secuestradas las instituciones fundamentales de la nación.

Los detalles de mi fuga están ordenados con precisión y algún día los daré a conocer, para agradecer públicamente a las personas gallardas y valientes que hicieron posible ese acontecimiento. Fue una decisión personal, consciente de los riesgos implícitos que para mí eran subalternos, al hecho cierto de seguir prisionero de una narcotiranía que pretende usarnos como rehenes que mueven en su tablero de operaciones de canje de “carne humana”.

Desde entonces he tratado de ser más útil a la lucha por la libertad de Venezuela. Agradezco las oportunidades que me han brindado distintos gobiernos democráticos del mundo libre, cuyas autoridades me han recibido; las tribunas parlamentarias desde donde se me han permitido pronunciar informes de la tragedia de mi país; los foros planificados por los directivos de organizaciones políticas, organizaciones no gubernamentales y fundaciones que generosamente nos proveen de la logística básica y de esos escenarios claves para insistir en las razones que siguen primando para invocar el principio de intervención humanitaria.

Cada vez que opino lo hago como parte de esa legión de desterrados que no hemos enajenado nuestras convicciones ni podemos dejar que se nos castre nuestro esencial derecho de discernir respecto a lo que acontece dentro y fuera de nuestra patria. Es la misma persistencia con la que marchábamos al lado de la ciudadanía, es la misma determinación para protagonizar aquella huelga de hambre en la sede de la OEA o las movilizaciones que encabezamos al lado de los trabajadores de la Alcaldía Metropolitana hasta las puertas de la Asamblea Nacional, del CNE o de la Fiscalía General de la República, para después terminar hospitalizado en centros de salud, mientras que la narcotiranía enclaustraba en las cárceles de La Planta o de Yare a funcionarios que me acompañaban en esa institución que defendimos y ejercimos, muy a pesar del hostigamiento y de los despojos de recursos financieros y bienes que perpetró el régimen.

A estas alturas de la resistencia, transcurridos estos dos años de mi autoliberación, ratifico todo cuanto hemos dicho ante la comunidad internacional, a saber:

  1. Es indispensable contar con la cooperación internacional, porque solos no podemos. Porque lo de Venezuela no es una simple crisis política. Porque estamos padeciendo los efectos de un régimen forajido. Porque son mafias las que manipulan las instituciones. Porque son narcos y terroristas, además de criminales y corruptos.
  2. La ayuda debe ser teniendo como fuente el principio de intervención humanitaria, mediante la aplicación del R2P, la resolución 1373/ONU, que crea el Plan Global contra el Terrorismo Internacional, el TIAR y la Convención de Palermo, confirmado como está que en Venezuela opera un grupo delictual al frente de los entes públicos.
  3. Que es perjudicial para la estrategia de lograr el Cese de la Usurpación, involucrarnos en diálogos o negociaciones con factores culpables de la catástrofe humanitaria que sufre Venezuela.
  4. Que es un error avalar con nuestra participación, procesos electorales hasta que no sean desalojados del poder que usurpan, Maduro y su camarilla.
  5. Que todo lo arriba expresado requiere de una estrategia y de un comportamiento coherente de la dirigencia y de los ciudadanos comprometidos con una resistencia basada en convicciones, sin sectarismo ni personalismos y libre de agendas ocultas.

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