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Ajustes y tropiezos macroeconómicos

No hay gobierno popular. Gobernar es crear descontentos.

Anatole France

Nos viene a la memoria, siempre huidiza en los pueblos, el recuerdo de que Carlos Andrés Pérez cuando buscaba una segunda presidencia, para nada criticaba o rechazaba los disparates que hacía Jaime Lusinchi, su predecesor y compañero de partido. Las masas adecas (de Acción Democrática) votaron por él porque creían firmemente que con CAP regresaría el populismo y la prosperidad económica. Nada más lejos de la realidad. Apenas llegó a la presidencia no solamente no había reservas internacionales, sino que además tuvo que pedir un crédito puente con el Banco de España para luego recibir apoyo del tándem FMI-Banco Mundial.

El 28 de febrero de 1989, día en que se firmó el acuerdo con estos organismos, explotó el gran motín llamado «el Caracazo», cuando multitudes de enardecidos se lanzaron al saqueo indiscriminado, y las policías y la guardia nacional (gendarmería) estaban como paralizadas. Como secuela inmediata fue que tuvieron que llamar al Ejército y este llegó aerotransportado a la capital venezolana.  Se mataron a muchos, pero se rescató el orden público. El resto ya es historia. Se estropeó el plan de ajuste, y lo que vino después con el imperturbable Chávez fue el fin de la democracia y de la renta petrolera, que permitía al Estado gastar sin poner casi impuestos.

¿Por qué les cuento esto?

Porque en la no tan lejana Argentina, los candidatos de la oposición al tándem Alberto Fernández y Cristina Kirchner, ya lanzados al ruedo electoral como Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, para nada hablan de la terapia para acabar con la alta inflación. Nos parece que ingenuamente creen que los precios van a paralizarse o a bajar su crecimiento virulento como por arte de magia si uno de ellos, arriba al solio de José de San Martín. El único, que al parecer sí dice como que va a matar la gorgona de la inflación sin control es Javier Milei, pero lo miran con desprecio. Recordemos que Federico Sturzenegger, entonces presidiendo el Banco Central con un curriculum vitae excepcional, durante el gobierno de Macri, cometió el error de monetizar el nuevo endeudamiento, y el alza de precios no previsto le estalló en la cara, y Macri que ansiaba la reelección salió perjudicado políticamente.

Narramos estas cosas, porque el riesgo de que llegados al poder, tanto  Rodríguez Larreta, amparado con una buena administración de Buenos Aires, como de Patricia, si revienta una hiperinflación, se corre el peligro gigantesco de que salte en mil pedazos el régimen democrático, y lo que queda del Estado de Derecho.

Algunas cifras

Aunque a ustedes les cueste creerlo: Cristina Fernández aumentó la deuda pública en su segundo mandato a razón de 17.000 millones de dólares al año y Macri lo hizo a razón de 12.000 millones de dólares por año. Pero ya están siendo superados audazmente por el presidente Alberto Fernández, quien incrementó la deuda pública en su primer año de administración en 33.000 millones de dólares y en los primeros siete meses de 2021, la aumentó en 17.000 millones más. En el medio de unas cerradas negociaciones con el Fondo Monetario Internacional.

Los resultados están a la vista.  La inflación del año 2022 fue de 95%, la más elevada en 32 años. También el año 2022 finalizó con un dato que asombra, el 51,7% de los argentinos reciben algún tipo de plan social. Pero, además, según el diario Clarín del 30-1-2023 en su página 24, se menciona que en 1970 la pobreza alcanzaba al 4,5% de la población y para el año 2022 este porcentaje ya asciende a 45%.  En Venezuela, debido a la hiperinflación, han salido más de 7 millones de personas buscando nuevos horizontes en otros países, y todavía el porcentaje de población en pobreza se mantiene por encima del 60%.

¿Qué se debería hacer?

Un nuevo gobierno de la patria de Domingo Faustino Sarmiento, que trate de terminar con la alta y persistente inflación, debe bajar el gasto público, empezando por vender las empresas del Estado, y ahondar en las auditorías de los planes sociales. También, debe subir la tasa de cambio oficial para eliminar el diferencial con el dólar paralelo, y no tener varias tasas de cambio, y hacer desaparecer la sobrevaluación del peso argentino. Estas medidas no son populares, traen problemas con empresas marginales y otras que se benefician de ciertos subsidios. Así como provocarán un desempleo temporal, mientras se atraen nuevas inversiones nacionales y extranjeras.

Esta situación bien manejada podría durar dos años, antes de un arranque del motor económico  que debe estar entonado sin la tara de una elevada inflación. Algunos la llaman terapia de choque, pero es lo da el éxito. Dentro de este marco se conoce que la nación argentina es la más proteccionista del subcontinente latinoamericano. Una devaluación junto con reducciones de las medidas proteccionistas aumentará la competencia interna y hará que unas industrias puedan comprar insumos adecuados para competir en los mercados externos.

Bajo este ambiente, un nuevo gobierno debe restablecer la autonomía real no legal del Banco Central de la República Argentina, e impedir que sea una correa de transmisión de los gastos y necesidades de la hacienda pública.

No hacerlo significa volver a la situación de una inflación que, convertida en hiperinflación, volverá trizas todos los salarios y pensiones. Así ocurrió en Venezuela y ya sabemos donde se metió una de las naciones latinoamericanas de más elevado crecimiento y estable democracia. Se quedó sin crecimiento, con la mayor inflación en América Latina y encima con la fuga de 7 millones de venezolanos hacia muchos países.

Terminamos estas líneas con  palabras de un editorial del periódico porteño La Nación: la pobreza no se vence con planes sociales, sino con creación de empleos, incorporación de tecnología, competitividad y seguridad jurídica. ¡Mejor expresado: imposible!

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