Comienzo a leer el libro Reckonings: Legacies of Nazi Persecution and the Quest for Justice (Ajuste de cuentas: El legado de la persecución nazi y la búsqueda de la justicia) de la profesora de historia alemana en el University College of London, Mary Fulbrook. Ha sido reseñado como un hito fundamental en el tema y en la página web de la universidad se destaca: “Este libro investiga el legado a largo plazo de la violencia nazi entre los perpetradores y las víctimas, y utiliza estudios de memoria e historias orales para descubrir recuerdos personales y culturales enterrados. Contiene una nueva investigación que muestra que hasta 1 millón de personas estuvieron involucradas en el exterminio de judíos en los campos de exterminio de Hitler, pero solo 6.600 fueron condenados”.
Pienso en una de las tragedias fundamentales de la historia de la humanidad, y sin pretender establecer paralelismos entre lo que ha ocurrido en Venezuela y el horror del holocausto, algo que relativizaría insensiblemente los eventos de la II Guerra Mundial, reflexiono sobre la enseñanza que podemos sacar de cómo los nazis fueron castigados sin que esa castigo se extendiera a un sector muy importante de la población de Alemania, una parte que o bien participó como agente del exterminio, o simplemente sabía lo que pasaba y no hizo nada para impedirlo. O, más comprometedor aún, que se contaban en quienes participaban del delirio colectivo de apoyo a Hitler en la años anteriores a la guerra, entre 1932 y 1939.
Poco más de 6.000 condenados de más de 1 millón de potenciales implicados en crímenes de guerra y el genocidio. A ello hay que añadirle el caso de muchos nazis, científicos e ingenieros que fueron integrados a la vida de las potencias aliadas, especialmente Estados Unidos, para contribuir al esfuerzo militar. Cabe preguntarse: ¿Cuáles fueron las fuerzas determinantes para que la justicia no se aplicara en toda su fuerza y extensión? La respuesta no es simple, pero hay sin duda dos factores muy relevantes. Por un lado, la decisión de las potencias aliadas de contribuir a reconstruir Alemania como un aliado importante contra la creciente amenaza comunista. Por el otro, la decisión de los propios alemanes de que sería imposible reconstruir el país si se pretendía enjuiciar a una parte muy importante de la sociedad por los horrores del nazismo. Es decir, las consideraciones políticas y la estrategia de la guerra fría prevalecieron sobre la justicia y los anhelos de reparación de las víctimas.
Vale la pena comparar la reconstrucción de Alemania y el juego político que limitó la aplicación de la justicia, con lo que ocurrió posteriormente en Suráfrica luego de la caída del apartheid. En este caso Mandela lideró un esfuerzo consciente de reconciliación de la nación, que no ignoraba los horrores del racismo y la exclusión de la mayoría negra, pero que planteaba con toda claridad que el país no podía sobrevivir expulsando a los blancos. La Comisión de la Verdad y la Reconciliación, dirigida por el arzobispo Desmond Tutu, tuvo un papel decisivo en este alucinante proceso.
Dos enseñanzas históricas muy distintas y que parecen completamente apartadas de la realidad venezolana, donde sigue existiendo gente del país azul, los de la resistencia democrática, que piensan que será posible castigar, y, si es posible, eliminar a los del país rojo cuando vengan los tiempos de la justicia divina. Lo que parece impensable hoy, la caída del régimen chavista, puede estar a la vuelta de la esquina en medio del colapso de la nación por el hambre, la destrucción y la pandemia coronavirus en el medio de una fuerte presión internacional. Es importante que pensemos en cuál transición queremos y a cuáles compromisos habrá que llegar entre la aplicación de la justicia y las realidades políticas. Sin duda que el chavismo-madurismo se ha convertido en un régimen del mal, como en su momento lo fueron el nazismo y el fascismo italiano. Pero una cosa es el régimen en sí y otra muy distinta sus apoyos. La reconciliación del país puede depender de que entendamos a fondo esa diferencia.
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