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Aire, sudor y lágrimas

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Toda visita a los vertiginosos años ochenta no deja de traer por simple oposición el contraste con las dos décadas que los precedieron. Si los sesenta eran contestatarios y los setenta aún más radicales al menos en su primer lustro, no deja de extrañar la rapidez del giro conservador de la década siguiente. Las dos primeros fueron las décadas de los magnicidios (Kennedy, Luther King, Kennedy de nuevo), Vietnam, Woodstock, un clima que terminó en la defenestración de un presidente americano y que el cine siguió puntualmente. Los ochenta vieron el ascenso del conservadurismo antes en repliegue, la visión del Estado como el problema a achicar y a dominar y la rienda libre a la libre empresa. Fueron los años de, ironía de ironías, un ex actor de serie B, reencarnado como gurú del regreso del poderío  americano. También supusieron en la órbita social un eclipse del espíritu utópico, pacifista, generoso y comunitario de épocas anteriores. Los valores volvieron a ser, esta vez de forma militante, ferozmente individuales y, al amparo de esos valores se abrió paso el hedonismo, el cuidado del cuerpo, el horror a la vejez y la gordura y la exaltación del deporte. No solo porque la competencia era el fuelle ideológico de los tiempos que corrían sino porque además, el deporte al pasar a primer plano fue un inmenso generador de ingresos. Y junto con el deporte, sus apoyaturas físicas: los implementos deportivos, cuya existencia depende no de su contextura o de su calidad, sino de su peso existencial. Una marca es mejor en la medida en que se diferencia de las demás, por su slogan, su logo, su diseño, o de ser posible, las tres cosas juntas. Esta porosidad existencial carece de eje propio, necesita un catalizador, un portador de la buena nueva. Alguien que instile en el producto parte de su alma y sus cualidades a imitar.

Y este es el tema de Air, si se quiere más un caso de negocios que una historia pasible de ser llevada al cine. Pero ocurre que la historia es muy buena y es, además, un buen ejemplo de la cultura y las prácticas de los ochenta. Un “spoiler” que no es tal. Jordan no es una persona, es un proyecto de dios en ascenso, lo cual quiere decir, en el mundo del marketing, que es una presa. En el mundo del basketball es la nueva promesa, el futuro a seguir si se quiere conquistar no solo el mercado de ese deporte, sino el de los corredores o, mejor aún, el de los que quieren tener una marca por tener una marca. La película parte entonces de un simple caso de negocios. Cómo Nike, con sus cifras en descenso, logró captar a Michael Jordan como su imagen de marca y dejar atrás a los precisos germanos de Adidas y los arrogantes de Converse. Aquí es donde los senderos del caso de negocios y los de la praxis narrativa cinematográfica se bifurcan. El caso de negocios quedará para las escuelas de negocios. Lo que al libreto le interesa son los personajes, y su primera astucia es escamotearnos el motor de todo el asunto y ver la historia a través de quienes agonizaban por su preferencia. Recortados contra el brillo de su estrella, todos salen perdiendo. El ejecutivo que define la estrategia tiene sobrepeso, es jugador, exhuda una falta de energía que hace que su ambición no luzca como probablemente debiera. Sus compañeros de odisea lo hacen peor. El director de marketing es un fracasado que sufre por su matrimonio fallido, su gerente de relaciones públicas habla discursos vacíos y su condición afroamericana de poco ayuda frente al ídolo y el CEO de la compañía solo tiene consigo el poder de su firma. Por el lado opuesto, Jordan es solo un peón en el tablero y su papá es demasiado bonachón para ser decisivo.

Solo queda la mamá.

La primera sección de la película es expositiva. Habla de las debilidades de los atacantes, la falta de estrategia de la compañía y del fracaso en general. A partir del momento en que todos estos huecos en el camino confluyen en la figura de Michael Jordan el filme adquiere nuevos bríos, fundamentalmente por la aparición de la fuerza que mueve al deportista y su familia. Ben Affleck logra un filme tan eficaz como sus anteriores entregas y logra insuflar en un caso si se quiere bastante aséptico, los ingredientes de un buen drama. Especialmente por la irrupción de un personaje femenino con fuerza en lo que es un contexto esencialmente masculino. Es un filme que se ve con agrado y se olvida fácilmente.

Air, la historia detrás del logo. (Air). EE UU. 2023. Director Ben Affleck. Con Matt Damon, Jason Bateman, Viola Davis

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