El viaje a Japón y Corea del Sur del presidente de Estados Unidos la semana pasada ha conseguido atizar el fuego de las desavenencias con China. Ya no es solo un tema de poderío económico. De sus declaraciones se intuye que Joe Biden está decidido a dar un viraje geopolítico y a colocar el centro de su atención en una nueva prioridad esencial que es la de lograr la cohesión de las democracias liberales de cara a los regímenes autoritarios… comenzando por Asia.
Este nuevo canon fue enunciado desde febrero cuando, a través de su portavoz, la Casa Blanca se expresó de esta manera: “Nuestro objetivo no es cambiar la República Popular China sino configurar el entorno estratégico en el que ésta se desenvuelve, construir un equilibrio de influencia en el mundo lo más favorable posible a Estados Unidos, a sus aliados y socios, y a los intereses y valores que compartimos”.
Este asunto está en pleno desarrollo justo en el momento en que los grandes se preparan para la reunión cumbre de la OTAN en Madrid en otoño. Biden aspiraría a que la Alianza conozca y comparta su inquietud sobre las ambiciones abiertamente declaradas de China que Washington califica de “desafío sistemático para el orden internacional incluso en el terreno de la seguridad”. Lo que pretende plantear el mandatario estadounidense es la existencia de una relación de complicidad entre Moscú y Pekín sobre el tema de la guerra en Ucrania que se expresaría a través de la facilitación del proyecto bélico ruso. Le va a tocar, pues, a Joe Biden sostener esta tesis que no cuenta con muchos adeptos. No todos en el seno de la OTAN bailan al mismo son. Francia es la primera en no verlo con buenos ojos.
China, por su lado, considera estas tensiones de diferente forma. Para Xi lo que ha originado el desentendimiento que luego desembocó en la invasión de Rusia a Ucrania es la provocación y el cerco anti-Rusia de la OTAN, a la que considera un brazo armado de Estados Unidos. La visión de Pekín es que Washington se encamina ahora a transitar una vía similar en Asia creando allí un nuevo frente, pero esta vez antichino. Esto lo instrumentarían a través de tres importantes alianzas: Aukus (pacto militar de Estados Unidos con Gran Bretaña y Australia), del QUAD (Coloquio informal entre Australia, India, Japón y Estados Unidos ) y la de los Cinco Ojos (Alianza de inteligencia Canadá, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos). Todo ello parece haberse puesto de bulto ante los ojos chinos durante el viaje de Biden a Asia.
No fue por casualidad que Wang Yi, ministro del Exterior de China, llamó telefónicamente el miércoles pasado a su homólogo japonés, Yoshimasa Hayashi, para ponerlo en guardia en torno a cualquier movimiento negativo de Japón y Estados Unidos en contra de China. Japón se ha revelado, a raíz de esta visita, como el gran nuevo socio estratégico de Estados Unidos, lo que China ve con justo resquemor.
El asunto de las libertades y de la democracia no son materias a ser debatidas dentro del entorno asiático. Asia, para Pekín, debe gerenciarse sola y con China a la cabeza, tanto por su talla como por su poderío. Estados Unidos parece estar sobrando en la ecuación.
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