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¡Ahora quieren cambiarle el nombre a la autopista Francisco Fajardo!

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Los que han leído los libros o visto las películas de Harry Potter (J. K. Rowling, 1997) saben bien el peso de las palabras en la magia o la hechicería. El pensamiento mágico considera que con nombrar las cosas estas se hacen realidad, tal como en la famosa saga. Todo es cuestión de conocer y expresar bien cada conjuro, para lo cual los protagonistas van a una escuela: Hogwarts. Todo eso está muy bien siempre y cuando sea ficción. Lo lamentable es que en pleno siglo XXI y en una sociedad que se considera moderna se sigan manteniendo estas creencias. El chavismo pretende que al cambiar el nombre de las cosas –de autopista Francisco Fajardo a Cacique Guaicaipuro– su utopía se hará realidad, y todos los venezolanos disfrutaremos la Era Dorada del Buen Salvaje.

En el nuevo caso han elegido muy mal, porque Francisco Fajardo (1528-1564) es un margariteño fruto del mestizaje entre un conquistador y una cacica de la etnia guaiquerí. Es decir, es la primera generación criolla y fruto de la cooperación entre los “nuevos pobladores” (europeos) y los más antiguos. Repito: cooperación, porque lo que no dicen los que creen en la visión mítica, mágica e infantil de nuestra historia es que la mayor parte de los aborígenes apoyaron de uno u otro modo a los europeos e incluso fueron parte de sus ejércitos en contra de otras etnias con las cuales no se llevaban para nada bien.

Sería tonto pensar que unos pocos cientos o miles de europeos vencieron a millones de indígenas. Con esto no se niega que algunos grupos resistieron, pero las mayorías cooperaron. Y ante la disposición de los españoles a mezclarse con las indígenas, nacimos nosotros los mestizos. No fruto de una violación sino de la natural atracción entre hombres y mujeres, y el anhelo de formar familias. Si no fue así ¿cómo entonces Francisco Fajardo (hijo de una “india”), tenía todo el reconocimiento como súbdito español para realizar la conquista y colonización? ¿Si él fue “asesino de nuestros pueblos indígenas” (afirmación de la alcaldesa del municipio Libertador de Caracas, Érika Farías, la cual no tiene ningún asidero en fuentes históricas); qué se puede decir de las etnias –¡también indígenas!– que lo acompañaron en su intento de conquista del Valle?

Si algo constituye nuestra identidad es el mestizaje, no somos solo indígenas o africanos. De manera que exaltar un mestizo que inició (en cierta forma) el proceso de establecimiento de la capitalidad de la principal provincia (Venezuela) es algo acorde con nuestra historia y condición nacional. Intentar desterrarlo de nuestra memoria como pueblo (lo que llaman “descolonización del pensamiento”) no solo es vana tarea porque la gente lo rechazará, sino también es repudiar lo que somos. ¿Qué va a venir después? ¿Destruir las bases fundamentales de nuestra identidad como son el castellano y la cultura hispano-cristiano-católica que conforman nuestras instituciones y mentalidades? ¿Hablaremos caribe a la fuerza? ¿Asumirán el grito caribe “ana karina rote”, que significa que ellos son solo gente y los demás no lo son, hecho por el cual las otras etnias prefirieron apoyar a los españoles?

La intención de todo esto considero que es la destrucción de nuestra identidad y de las palabras en general. De tanto cambiar los nombres, ya la gente no sabrá cómo se llaman y poco a poco el lenguaje y todo lo que conocemos se irá vaciando de contenido. La verdad se hará relativa, y los que tienen el poder podrán darles el significado que les dé la gana y así facilitar la obediencia y la sumisión. Es una vieja práctica de los proyectos totalitarios, que debe ser combatida con las palabras en su plena armonía con la verdad, y conservar siempre la memoria colectiva. Para ello no se debe usar jamás su neolengua. En síntesis, es llevar a cabo un proceso de resistencia cultural defendiendo lo que somos.

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